Me gustaría contaros que escribo estas líneas mientras romantizo el momento, con algunas velas por el medio y música acústica de Leiva de fondo, pero lamentablemente no, ya no es así.

Antes escribía por placer, hoy lo hago como una denuncia a la sociedad. La incertidumbre, el inconformismo, la impotencia y muchos más sustantivos con el prefijo in- me impiden desde hace un par de meses sentarme en mi escritorio y empezar a imaginar más allá de la preocupación que todo esto me genera. Sin hablar de todo el tiempo reemplazado (además de perdido) enviando currículums y cartas de presentación que se quedan en la bandeja de miles de e-mails que nunca serán leídos.

Negatividad y miedo por mi futuro me invaden, al mismo tiempo que lo hace una rabia que me hace sentir estafada. Engañada y decepcionada con un sistema educativo que potencia la cultura de la queja; que promueve la salud mental mientras poco a poco, sin que seas del todo consciente, te la va quitando; que te invita a irte fuera del país y que dice “ayudar a todo aquel que lo necesite” menos al futuro de este mismo, la juventud.

Nadie nos lo había contado del todo, o sí, pero confiábamos en que los avances lo harían mejorar, y que algún día, alguien, decidiría cuidarnos. ¿Qué tan duro es hacerse adulto? Lo cierto es que no me gustaría culpar al envejecimiento, ya que las mejores maestras que he tenido nunca, mis abuelas, ya lo decían en cada cumpleaños que celebrábamos: “cumplir años es motivo para dar gracias”. También lo dice el periodista canadiense Carl Honoré, quien afirma que envejecer no es una condena, es un privilegio. Hoy me gustaría matizar esta cita de Honoré y contarle que hacerse mayor puede llegar a ser una condena, aunque dudo que él no haya sido consciente de esto que digo en algún momento. Una condena que empieza en el momento en el que la presión por lo que será tu futuro te hace elegir mal una carrera; continúa cuando por fin la encuentras y te hablan de vocación, algo que parece una utopía y que acabas perdiendo cuando te descubren que no eres suficiente para ningún puesto de trabajo. Por si fuera poco, la titulitis te desborda y la oferta pública, sus bolsas y procedimientos de selección, te muestran que no eres válido para el sistema que proponen (aunque pienses que lo has bordado en sus temidas, a la vez que injustas y poco transparentes oposiciones).

Mientras todo esto pasa, Elon Musk lanza al mercado "robotaxis" y los avances en tecnología nos sorprenden tanto que no puedo entender por qué en todo esto (que trata de moral y de cuidar a las personas) caminamos hacia atrás. Al fin y al cabo, y muy tristemente, la sociedad y el día a día no dejan de evidenciar el mundo que se avecina, donde se le da más valor a objetos inertes, como son las máquinas, que a los hombres y mujeres. Una sociedad donde nunca seremos suficientes para un sistema que pide individuos con valores éticos, pero que no los tiene con nosotros y que nos condena a ser esclavos de un futuro que nadie quiere, pero que tampoco nadie nos deja cambiar.