Estamos en vísperas de la fiesta de San Vicent Ferrer, el santo valenciano más universal, conocido, venerado y festejado en numerosas ciudades de España, Europa y América, casi más que en su propia tierra. Aquí, en el antiguo Reino de Valencia, hoy Comunidad Valenciana, el lunes será día festivo en unos municipios y no en otros, como es el caso de Ontinyent. No me voy a meter en disquisiciones sobre el particular, pero si llamar la atención, un año más, sobre el abandono de la ermita que en el Pla que toma por nombre el de Sant Vicent.
Una sencilla capilla que se mantiene en pie, pero sin posibilidad ni ganas de rendirle culto ni siquiera el día de su santo. Una lástima. A nuestro santo, al que se le han atribuido más milagros que a cualquier otro inquilino del santoral, hay que añadirle la supervivencia de la ermita pese los expolios sufridos en el último medio siglo: el bajorrelieve situado en la fachada sobre la puerta de entrada; la campana; una artística reja en la que aparecía forjada una custodia. 
A la vista del abandono al que ve sometido el oratorio, tanto por parte de las autoridades eclesiales como municipales –sin que el ofrecimiento de La Nostra Terra de echar una mano para evitar su total ruina -- el santo ha decidido regalarse estos días, gracias a la colaboración de las lluvias que han regado nuestros campos, un ornato de margaritas, tal como se puede aprovechar en la fotografía hecha el día de San Jorge. 
La ermita será noticia el día en que un conductor borracho o viajando a excesiva velocidad a la salida de Ontinyent, y con el ángel de la guarda de día libre, termine estampándose contra ella. Esperemos que si eso llegase a ocurrir por alguna de las razones apuntadas, la intervención del santo sea una vez de lo más taumatúrgica y evite, al menos, las desgracias humanas.