- ¿En qué momento, y ya trabajando en el oficio de la abogacía, te das cuenta de que tu vocación es el sacerdocio? ¿Cuándo sentiste esa llamada?
- Un día en el despacho que sentía que no podía. Estaba solo en mi despacho y recuerdo que me senté, me cogí la cabeza con las manos y dije, Señor, ¿Qué me pasa? Entonces, en ese momento, interiormente, yo sentí como que se me ponía esta pregunta en el corazón. Entonces, como una luz en el corazón, a mí me surgió el decir que si lo que me faltaba era Jesús y que, si verdad eres Dios y existes realmente, lo demostrase. Dije: “Me voy a ir a la Basílica de la Virgen, me voy a sentar, primer confesionario que se abra voy a entrar, tú verás que haces”. Y así se hizo. Empezó un proceso de vuelta, de conversión, pero sí que sentí, a través del sacerdote, a una Iglesia madre, a una Iglesia que supo acompañar en el momento en el que estaba y no presionarme para que dejara de hacer lo que hiciera y saber escucharme y conducirme.
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¿Cuánto tardas en entrar al Seminario? ¿Fue algo inmediato?
- En este proceso, yo recuerdo un momento en el que, muy joven, leyendo el evangelio, sentí que el Señor me decía: “Hoy te llamo a ti, Ramón, para que seas apóstol de mi hijo, para que seas sacerdote”. Es verdad que, durante un tiempo, me agobió mucho la pregunta, pero lo despaché con cierta soltura. Entonces, hay un momento en que, volviendo a la fe, hice el grandísimo error de preguntarle a Dios que era lo que quería de mí. ¿Y ahora qué Señor? Error, porque cuando uno le pregunta con sinceridad a Dios, Dios suele contestar y no siempre lo que a uno le gusta. Entonces yo, internamente, sentí como en aquel momento de a quien te has dirigido, como de alguna manera en mi corazón surgió un “yo mi voluntad no muta: sacerdote de Jesucristo”. Y digo, pues si tu voluntad no muta, la mía tampoco. Lo descarté en un primer momento, pero, sin embargo, en mi corazón hubo un cambio. Mi cabeza rechazaba la idea con absoluta nitidez, pero en mi corazón crecía un anhelo hacia esto que Dios había puesto en él. Hasta que un día, estaba en la eucaristía, comulgué y me quedé un rato haciendo la acción de gracias. Me cayeron dos lágrimas, me rendí y dije: “Señor, si quieres que sea sacerdote, sacerdote seré”. Ahí hablé con un sacerdote que me estaba conduciendo y me dijo que hiciera un retiro de Emaús. Era mayo, en septiembre entré en el seminario.
- Una
vez acaba tu formación, llega tu ordenación sacerdotal el pasado 28 de junio en
la Catedral de Valencia. ¿Qué recuerdos tienes de aquel día? ¿Cómo lo viviste?
- Fue impresionante, la verdad es que es una liturgia muy bonita y muy sentida. De cada rito, de cada parte, guardo algo en mi corazón, pero hay dos momentos con los que me quedaría. La oración consagratoria, que el obispo hace y donde todos nosotros estamos de rodillas y el pueblo en silencio y orando, que, además, justo a las doce nos ordenaron y entonces empezaron a tocar las campanas, aquello era espectacular. Luego la oración con las manos con ese simbolismo de ungir. Esto es solo de Cristo y todo para Cristo. Y esa unción es la que me permite consagrar no a mi sino en esa participación del único sacerdocio que existe que es el de Jesucristo. Consagrar y perdonar pecados. La confesión y la eucaristía. Eso como momento capital. Luego, si me tuviera que quedar con alguno, sería en el que ya, en el altar, estoy consagrando, soy sacerdote y estoy celebrando una eucaristía.
- Unas
semanas más tarde, el 24 de julio, te nombran vicario parroquial de San José de
Ontinyent. A nivel general, ¿a qué retos se enfrenta el sacerdote hoy en día?
Y, a nivel particular, ¿Cuáles son los mayores retos pastorales a los que puede
enfrentarse Ramón Cuenca aquí en Ontinyent?
- El reto más grande es que no hay que perder nunca de vista, es decir, no perder nunca en el corazón, la claridad de que eres un pecador como cualquier otro y que el sacerdocio es un regalo inmerecido y gratuito de Jesucristo que el Señor hace a su pueblo, no a mí. Por tanto, no puedo ejercer el ministerio sacerdotal si no busco continuamente en mi vida estar con Dios. Lo fundamental es la comunión y la unión con Cristo sacerdote, especialmente en la oración, en los sacramentos y, muy particularmente, en la eucaristía. Aquí estoy empezando. Creo que es una parroquia muy viva y con muchísimo potencial que mi antecesor ha trabajado mucho y muy bien.
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Sustituyes a Pablo Sanchis, que se ha ido a ampliar estudios en Roma. ¿Has
podido hablar con él sobre la comunidad religiosa de San José de Ontinyent? ¿Cómo están siendo los primeros días?
- Nos hemos reunido y hemos hablado, pero no tanto el tiempo que nos hubiera gustado ni a él ni a mí. A él se le imponía la realidad de irse a Roma y a mí la de tener un nombramiento de verano que tenía que atender. Pero bueno, hemos hecho por encontrarnos y por hablar. Lo que me transmite es que es una parroquia muy grande, muy viva y con mucha gente joven (Juniors creo que hay unos 800 niños censados). El riesgo es dejarse deslumbrar por el número, que es muy importante, y olvidar la persona. Mi reto creo que es ese. Es decir, sabiendo que es tan numeroso, no olvidar el trato personal de tú a tú. Pero la acogida ha sido espectacular. La verdad es que se han volcado todos los grupos y la parroquia entera.
- Como vicario, ¿Cuáles son tus prioridades pastorales para con los juniors y para con el resto de miembros de la comunidad? ¿Qué áreas consideras que necesitan una mayor atención?
- En cuanto al reto, insisto en esto, en la absoluta comunión con el párroco, porque es el que marca la acción pastoral. Es verdad que con don Rafael es muy fácil porque no viene con un programa y me lo da, hablamos mucho y lo vemos, pero, al final, yo estoy un poco al servicio de esta colaboración con él. También poder estar lo más cerca del equipo que coordina para poder estar lo más cerca de los educadores y de los juniors. En lo que necesiten quiero poder estar. Luego también con la gente de línea ascendente, es decir, las personas más mayores, los enfermos, tenemos un hospital y habrá que ver cómo lo hacemos para ver cómo los atendemos, o la vida religiosa, con las religiosas del convento de las Carmelitas.
La
acción pastoral es conocer, ver y preguntar, sobre todo a Dios: vale Señor,
¿con estos por dónde? ¿con aquellos por dónde? Y estar abierto un poco. Yo creo
que hasta que no pase por lo menos un año no voy a poder hablar de un plan
pastoral como vicario. El reto es en asumir en continuidad lo que se ha
trabajado, estar al servicio y poder estar abierto a conocer todas las
realidades que se me presenten delante de mano del párroco para ir un poco
mirando a ver por dónde va cada cosa.