Entre el paisanaje español se da por cierto un viejo y conocido aserto, ese que dice que el marido siempre es el último en enterarse. Puede que así sea en numerosos casos. Por confianza ciega en la cónyuge, que ha pasado de esposa a mujer, y ahora a pareja. O también porque la condición de cornúpeta no se le ha manifestado con la aparición de protuberancias frontales, como es el caso de un fulano que acudió a la consulta médica tratando de averiguar las razones por las que, habiendo sido informado de las reiteradas infidelidades maritales, no le habían salido los cuernos. Le dio cumplida explicación el doctor de tan popular creencia, tras la que el engañado dijo sentirse tranquilo. “No sabe el peso que me ha quitado de encima, creía que era por falta de calcio”.
En el caso del marido-presidente del Gobierno de España no podrá decir que no conocía qué hacía su mujer. Y tanto que lo sabía. Todas aquellas actividades e iniciativas empresariales y presuntamente docentes de Begoña Gómez en forma de petición, sugerencia, ruego, aval o solicitud para conseguir ayudas, subvenciones y sinecuras para las empresas que habían solicitado su intermediación y apoyo, las obtuvieron del Gobierno de España presidido por su marido, Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Fueron acuerdos adoptados en la mesa del Consejo de ministros, con el marido-presidente al frente, del que no consta que en ningún caso se ausentase, como sería recomendable tanto ética como estéticamente, en el momento de la aprobación de esas ayudas, varias de ellas de una cuantía que deja en minucia las que obtendrá Kylian Mbappé tras fichar por el Real Madrid.
El marido-presidente lo sabía, pero se creía inmune y blindado por el apoyo incondicional –perruno, al decir de quien encabeza la candidatura socialista en las elecciones europeas del domingo—del grupo sanchista en el Congreso de los Diputados, así como por el ciego respaldo de unos palmeros mediáticos que han decidido prestarle incondicional e irracional soporte. Y no sólo no critican sus actitudes cesaristas, es que ni siquiera le reclaman que en vez del género epistolar, al que se ha abonado el marido-presidente para lanzar su ofensiva con los jueces y la fachosfera, se sometiese a las preguntas de los periodistas a los que se les denigra haciéndoles meros receptores de comunicados que muy bien podrían y deberían llegar a las redacciones por medio de un correo electrónico.
El marido-presidente ha conseguido embaucar a miles de votantes que, en vez de escandalizarse por el flagrante incumplimiento de todas sus promesas sobre pactos y amnistías, haciendo exactamente lo contrario de lo prometido, siguen dispuestos a votarle con ciega pasión. Él se creía blindado por ese muro de sodomizados y, que todo cuanto comenzaba a revelarse, él y el equipo monclovita terminaría neutralizando apelando a la máquina del fango y los bulos y culpando de todos los males patrios a la derecha y la ultraderecha. Parece que está más cerca el momento en que sus embustes y bulos, que han sido tantos, queden al descubierto porque ya no tiene suficientes incautos tras los que esconderse.
No podrá el marido-presidente, tan dado a repartir sus culpas y errores, repercutiendo sus consecuencias en espaldas ajenas, denunciar que no sabía lo que hacía su mujer. Porque todas las actividades de ésta, sólo algunas de ellas, de momento, objeto de la investigación judicial puesta en marcha, terminarán sabiéndose y Pedro Sánchez acabará atrapado en la propia tela de araña tejida por Begoña Gómez.
Tal como ha cambiado el panorama político-conyugal para la pareja inquilina de La Moncloa y habitual usufructuaria del bono-falcon, nada tendría de extraño que, en uno de los ataques de ira que son propios de todo prepotente e iracundo, termine cargando las tintas contra su propia mujer. El marido-presidente es capaz de cualquier cosa, tal como aparece en su “Manual de resistencia”. En su obcecación sólo alguien como él podría llegar a decirle a su mujer que lo que menos le gusta de ella es… su Peinado.