En el mes de junio de 2022 en este mismo espacio publiqué un “Carrer Major” con el título “Basuras y bancal de la Creu”, en el que llamaba la atención sobre las circunstancias cargadas de historia que rodeaban un bancal de nuestro término, ubicado a pocos metros de donde termina la Costa, en el camí de la Umbría, cerca de la finca conocida como Mirambé y el teular del Mosso. Un bancal con nombre propio, el de la Creu, tal como está recogido en diversos documentos, como uno de finales del siglo XIX en el que se pormenorizan las distancias del camí de la Umbría.
Repetiré la historia que ya entonces comenté. Era por los años de la alcaldía de Vicente Gironés Mora cuando se acometieron, entre otras iniciativas urbanizadoras de calles y plazas, muchas de ellas todavía de tierra, la mejora de algunos caminos rurales. El camí de la Costa mereció suficiente interés como para ser ampliado en los tramos en que se pudo hacer sin grandes desmontes laterales, además de recibir por primera vez una capa de asfalto, lo que suponía decir definitivo adiós a las piedras, baches, gravas, pedruscos y las carriladas que constituían el amplio catálogo del material y características de que estaba hecho el firme de la calzada.
Su ampliación, acometida a principios de la década de los setenta del pasado siglo, requería una pequeña expropiación del ya citado bancal. Y el alcalde se dirigió a los propietarios de aquel bancal, el de la Creu, para conseguir la cesión de unos metros. Basaba su petición en la ventaja que supondría para todos los vecinos y usuarios las de ampliación y mejoras y asfaltado. El bancal formaba parte de la caseta La Serafina, que heredó mi madre que, como buenísima persona que era, y con el apoyo de mi padre, no pusieron ninguna pega a la pretensión del alcalde y, antes bien, entendieron que debían contribuir a la mejora de aquel camino y más si dejaba de ser el incómodo y trepidante pedregal que durante toda la vida tuvieron que sufrir cuantos transitaban por él.
Había existido en el vértice de aquel bancal, a mitad de los dos caminos que allí se dividían, una cruz de término que como otros muchos símbolos religiosos sufrió un atávico ataque en 1936. Mis padres sugirieron al alcalde que si se acometían esas obras y ellos cedían los metros que se les pedían, sería de lo más conveniente que se repusiese la Cruz que allí hubo durante decenios. Le pareció bien al alcalde aquella contrapartida que, por demás, era la más sensata para los intereses municipales, comprometiéndose a que en breve una cruz sería levantada en el mismo lugar en que se hallaba la desaparecida. Un amistoso acuerdo que, por otra parte, evitaba al consistorio el siempre farragoso papeleo tendente a lograr la expropiación de unos terrenos, además de tener que fijar una cantidad compensatoria.
El Ayuntamiento ocupó el terreno, por medio de una brigada de obras que dio un buen bocado al bancal de la Creu, sin que ningún papel oficial o timbrado plasmase el acuerdo verbal suscrito entre la Alcaldía y mis padres, fiadas como quedaron ambas partes en que la palabra dada no necesitaba de más documentos que cuanto significa estrecharse las manos. Craso error, como se vería pasados unos años y habiendo fallecido Vicente Gironés. Verba volant scripta manent es una sentencia latina de lo más cierta y apropiada al caso que comento. Las palabras vuelan, lo escrito permanece. Porque el bancal de la Creu sí vio recortada su superficie pero sin que en ningún momento una cruz se alzase para volver a dar pleno sentido a la denominación de aquel paraje.
Pasados unos años, bastantes desde que recuperásemos la democracia, el Ayuntamiento decidió colocar unos contenedores de basuras y otros para el reciclaje de envases, vidrios y papel en aquel mismo lugar aprovechando el terreno ganado. Mis padres, Joaquín y Carmen, lamentaron la ocupación del espacio que cedieron al consistorio sin más contrapartida que le reposición de la Cruz de término que nunca se llevó a cabo.
Tras su muerte, sus hijos acordamos que la casa Serafina, a la que pertenece el bancal de la Creu, pasase a ser propiedad de nuestro hermano Miguel que la cuida con especial mimo.
Han pasado mucho años, demasiados, desde que se produjese aquel amistoso acuerdo. Verba volant cabe recordar ahora, medio siglo después del acuerdo, para que sirva de práctico ejemplo, además de advertencia de cuan aconsejable es que para constancia de las partes contratantes y terceros, cuanto se pacte quede refrendado en un papel. Y si es una comparecencia delante de un notario, mucho mejor. Hay más cosas que contar del bancal de la Creu, pero ya será la próxima semana porque el espacio no da para más.