“El objetivo final, principal y primordial que yo tengo como ministro de Unión Europea es la oficialidad del catalán en Europa”. Lo ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, José Manuel Albares, al principio de esta semana. No es un fake, ni uno más de esos montajes difícilmente detectables de suplantación de personalidad por las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial. Tampoco es un bulo, aunque mereciese serlo.

No, se trata de declaraciones de un ministro con las que trata de compensar a Puigdemont los sinsabores de una amnistía que todavía no le ha llegado. Pero que le llegará. ¿O no Pumpido Conde? ¿O sí Conde Pumpido? Tanto Conde como Pumpido y sus cómplices/colegas cumplirán fielmente lo que les diga Pedro Sánchez, y constitucionalizarán cuanto sea necesario para validar la redentora ley, que el presidente del Gobierno se comprometió a regular para regalar al prófugo de Waterloo como contrapartida por los votos de los siete diputados de su caterva. Todos éstos con la daga dispuesta para lo que haga falta a la hora de votar a favor, o no, de Pedro Sánchez en el Congreso.  

Amnistía y oficialidad del catalán. Por este orden, pero con igual urgencia. Aparentemente no pasa nada más urgente en España. Y tanto como pasa, por más que a la creciente insensibilidad social y política del paisanaje todo se la trae al pairo.  Y ya no es siquiera motivo de repudio que siete ministros, sin duda ociosos y desocupados, hayan aceptado sustituir el tiempo que deberían dedicar a sus obligaciones a dedicarlo a algo que lo mismo puede ser jurado, equipo de investigación, corte justiciera o tribunal inquisidor,  dedicado a determinar qué medios de comunicación lo son y podrán seguir siéndolo,  y qué otros son productores de fango y, por tanto, merecedores de voladura, como  el franquismo hizo con el diario “Madrid”.

Siete ministros, siete. Tantos como los pecados capitales. Pero no puede por estar dedicado en cuerpo y alma a cumplir su “objetivo final, principal y primordial que en Europa el catalán sea lengua oficial”. De no haber sido por esa imperiosa urgencia, también formaría parte del equipo ministerial de caza fantasmas. 

La ministra Alegría –ese es su apellido y por no otra razón la tengo que nombrar así-- se limitó a informar que «el plan tiene un objetivo claro, que es mejorar la calidad democrática, y por tanto la transparencia. Y ahí, desde luego, entramos todos». No cabe más sarcasmo en veintitrés palabras, incluidos artículos y conjunciones. Que el gobierno más opaco, el que menos permite a los periodistas hacer preguntas, y si las hacen en muchos casos no hay respuesta, se pavonee de “mejorar la calidad democrática y, por tanto, la transparencia” es una irritante burla, una hedionda candonga.

Y ¿cómo no han incorporado al ministro que descarrila al insultar y se le paran los trenes, siendo como es el que ya cuenta con un equipo de asesores para que repasen lo que de él se dice en los medios de comunicación? ¡Qué manera de desaprovechar sus notables conocimientos! 

Hablando del catalán y la obcecación independentista por imponerlo en Europa, sería conveniente reparar en las palabras de Joan M. Serra Sala, profesor y geógrafo, autor del estudio “L’ús parlat del català”, que en declaraciones a “El Periódico” ha dicho algunas verdades que sería conveniente tomar en cuenta por lo que al uso del valenciano se refiere. Como que “el catalán ha vuelto a la escuela, pero suspende en uso social”. O que “somos –y en su recuento también nos mete a los valencianos—diez millones de catalonohablantes potenciales, que saben catalán, pero sólo 5,8 millones lo hablan”. 

Tomen nota aquellos que quieren imponer “la nostra llengua” aunque sea con calzador, algunas más de las conclusiones: “El catalán ha pasado de ser la lengua del país para ser la de los independentistas”. “Si no se rompe la tendencia actual podría ocurrir que dentro de cincuenta años la población que hable catalán se sitúe entre el 20 y el 25%, como ocurre con el galés”. “Debemos volver a que el catalán sea de integración, porque la inmersión, que funcionó en los 80 y 90, es ahora un fracaso”. “En las aulas no se ha de enseñar como un trámite, porque si no, después, no formará parte de sus relaciones personales”. Reflexiones que tanto valen para quienes consideramos el valenciano lengua con propia personalidad –y advertimos del error de imponerlo sin posibilidad de elección en las aulas --   como para quienes la entregan como ofrenda en el altar de la catalanidad.

A la vista del revelador estudio Serra –caso de haberlo hecho Tezanos el catalán lo hablaría el ciento diez por ciento de su población – la solución que más place al independentismo puigdemoníaco es la oficialidad del catalán en Europa. Objetivo “final, principal y primordial” a despecho de tantos problemas como tienen de nuestros agricultores (a los que se les impide el uso de plaguicidas que sí les permite a  países terceros que nos envían sus productos en desigual competencia). O  los que padecen nuestros empresarios textiles, agobiados por los costes de la energía, las exigencias y urgencias medioambientales, a las que cada vez más les resulta imposible adaptarse, además de tener  competir con importaciones asiáticas con irrisorios aranceles. 

Nada de eso ocupa y preocupa al ministro de Asuntos Exteriores que, muy metido su papel de ministro de Unión Europea, se dedica a tratar de convencer a sus colegas de algo así como que “Europa no será si no habla catalán”. Señor Albares, con el respeto que me merece, que es ninguno, que le den butifarra.