Convenzo al artista noruego Öder Fla para pasear por los caminos del diseminado de nuestro Ontinyent. Ha vuelto a nuestra ciudad cuando los calores son más acusados y capaces de derretir el espíritu más templado. Regresa cada año a mediados de julio porque tiene comprobado que es cuando las cigarras cantan con mayor ahínco. Él hace como los reptiles de sangre fría que buscan la complicidad del Sol. “La gente se queja de esos cuarenta y tantos grados, como los del pasado fin de semana. Nunca hace calor al gusto de todos. A mí me encanta y por eso vengo todos los años huyendo del frescor de mi país”.
Caminamos cuando no ha comenzado a convertirse en agobio el paseo. Al rato me hace una observación: “¿Por qué se arrojan tantos desperdicios por estos caminos llenándolos de papeles, plásticos, envases, cajetillas de tabaco? ¿No pueden deshacer de todo eso cuando lleguen a sus casas en vez de tirarlos por todos lados?”. Añade a sus preguntas la recogida de algunas latas que han quedado laminadas por el paso y peso de neumáticos. Las mete en un zurrón, compañero inseparable de sus caminatas, y se me queda mirando lo estupefacto que me ha dejado. “Material para otra obra mía. No voy a decirte nada más por ahora”.
Seguimos caminando. “¿Has visto alguna etapa del Tour de Francia?”, me pregunta. Sí, le digo. Y lo he hecho con la admiración de ver la fuerza del corredor esloveno Tadej Pogacar que ha ganado la carrera y seis etapas, al igual que ya hizo durante el Giro de Italia que también lo ganó, demostrando una apabullante superioridad que espero y deseo no se vea enmarañada por ningún estimulante o mejunje como los usados por otros para anotarse triunfos fraudulentos, como ocurrió con el norteamericano Lance Amstrong, el peor caso de dopaje en el mundo del ciclismo”.
Öder es de la misma opinión. Se declara rendido admirador de Pogacar. “Y también de la realización televisiva –dice-- porque los franceses hacen de su prueba ciclista, la más importante del mundo, propaganda de todo lo suyo. Su tele no solo te permite estar viendo la competición desde dentro, como si fueses a bordo de una moto en la que viaja un operador de cámara de televisión. También por las vistas aéreas que captan desde helicópteros y drones, para ofrecer los maravillosos paisajes de una tierra que siendo preciosa a rabiar, tiene la servidumbre de estar habitada por unos individuos que siempre me han parecido antipáticos, sobre todo los parisinos.
Cuando ya llevaba recogida media docena de latas, Öder me hace una reflexión que le adelanto que con su permiso la aprovecharé en mi próximo Carrer Major. Aquí la dejo anotada: “¿No podría ser que en parte esos desperdicios hayan sido arrojados por unos pocos ciclistas y muchos más por conductores de coches que, una vez consumida la bebida, hacen lo mismo que los corredores del Giro, del Tour, de la Vuelta a España que en acabar el bidón lo lanzan fuera de la carretera?”. Esa es la pregunta que hacen voz alta. Antes de que me dé ocasión de responder, él sigue perorando.
“Los bidones con líquido del que beben los ciclistas pesan unos pocos gramos una vez vaciados. ¿Por qué no lo entregan al coche de apoyo de su equipo cuando recogen otro lleno? Sería una estupenda manera de apoyar la economía circular, el reciclaje, en vez de fomentar el despilfarro, aunque no creo que nunca haya sido esa la intención de los equipos y sus corredores, pero el gesto de arrojar los recipientes, que se repite muchas veces durante la retransmisión de cada etapa, no es nada aconsejable”.
Noruega, el país natal de Öder, tiene fama por la limpieza de sus calles y la preocupación de sus gentes y sus gobernantes por el cuidado del medio y del ambiente entero. Me permito comentarle al amigo un hecho que los mayores recordaremos no sin cierta nostalgia. Cuando acudíamos a la tienda del barrio, de las que una vez cerrada la de Fuset no recuerdo que nos quede alguna más en nuestro Ontinyent, lo hacíamos en muchas ocasiones para comprar una botella de llimonà, que era esa nuestra peculiar manera de denominar la gaseosa. “Has portat el casco?, nos preguntaba el tendero. Y el casco vacío y mil veces vuelto a llenar, era entonces nuestra aportación a la reutilización de los envases que entonces tenían un valor. Entonces no sabíamos nada de plásticos y cartones en el número y cantidad con que ahora llenamos contenedores que, a su vez, colmatarán recintos y depósito. Eso en el mejor de los casos, porque según se comenta, cuando las plantas de reciclaje no pueden atender todo el material que les llega, terminan por botarlo en vertederos de basuras.
Curioso personaje este Öder Fla cuyas reflexiones siempre me han parecido oportunas e ingeniosas, tanto o más que su obra artística que termina indefectiblemente en manos noruegas en donde es apreciado y cotizado. “Y aquí, le digo, también lo serían si te animases a exponerlas”. “Otro año”, es su evasiva respuesta. “He venido a descansar buscando ese maravilloso calor que tanto detestáis”.