- ¿Desde cuándo vive en Colombia?
- Llevo en Colombia desde agosto de 2017. Vine como “de paseo”, por decirlo de algún modo, con dos tías mías. Una muy buena amiga mía es colombiana y vivía en Valencia, y decidió venir a Colombia por un tiempo, para estar con su familia. Entonces yo vi que era una excusa perfecta para conocer este país, que siempre había tenido pendiente. Entonces, como tenía la intuición de que algo iba a pasar, de que tenía que dejarme el trabajo que tenía en Valencia (aunque me gustaba), dejé el trabajo y me vine. Mis tías estuvieron el mes de agosto conmigo, viajando y conociendo el país, y ya ellas se fueron y yo me quedé con mi amiga. 
- ¿Qué trabajo realizaba en Valencia?
- Estaba trabajando en un proyecto con una escuela concertada en el barrio Nazaret. Era un proyecto social, con los niños y adolescentes que formaban parte de esa zona, de muchos orígenes y etnias distintas. Yo estaba como coordinadora de este proyecto.  
- Entonces, dio un gran giro a su vida, ¿qué hizo a partir de entonces?
- Estuve como mes y medio en Bogotá, en la capital, pero realmente a mí las ciudades grandes no me gustan. Además, algo que no sabía es que Colombia no tiene estaciones, sino que depende de dónde te encuentres, tienes un clima u otro. Entonces, el clima era más frío, con unos 16º de media, muy gris y llovía mucho, y le dije a mi amiga que no me gustaba, y ella me recomendó el Chocó, un departamento de Colombia. Busqué un voluntariado en una organización internacional con ayuda de mi amiga y su familia. Después vino la Navidad, la cual pasé aquí en Colombia con mi amiga, y viajé en enero a Perú prácticamente un mes, donde ya había estado antes, para encontrarme con la gente de allí, que para mí ya es como familia. Allí me di cuenta de que quería volver a Quibdó, la ciudad donde estaba, y trabajar allí. 
- ¿Cuál fue su siguiente paso?
- Me proyecté un tiempo dos semanas para encontrar un trabajo; si no lo conseguía, volvía a Valencia. Quería un trabajo local, es decir, que no fuera una organización internacional. Madrugaba mucho para buscarlo, hablando con la gente por la calle y preguntando... Al final encontré un trabajo en una organización indígena, que lideran ellos mismos: Federación de Asociaciones de Cabildos indígenas del Chocó (FEDEOREWA). En Colombia hay 102 pueblos originarios y se hablan 70 lenguas, a parte del español. Mi trabajo es acompañar la parte pedagógica con el equipo de educación. 
- ¿Cómo es su día a día?
- Yo vivo en un apartamento con mi pareja. Mi día a día, a parte del trabajo, es ir a ver el atardecer al malecón de Quibdó a la orilla del río Atrato, uno de los ríos más caudalosos del mundo y encontrarme con amigos. También salir con la bici, ir a clases de danza, jugar a fútbol, etc. Los fines de semana suelo ir al río, sobre todo a Tutunendo. Ya los domingos por la noche, habitualmente vamos a Cumbancha, donde los músicos tocan en vivo música tradicional del Chocó. También comentar que por Quibdó me suelo mover o caminando con ‘rapi’ (transporte público que es una moto). Soy feliz viajando por la selva, navegando por sus ríos que se convierten en las principales carreteras del departamento, y compartiendo con la gente experiencia y conocimientos. 
- ¿Qué es lo que más le gusta de Colombia y la ciudad donde vive?
- Para mí la diversidad cultural que hay es increíble y desconocida por parte de la gente a nivel mundial. En cuanto a nivel de municipio, supone ver en pequeñito esta diversidad; esta armonía de las diferentes formas de ser y entender el mundo. Y además, la biodiversidad: yo nunca había visto algo tan increíble a nivel natural. 
- Y al contrario, ¿qué es lo que menos le gusta?
- No sabría decirte. Es una pregunta difícil. Hay momentos en los que siento ese choque cultural. Por ejemplo, en la alimentación, me gusta mucho, pero sí que hay cosas muy importantes como es el pan, la ‘baguette’, que echo de menos. Y es cierto que, tampoco es lo que no me gusta, son cosas que echo de menos. Y hablar valenciano, por ejemplo. 
- ¿Echa algo más de menos?
- Yo soy muy feliz allí, en Ontinyent o en Valencia, pero lo que más echo de menos, ya no es tanto el lugar, ya que también estoy feliz en estas tierras, sino más bien la presencia de la familia, fundamental en mi vida, y las amistades. Aunque las personas que tengo aquí ya se han convertido en parte de mi familia. 
- ¿Ha podido venir a Ontinyent a pesar de la pandemia?
- Sí, he ido prácticamente todas las Navidades, a excepción de 2017. El año de la pandemia sí que pude ir a Ontinyent.  
- ¿Cómo ve su futuro?
- Lo hemos hablado, pero la verdad, como dice una de mis tías: “sobre la marcha”. Las cosas cambian mucho. Mi pareja, que también trabaja en una organización indígena, sí que estaría dispuesto a volver, pero no sabemos realmente qué va a pasar. En estos momentos estamos a gusto aquí, y yo personalmente tengo una familia aquí que a nivel personal y laboral me está aportando mucho. Pero no lo sabemos.