A los jóvenes de hoy en día poco o nada los suena qué se aquello del ‘parany’ (o la parà, como suele decirse en Ontinyent). Y es que esta tradición va poco a poco difuminándose, con un miedo a que se pierda por completo que preocupa, y mucho, a los pocos tramperos que quedan en Ontinyent.
El ‘parany’ es un conjunto de árboles, bien carrascas, algarrobos u olivos, que se disponen para poder capturar los zorzales con la ayuda del ‘visc’ (o envisc), una sustancia pegajosa. “Hablar en Ontinyent del ‘parany’ es hablar de árboles ancestrales que pasaron de padres a hijos, y que constituyeron verdaderas obras arquitectónicas”, explica Toni Llin, uno de los pocos ontinyentins que a estas alturas continúa luchando para mantener esta afición heredada. Lo acompañan Francisco Micó y Luis Albert, este último natural de Atzeneta y presidente de Amigos del Parany de la Vall d'Albaida, entidad que pertenece a APAVAL (Asociación de Paranyers de València-Cataluña-Aragón i Balears).
Los tres sienten una mezcla de impotencia y pena cuando piensan en la lucha incansable con los tribunales desde hace cerca de 20 años, una lucha que consideran “política”, promovida por colectivos ecologistas, según denuncian. Desde hace cerca dos décadas, y muy a su pesar, estos aficionados tienen prohibido realizar la caza del zorzal. “Somos los primeros que queremos adaptarnos a los nuevos tiempos y creemos que dentro de una legalidad se puede conservar todo”, señalan. Por eso están dispuestos a eliminar la técnica de ‘l’envisc’, que puede resultar menos selectiva, y han creado una nueva: la ‘cesto-malla’. No obstante, esta técnica no ha podido autorizarse todavía porque no se han hecho las pruebas de campo pertinentes por parte de los expertos. Desde APAVAL explican que esta paralización se debe a la oposición de la administración valenciana en 2017 de autorizarlas, una “oposición ideológica” por parte de los partidos políticos apoyados por los colectivos ecologistas, remarcan.

El TSJCV les da la razón contra la oposición de la Generalitat a autorizar las pruebas de campo
Ante este hecho, APAVAL señala que este mes de julio el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ha dado un paso a favor de los tramperos al considerar arbitraria esta decisión y condena en costes a la administración por oponerse “indebidamente” a la autorización de las pruebas de campo.
A pesar de la fuerza y las ganas, esta batalla empieza a cansarles. Denuncian “la presión” a la que están sometidos y la fijación de algunos sectores para hacer desaparecer por completo esta tradición sin conocer bien sus raíces. “El ‘parany’ es una tradición ancestral, que no solo se lleva a cabo en la Comunidad Valencia, Cataluña, Aragón o Baleares, sino también en otros países europeos”, explican los tramperos de Ontinyent. Una tradición que practicaban los labradores, personas comprometidas con el medio que “cuidaban el ‘parany’ todo el año” y que “eran los primeros que guardaban respeto y aprecio por la naturaleza”, destacan.
En su época dorada, Ontinyent llegó a tener más de 100 ‘paranys’, muchos de ellos arraigados a las fincas del término. La Alianda, San Vicent, Casa Cámara, La Perdiguera, Casa García, La Pedregosa, Can Doctor... Eran tiempo donde la caza del zorzal era mucho más que una afición, puesto que servía a muchas familias “para paliar la hambre” que había en aquel momento, comentan. El ‘parany’ era todo un ritual, no solo de la temporada del otoño, sino de todo el año, donde había que hacer un mantenimiento regular, preparar el ‘visc’, ir al río a cortar ramas de adelfa para hacer las pértigas o capturar el búho que era necesario para ‘joquejar’ los zorzales (hacer el ruido de los pajaritos como reclamo). “El trampero imitaba el canto del búho y con una varilla de ‘envisc’ en la punta se capturaba el búho”, explican. A la pregunta de si el búho sufría, los tramperos aseguran que no, más bien al contrario: “el búho era el rey del ‘parany’”, aseguran, y cuando acababa la temporada de caza lo liberaban.
En la actualidad, tan solo quedan ocho tramperos en Ontinyent. Han visto cómo, poco a poco, ha menguado esta tradición que les gustaría poder enseñar a los más jóvenes. Con añoranza, solo piden la “continuidad de lo que nos han enseñado nuestros mayores. Los primeros que amamos a los animaleitos somos nosotros”, remarcan. Por eso solicitan que se autorizen las pruebas para poder comprobar la efectividad del cesto-malla, y así poder obtener de nuevo las autorizaciones para poder seguir esta tradición familiar.