“…y Ontinyent/ siempre bendecirá su sacra imagen”, dice el capitán cristiano respondiendo a las vanas pretensiones del embajador moro de ganar la plaza con la convicción de sus palabras. La sacra imagen es la del Cristo de la Agonía en cuyo honor se vienen celebrando las Fiestas de moros y cristianos de Ontinyent desde 1860. Ese siempre, tan categórico, se interrumpió en 1936 cuando un grupo de milicianos, los mismos o sus camaradas que ya habían quemado el convento de las Carmelitas y destrozados los retablos de las iglesias de San Miguel y Santa María –en este caso fundiendo la imagen de la Purísima y beneficiándose de la plata de la que estaba formada-- decidió destruir la imagen del Cristo que fue quemada en la propia ermita de Santa Ana, a la que fue devuelto en camión en sacrílega Pujà, a la que siguió su quema en impía hoguera.

A no pocos paisanos les sorprenderá el dato de la destrucción del Cristo de la Agonía, hecho que no ha interesado mantener en el recuerdo colectivo. Ni siquiera lo fue como propaganda durante el franquismo frente las hordas rojas. Menos lo está siendo y lo será según la didáctica de la memoria democrática, decidida según los cánones que la inspiran, a obviar todo cuanto signifique demonización del vandalismo del Frente Popular. 

La presencia de una réplica del Cristo de la Agonía, formando parte del boato de los hermanos José Francisco y David Seguí Martínez, embajador y abanderado de los Contrabandistas en la Entrada Cristiana, no ha sido motivo de encontrado debate ni polémica en los medios de comunicación serios, ni en las redes sociales. En otros tiempos, un comunicado como el redactado por el párroco de Santa María-San Carlos, Antonio Ferrando Martí, en su condición de asesor religioso de la Junta de Gobierno de la Sociedad de Festeros, en el que criticó la presencia del Cristo en la Entrada, hubiese supuesto una convulsión. No ha sido así en este caso, por más que apuntase el reverendo la existencia de una consulta previa que se le hizo para conocer su postura sobre la presencia del Cristo. Se dolía el párroco de que habiéndolo desaconsejado no se hubiese tomado en consideración su respuesta. 

Yo mismo, sorprendido como miles de espectadores de las Entradas por el inusual uso de la imagen del Cristo de la Agonía, indagué tratando de conocer la opinión de aquellos paisanos, festeros y no festeros. A mí, que no me pareció adecuado que se procesionase al Cristo en acto distinto a los que son suyos en el programa de nuestras fiestas, obtuve respuestas que de modo mayoritario indicaban haber visto con buenos ojos tan novedosa iniciativa que, además, debió contar con la aprobación o consentimiento de la Junta de Gobierno, si de suyo se mantiene tan quisquillosa como es otorgar o denegar permisos sobre boatos, iniciativas, indumentarias, actos… y con todo con cuanto tiene que ver en la propia programación festera  y, aunque sea de soslayo con la Fiesta.

Comentaré, para abundar en este afán metomentodo de la Junta de Gobierno, un hecho que más que sufrió el Projecte Trèvol. Decidimos en la Associació d’Amics del Projecte Trèvol, con el fin de proveernos de fondos con los que ayudar a las exigentes necesidades del mundo de la discapacidad, programar en el teatro Echegaray una representación de nuestras Embajadas, de modo que pudiesen ser conocidas y seguidas desde el sosiego y buena acústica de su patio de butacas, los versos de José Joaquín Cervino por quienes en años anteriores habían tenido la honrosa y apasionante responsabilidad de recitarlos en la Plaza Mayor. Lo tenía convenido con embajadores que mostraron su entusiasmo e inmediata aceptación. En este caso, la idea era acompañar el recitado con imágenes de históricos momentos de nuestras embajadas, al tiempo que en pantalla aparecían rotulados los versos, y técnicos en el lenguaje de los signos ofrecían la mímica versión de cuanto se iba recitando. 

Se me ocurrió comentar la iniciativa con la que hasta estas fiestas ha sido la presidencia de la Sociedad de Festeros y cuál fue mi sorpresa, del todo desagradable por estúpida, que se denegaba la “autorización” alegando la prohibición con el falso argumento de ser la Sociedad de Festeros la propietaria de los derechos de autor del texto de la Embajada, ignorando en su tan taxativa prohibición, que la propiedad de esos derechos decae a partir de los setenta años de la muerte del autor. Por más que se pudo haber hecho estas otras embajadas sin necesidad de ese permiso, desde el Projecte Trèvol se desaconsejó seguir adelante con la iniciativa. 

Debo deducir en buena lógica que, si en todos los demás casos se actuó con la misma meticulosidad, alguna decisión del mismo jaez debió tomarse por parte de la Junta cuando conoció los textos que dan cuenta de los boatos que las comparsas con cargo quieren exhibir, en el que figuraba la presencia del Cristo.

La polémica sobre la representación de la siempre venerada imagen del Cristo en la Entrada, no pasó a mayores. Sin duda, el respetuoso trato y el argumento que justificaban su presencia, pesó en el ánimo de espectadores y devotos. Uno de éstos, fidelísimo del Cristo siempre cámara en mano, vino a concluir que a nuestro Cristo se le puede ver y querer de muchas maneras y si, como parece, se hizo desde el respeto, no había nada que objetar.
Como me ocurrió la pasada semana, me he vuelto a quedar sin espacio en el que también poder referirme –ya que del Cristo he escrito – a otro hecho que no debe pasar sin su comentario, el de las reproducciones de su imagen como las últimas que se han hecho y cuyos presuntos beneficios, más presuntos que nunca en este caso, iban a ser destinados a la restauración de la ermita de Santa Ana.