Han aparecido publicadas en LOCLAR unas cifras que me parecen tan espectaculares como sorprendentes. Las 235 plazas para realizar estudios en el campus de Ontinyent no sólo han sido ocupadas, sino que 2.300 solicitantes se han quedado en lista de espera. Para quienes, como es mi caso, hemos alcanzado una edad provecta –que es la manera de escapar y no hacer uso del término viejo – el mapa educativo de nuestra ciudad no tiene nada que ver con el de hace poco más de medio siglo, cuando para obtener los títulos de bachiller elemental y superior tenías que efectuar un examen de reválida, que por fuerza debía hacer en un instituto de enseñanza media. Dado que aquí no lo teníamos, los de Xàtiva o Alcoy eran los centros en donde ponían a prueba tu preparación. Un examen que recuerdo como una pesadilla felizmente superada.

En 1971, todavía con Francisco Franco en el poder –perdón por la cita porque cualquier día será ilegal la mera mención de su nombre --  la inauguración del primer instituto en el Onteniente de entonces, el de L’Estació, supuso un decisivo avance en la educación, al que seguirían otros dos institutos, el Jaume I y el Pou Clar. Crear en nuestra ciudad un campus vinculado a la Universitat de Valencia fue un éxito atribuible a los esfuerzos mancomunados del Ayuntamiento y Caixa Ontinyent, merecedor del aplauso popular y no menor que, pongo por caso, ha tenido el reconocimiento de nuestros moros y cristianos como Fiestas de Interés Turístico Internacional. No pretendo establecer ninguna comparación porque son realidades distintas. Ambas pueden y deben abonar los mejores sentimientos de pertenencia a una ciudad cuyos naturales tienen a gala que, cuando se marcan un objetivo, son muy pocas veces las que no lo consiguen alcanzarlo. Como ha sido el caso de la fabricación de mascarillas –con maquinaria diseñada y ensamblada en nuestra ciudad – cuando la pandemia del covid las reclamaba con la urgente necesidad de cubrirnos nariz y boca.

… y el de nuestras Fiestas
A pesar de que el programa oficial señala que pasado mañana domingo, con la Subida del Cristo a Santa Ana, culminarán nuestras Fiestas, la realidad es otra. Porque este fin de semana, ya sea en cenas y comidas, o en ambas, el ciclo festero tomará nuevo impulso con la designación de los cargos principales, capitanes, embajadores y abanderados, y otros no menos importantes como son los primers trons. 
Acabamos de vivir las primeras con declaración internacional. Un reconocimiento que se ha visto ratificado por la espectacularidad de unas Entradas que han producido pasmo y admiración. El incremento de la audiencia de À Punt, que las retrasmitió, ha confirmado la grandiosidad y colorido de unos desfiles que causan asombro. Una fascinación que se ve difuminado por su excesiva duración. Hay coincidencia en justificar las deserciones de tantos espectadores que abandonan sillas y tribunas, que se van despoblando a medida que pasan las horas y siguen pasando más y más moros.

Será conveniente reinventarlas  
Directivos tiene la fiesta con una patata caliente en las manos. No les resultará fácil, ni cómodo ni todo el mundo festero estará de acuerdo en sus propuestas, pero no van a tener más remedio que reinventar nuestras Fiestas si no quieren ellos y todos que puedan morir de éxito. Un peligro que está ahí y que se debería conjurar. A propósito de la excesiva duración de las entradas, leí la atinada reflexión que a este propósito hacía en Facebook un festero de larga trayectoria personal y familiar como lo es Rafael Rovira. Me ha parecido conveniente reproducir estos párrafos: “La Entrada Mora de Ontinyent tardó en pasar por el mismo punto, cinco horas. No hay espectador que lo soporte. Si los hay, son pocos. Me lo dijo un observador sin consultoría que aconseje acerca de la mejora de la imagen pública de las fiestas de moros y cristianos: no hay festero de los protagonistas de la Entrada, los que salen todos los años, que haya sido capaz de aguantar ese acto entero como espectador. Si es cierta la afirmación, algo no está saliendo bien; pese a que el desfile ha sido cojonudo, posiblemente haya que mejorarlo o quizás acercarlo al espectáculo en su justa duración, acortarlo para aproximarlo a la cualidad de lo bien acogido”.