Con el titular que encabezo estas líneas no pretendo remedar el de una película de James Bond de los años sesenta. No. Trato de poner de manifiesto el hecho, felizmente repetido, de unas jóvenes que movidas por un Amor –con mayúsculas-- decidieran venir a Ontinyent. Un gran Amor por Dios y a la Iglesia a través de una comunidad religiosa, como la de las Carmelitas de nuestra ciudad, a la que se han venido incorporando en los últimos años. 

A mediados del pasado siglo eran cuarenta y dos las hermanas que formaban la comunidad de las Madres Carmelitas del Monasterio de la Purísima Sangre de Cristo, de Ontinyent. La muerte de tantas y tantas hermanas, que no fueron reemplazadas, fue dejando vacías muchas de sus celdas, y la crisis vocacional que sufre la Iglesia Católica, que deshabita tantos conventos y monasterios a lo largo y ancho de toda España, afectó también al Carmelo de Ontinyent. 
A propósito de crisis vocacionales cabe mencionar otro caso, vivido y sufrido en nuestra ciudad, la supresión de la comunidad de Hermanas de San Vicente de Paúl, que dejó de prestar, a finales de enero del 2017, su muy caritativa asistencia a las personas asiladas en el Santo Hospital Beneficencia, después de siglo y medio de presencia aquí. 

La comunidad del monasterio de las Carmelitas de Ontinyent habría estado al borde de su desaparición de no haberse visto bendecida,  gracias a Dios, con la llegada de varias jóvenes que desde el estado de Apure, en su Venezuela natal, han venido aquí quedarse de por vida. El pasado sábado, en una ceremonia emocionada y emocionante presidida por el padre Salvador Villota Herrero, prior provincial de los Carmelitas, la hermana Sor María Esperanza de la Santísima Trinidad hacia profesión solemne de votos, apadrinadas por Agustín Galbis Albert y Rosa Elizabeth Castillo Muaje, estando acompañada de su madre y un hermano desplazados ex profeso para ver a su hija y hermana en la celebración de un compromiso del todo vinculante para con Dios.

 Con sor María Esperanza son ya cinco las venezolanas que se han incorporado al convento de Ontinyent. Gracias a ella son nueve las monjas que lo habitan, cuidan, limpian y lo viven, sobre todo, para servir a  la meditación y oración constante. De la universalidad de la comunidad es prueba la procedencia de cada una de las hermanas. La priora es la madre Margarita Medina Armas, de Las Palmas de Gran Canaria, María Jesús Barahona Berzal, de Cincovillas, en Segovia; María Lourdes Font Font, de Vila Real; María Pilar Ureña Vaello, de Cocentaina; María Gabriela Bordones Herrera, María Isabel Chirinos España; María Teresa Peraza Parra y María Esperanza Sánchez Gutiérrez, del estado de Apure, en Venezuela, mientras que Raquel Mejías Pérez procede del estado de Barinas, también de Venezuela. 

Publiqué en ABC un artículo el pasado domingo, al día siguiente de la profesión solemne de votos de sor María Esperanza, del que reproduzco unos párrafos: “Conozco desde crío el convento de las que en Ontinyent siempre hemos llamado cariñosamente “de les mongetes tancaes”. Iba con mis hermanos mayores de la mano de nuestro abuelo materno para visitar, en un par de señalados días al año, a una prima lejana, que llevaba allí recluida desde los años treinta. Que salvó la vida, pese el asalto y quema del monasterio a manos de la turbamulta que en el 36 con tanto empeño se dedicó a destruir y quemar cuanto bien religioso tuvo a su alcance. Regresó terminada la guerra civil. La veíamos siempre con el rostro cubierto por un velo, detrás de una doble reja que representaba algo más que el carisma de su voluntario encierro.
Volví el pasado sábado al convento de las Carmelitas de Ontinyent, movido tanto por la curiosidad periodística como por compartir unas mismas creencias. Quedé admirado por la fuerza de la celebración, por los cantos de las hermanas, de un tenor y un coro que daban solemnidad a la ceremonia, con el tiempo que parecía haberse detenido a la puerta del templo para no molestar con su prisa.

Llegado el momento de la liturgia de la palabra, me emocionó escuchar en sus lecturas el seseo de familiares de sor María Esperanza, llegados desde su estado natal de Apure, en la doliente Venezuela hoy día secuestrada por el usurpador Maduro y su criminal banda. Un seseo que me hizo perder el hilo de la solemnidad para llevar mi pensamiento al hecho histórico --histérico para el anterior presidente de México, de quien le sucede, y demás majaderos podemitas de su misma ralea— como fue aquella sensacional proeza protagonizado por España y españoles, que en los siglos XV y XVI llevaron a aquel continente, entre otras preciados presentes,  la misma lengua y fe cristiana, que estaban presentes en  la celebración de los votos solemnes de la hermana María Esperanza.

Aquella nuestra misma religión llevada a las nuevas tierras, es la que en los últimos años se convierte en bendito retorno, puesto que desde allí han vuelto a nuestro país --cada vez más descreído y menos practicante-- sacerdotes y monjas que en buena medida han paliado la notable pérdida de vocaciones eclesiásticas y monásticas que aquí sufrimos”. Y, en el caso del Carmelo de Ontinyent, las jóvenes que han venido para quedarse aquí, han renovado la savia del árbol más de cuatro veces centenario que es el convento y comunidad, que así podrá celebrar con mayor ímpetu, ilusión y propósito dar gracias a Dios por el 450 aniversario de su fundación.
Desde Venezuela, con amor, han llegado esas cinco jóvenes, ya convertida en monjitas, siguiendo como los Reyes Magos la estrella que les guiaba el camino hasta el Carmelo de Ontinyent. Aquí, en donde cantan y rezan en la misma fe cristiana y lengua que predicadores españoles llevaron a América a partir de 1492. Mañana, fiesta de la Hispanidad, los hombres y mujeres de bien celebraremos el encuentro que supuso la llegada española a aquellas tierras. Y será razón, también, de agradecer que nos venga de allí tan buena gente.