A la inmensa mayoría de ricos les pierde la necesidad de hacer ostentación de que lo son, y de lo que puedan hacer y hacen con sus muchos millones de euros, dólares, rublos o bitcoins. No reprimen sino mas bien todo lo contrario su vena exhibicionista con las pavonearse ante vecinos, colaboradores, compatriotas, colegas, competidores. El suyo es pecado de vanidad rebozado de soberbia y no poca avaricia, que suelen completar – si las condiciones lo permiten— con toda la lujuria que permita el cuerpo.
Bastante vanidad ha exhibido el pasado fin de semana el multimillonario británico Richard Branson, después de haber descendido de los cielos a los que poco antes había subido con su nave Vanity, con la que dio por inaugurado su calendario de viajes. Viajes espaciales por lo que toca a la altura alcanzada, en este caso los 85 kilómetros sobre la tierra, y de lo más especiales puesto que tan sólo quienes dispongan de algo más de 210.000 euros se podrán permitir el capricho de experimentar durante unos pocos minutos la sensación de ver cómo desaparece la gravedad de la tierra. Y poder hacer unas cabriolas, girando sobre sí mismos, dentro del reducido espacio del ingenioso artefacto con el que el empresario británico piensa seguir incrementando su ya fabulosa cuenta.
Dado que en estos tiempos resulta casi imposible del todo que un acto, cualquier que sea su naturaleza, no tenga su correspondiente vídeo para ser difundido y exhibido por las redes sociales, Branson también grabó el suyo al salir de su avión especial, el VSS Vanity, en el que se le puede ver tan feliz como suele estarlo un gorrino en un barrizal. Al respecto, no del gorrino sino de su felicidad, ha tenido a bien declarar que “una vez fui un niño con un sueño mirando hacia las estrellas. Ahora soy un adulto en una nave espacial mirando hacia nuestra hermosa Tierra. Para la próxima generación de soñadores: si podemos hacer esto, imagínense lo que pueden hacer ustedes”. Y añadió destilando felicidad por todos sus poros que “todo fue mágico”.
El propietario del conglomerado de empresa surgidas bajo el paraguas de la matriz original Virgin, se ha adelantado por muy pocos días a una gesta, la que también está dispuesto a hacer el próximo martes día 20 el dueño de Amazon, ese tipo tan alopécico como riquísimo llamado Jeff Bezos, al que tu, tú y tú habéis convertido en multimillonario con vuestras compulsivas compras por internet y que perfectamente podríais haber hecho en el comercio de la esquina. Pues bien, Bezos también tiene ya a punto su propio avión con el que piensa alcanzar los cien kilómetros de altura. Seguro que también exhibirá su vanidad de triunfador tan pronto aterrice su avión.
Pues bien, un día antes que Richard Branson consiguiese subir casi que al nivel de sus muchos millones, el sábado 10 de julio, festividad de san Cristóbal patrón de los conductores, también ascendió a las alturas un grupo de ontinyentins. Lo hicieron a bordo de dos globos que la compañía bocairentina Totglobo pone a disposición de todos aquellos que quieran gozar del espectáculo que supone elevarse, para ver y admirar el paisaje multicolor que ofrece el mosaico de nuestros campos: verdes los de las vides y frutales, amarillentos los trigales muchos de ellos ya segados, cenicientos los olivos, ocres las tierras abandonadas. Aquí, los hoyos de las madrigueras de los conejos. Allá, el corretear de un zorro en busca de su almuerzo…
La ascensión formaba parte del programa de actos que el presidente saliente del Rotary Club de Ontinyent, Javier Cantó, había organizado dentro de la actividad principal, la de proceder al relevo anual de la presidencia y demás responsabilidades en el club. Todo un éxito. Para quienes todavía tenemos muchas asignaturas pendientes, la de subir en globo y poder volar durante algo más de una hora desde Bocairent a Fontanars, llevados por un viento imperceptible, fue una experiencia fantástica, de lo más aconsejable y de lo más repetible. Cierto que no llegamos a elevarnos tanto como Branson, pero ni falta que nos hizo. Nos basto para ver y admirar nuestro valle cuya hermosura cautiva a quienes lo descubren mientras que nosotros nos mostramos tacaños a la hora de concederle un elogio.