Los médicos recomiendan el ejercicio diario como excelente actividad terapéutica frente el anquilosamiento. Consejo que se nos da a los más mayores y que yo procuro cumplir a diario por aquello de la norma de obligado cumplimiento de caminar diez mil pasos. No pocos de ellos los hago por el Carrer Major, arriba y abajo, como en los tiempos en que era paseo y punto de encuentro con quien te querías ver, o a quien te gustaba ver. Cosas de la edad. De aquella y de esta. 
El Carrer Major entró en decadencia hace ya más de tres décadas por culpa de un cúmulo de adversidades, aunque ninguna tan desastrosa como una nefasta reforma que ha sido su mortaja en la que sigue envuelta. De aquella inacabable reforma, de la que fue responsable un gobierno municipal en el que mandaba el Bloc, estos lodos en que seguimos enfangados. La calle fue perdiendo valor urbanístico, social y comercial. Y aun siendo tanta la adversidad que padeció y padece, sigue siendo escenario de muchas actividades culturales, religiosas, deportivas y civiles. Entre las principales, la práctica totalidad de actos de nuestras internacionales Fiestas de moros y cristianos.

Que haya sido de siempre una calle desprovista de árboles no quiere decir que los perros –que sienten predilección por miccionar en sus troncos – no sean paseados por allí. De su presencia son las numerosas huellas que a lo largo de los tramos de Gomis y Mayans podemos ver y olfatear, sin que el obligado remojón, que no todos los dueños efectúan, para diluir el impacto de la micción sea suficiente para disipar sus rastros y olores. 

He comenzado estas líneas, que pretenden ser un catálogo de adversidades de la que fue calle principal de la ciudad, para enumerar otras que ratifiquen su estado de postración. Podría sugerir de las autoridades que, al menos los restos de los orines fuesen combatidos con el riego de la calzada, pero de inmediato se me criticaría el consejo porque cualquier baldeo supondría la inmediata aparición de charcos en aquellos puntos en que los adoquines no bailan, pero que en los huecos de todos los demás --que son la inmensa mayoría-- el agua acabaría salpicando como un pequeño géiser al pisarlos. 

Pocos días después de acabadas nuestras Fiestas, un amigo de juventud que hizo el bachillerato en el Colegio La Concepción y hacía más de medio siglo que no había vuelto por Ontinyent, me anunció su visita. Una vez aquí quiso dar un largo paseo por la ciudad, que quiso comenzar por el Colegio, en aquellos días a la espera de la reanudación de su actividad docente. Cruzamos el Pont Nou y seguimos Calle Mayor adentro. Apenas lo habíamos recorrido cuando me comentó la sorpresa que le provocaba verlo tan cambiado y, más todavía, el elevado número de carteles de inmobiliarias que anunciaban el alquiler  o venta de bajos comerciales. “Pero es que casi todos están en alquiler o venta”, me decía y repetía sin disimular su asombro.

Los médicos recomiendan el ejercicio diario como excelente actividad terapéutica frente el anquilosamiento. Consejo que se nos da a los más mayores y que yo procuro cumplir a diario por aquello de la norma de obligado cumplimiento de caminar diez mil pasos. No pocos de ellos los hago por el Carrer Major de Ontinyent, arriba y abajo, como en los tiempos en que era paseo y punto de encuentro con quien te querías ver, o a quien te gustaba ver. Cosas de la edad. De aquella y de esta. 

El Carrer Major entró en decadencia hace ya más de tres décadas por culpa de un cúmulo de adversidades, aunque ninguna tan desastrosa como una nefasta reforma que ha sido su mortaja en la que sigue envuelta. De aquella inacabable reforma, de la que fue responsable un gobierno municipal en el que mandaba el Bloc, estos lodos en que seguimos enfangados. La calle fue perdiendo valor urbanístico, social y comercial. Y aun siendo tanta la adversidad que padeció y padece, sigue siendo escenario de muchas actividades culturales, religiosas, deportivas y civiles. Entre las principales, la práctica totalidad de actos de nuestras internacionales Fiestas de moros y cristianos.

Que haya sido de siempre una calle desprovista de árboles no quiere decir que los perros –que sienten predilección por miccionar en sus troncos – no sean paseados por allí. De su presencia son las numerosas huellas que a lo largo de los tramos de Gomis y Mayans podemos ver y olfatear, sin que el obligado remojón, que no todos los dueños efectúan, para diluir el impacto de la micción sea suficiente para disipar sus rastros y olores. 

He comenzado estas líneas, que pretenden ser un catálogo de adversidades de la que fue calle principal de la ciudad, para enumerar otras que ratifiquen su estado de postración. Podría sugerir de las autoridades que, al menos los restos de los orines fuesen combatidos con el riego de la calzada, pero de inmediato se me criticaría el consejo porque cualquier baldeo supondría la inmediata aparición de charcos en aquellos puntos en que los adoquines no bailan, pero que en los huecos de todos los demás --que son la inmensa mayoría-- el agua acabaría salpicando como un pequeño géiser al pisarlos. 

Pocos días después de acabadas nuestras Fiestas, un amigo de juventud que hizo el bachillerato en el Colegio La Concepción y hacía más de medio siglo que no había vuelto por Ontinyent, me anunció su visita. Una vez aquí quiso dar un largo paseo por la ciudad, que quiso comenzar por el Colegio, en aquellos días a la espera de la reanudación de su actividad docente. Cruzamos el Pont Nou y seguimos Calle Mayor adentro. Apenas lo habíamos recorrido cuando me comentó la sorpresa que le provocaba verlo tan cambiado y, más todavía, el elevado número de carteles de inmobiliarias que anunciaban el alquiler  o venta de bajos comerciales. “Pero es que casi todos están en alquiler o venta”, me decía y repetía sin disimular su asombro.

Seguimos y nos detuvimos ante la abandonada mole del que fue hotel Fontana, luego Pou Clar. “¿Y esto?”, preguntaba pasmado. No se refería únicamente a la que fue una espléndida construcción, sino que también se refería al inacabado edificio con el número 69 de la calle Gomis, que sigue esperando, sin que nadie sepa cuál será su futuro ni quien esté dispuesto a terminarlo. Le confesé mi desconocimiento sobre las posibles  razones de su parálisis: “No sé si por dificultades financieras de la empresa constructora o culpa de leoninas condiciones exigidas por la Oficina Técnica y su bien ganada fama de “oficina siniestra”, por las tantísimas pegas y dificultades –que unas serán ciertas y otras pudiera ser que justificadas exigencias urbanísticas— que tanto particulares, promotores inmobiliarios y constructores dicen haber sufrido hasta el aburrimiento que les llevó al desistimiento del proyecto. 

Le recordé a mi amigo un comentario que me hicieron tiempo atrás, y que vendría a ser prueba de las numerosas pegas puestas por la Oficina Técnica para de tres edificios de la calle Gomis. Se me dijo que el adquirente de las casas numeradas 44, 46 y 48 pretendió unificarlas para construir viviendas, pero que se le impidió que igualase la distinta altura de los suelos de cada una de ellas, lo que obligaba a hacer unas viviendas con dos niveles en un mismo habitáculo, por lo que decidió no seguir adelante. Como me lo contaron lo cuento, con la prudente reserva que debe hacerse cuando no se ha contrastado el comentario.

De lo muy tiquismiquis que se pone la Oficina Técnica sí lo demuestra, y ése sería de modo concluyente la prueba del algodón, el número de industriales que en los últimos años se fueron de Ontinyent para instalar sus empresas en polígonos de municipios vecinos de Agullent, Aielo de Malferit o l’Olleria. Otro caso llamativo de la misma calle es el solar al que corresponde a los números 56 y 58 de Mayans y del que se conservan apuntaladas las piedras de sillería de la que puerta principal. Su propietario, en buena lógica estética, quiso retranquear la que sería nueva fachada, para situarla en línea con el edificio colindante, pero se encontró con que se denegaba su solicitud.  
Hay otras casas con evidentes huellas de abandono de la que fue vía muy principal, en claro contraste a cuanto de ella comentó Teodoro Llorente al decir de nuestra ciudad en su obra “Valencia”: “Siguiendo la calle Mayans (bienhechor de Onteniente, que con justicia ha perpetuado su nombre), calle que, por sus buenos edificios, es digna de una ciudad”.  ¿Repetiría Teodoro Llorente, fundador de Las Provincias, lo mismo que dejó escrito en 1889 de la calle Mayans si volviese y la viese en su actual estado de postración?