Anastasiia Starodub, de 26 años, es natural de Ucrania. Ella y su hija llevan cuatro años y medio en España, donde llegaron con motivo del conflicto de Crimea. En España ya residía su padre desde hacía unos meses, y fue él quien les propuso el traslado.
En Ucrania, Anastasiia trabajaba en una oficina de correos, en la localidad de Velyka Motovylivka, pero “pagaban muy poco”, explica. Esto, unido a razones personales y de inestabilidad en su país, le motivaron a venir a España, donde recibió asilo político.
Nació y se crio en Boyarka, una localidad a unos 20 kilómetros de Kiev. Allí siguen residiendo en la actualidad su hermano y su cuñada. “Lo están pasando mal”, asegura Anastasiia, que habla frecuentemente con ellos. Indica que, a partir de las 22:00 horas hay toque de queda; que la luz no se puede encender a partir de las 17:00 horas, etc. Por desgracia, “se están acostumbrando a las sirenas y las explosiones”, explica Anastasiia.
Su hermano Eugen, de unos 28 años, ya sólo escuchando los ruidos, ya sabe si las detonaciones están cerca o no, “para saber si se tienen que esconder en el sótano”. Y es que él y su pareja viven en un bloque de pisos donde tienen un trastero en la parte baja del edificio que hace de búnker, con productos de primera necesidad.
Anastasiia insiste a su hermano en que venga a España. “Le dije que viniera, pero me dijo que no podía, porque no dejan salir a los hombres por si tienen que luchar. Aunque él tiene la vista mal, no puede disparar, pero puede hacer otras cosas”, relata la ucraniana.
También tiene en otras localidades de Ucrania a tíos, tías, amigas y a sus dos abuelas, a quienes también les ha propuesto venir a España. Sin embargo, la madre de su madre, por ejemplo, se niega a dejar su hogar. “Me dice que de su piso no se va, porque ha trabajado toda su vida para tenerlo”, explica Anastasiia. Por otro lado, no es fácil salir por los corredores humanitarios, ya que “tampoco son seguros”, comenta.
La vida de todos ellos ha dado un vuelco en poco más de dos semanas. Por ejemplo, su hermano Eugen tenía su trabajo y su rutina, y paró toda actividad por la guerra. “Se hablaba mucho de que iba a empezar la guerra, pero todos decían que estamos en el siglo XXI, que no podía ser. Pero luego, un día, a las 5:00 de la mañana mi hermano y una amiga me escribieron y me dijeron que ya había empezado, que estaban bombardeando y rompiendo todo. Les pilló de repente”.
Aunque al principio “no podían dormir ni comer”, relata Anastasiia, ahora “ya se están acostumbrando” y “ven que los militares ucranianos y la gente no huye, sino que luchan cada uno por su pueblo”, cuenta. Por ejemplo, su tío, junto a más hombres, se encargan de elaborar lo que llaman “erizos” con barras de hierro, que sirven como trampas para los tanques rusos; y su tía se encarga de elaborar cócteles mólotov. “Están todos juntos, ayudando. Aunque militares rusos hay más, los ucranianos son fuertes, y ahora se han unido todos, se han hecho como familia”, comenta la ucraniana.

Hasta ahora, Anastasiia explica que a los rusos “los tomábamos como amigos, y no importaba si eras ruso o ucraniano, eras persona. Entre la gente no hay guerra, la hay entre políticos”, añade.
De momento, la ucraniana explica que su hermano resiste en Boyarka, aunque “los alimentos se están agotando”. Destaca que “no te obligan a ir a filas. Mi hermano quiere apuntarse, pero de momento les han dicho de quedarse en casa e intentar calmar la situación”, comenta. A Anastasiia le aterra que su hermano vaya a la guerra. “Incluso mi padre, que vive en España, estaba pensando en alistarse para ir a luchar”, añade.
Lamenta que sufran sobre todo los niños y que se pierdan tantas vidas humanas. “Tienen que vivir en el metro, por ejemplo, en Kiev”, señala. Respecto a la ayuda humanitaria, según sus informaciones, está llegando a la frontera de Polonia, país donde reside su madre, o a lugares donde hay refugiados. Asegura estar “muy contenta” con la ayuda prestada por los ontinyentins, que “es muy importante para nosotros”. Por su parte, Anastasiia se ha prestado a ayudar en lo que pueda, en aspectos como la traducción.
“Hay quien dice que lo malo está por venir, pero mi hermano lo ve de otra manera. Nuestros militares resisten mucho”, insiste. “Es nuestra tierra, nuestro país, y no la vamos a dejar”, concluye Anastasiia.