Recuerda que a poco de entrar en aquella aula del primer colegio parvulario al que acudía, una vez con su cuaderno abierto y listo el lápiz para hacer sus primeros garabatos, la monja le dijo que escribiese con la otra mano, la derecha. Acompañó la orden tomando su lapicero y poniéndoselo en la otra mano. Él intentó escribir debajo de su primera muestra de vocales a,e, i,o,u con la mano que le decían debía usar, pero al momento el lápiz volvía a su mano izquierda. No tardó en escuchar de nuevo la orden de que con la otra mano. Y el crío, más que bien, trató de cumplir a despecho de cuanto le dictaba su condición de zurdo. Insistió la monja en su reproche. Y él en su tendencia a usar la izquierda.
Las recomendaciones que no fueron atendidas dieron paso a las órdenes. Fue obligado a colocar su mano izquierda en su espalda y blandir el lapicero con la derecha para cumplir con los primeros deberes caligráficos. Salió del parvulario valiéndose de la mano diestra. La obligación monjil había triunfado. Incluso pudo haber recibido los parabienes de algún inspector de enseñanza en el caso de que su caso hubiese sido presentado como un éxito pedagógico, pero no hubo tal reconocimiento. Sus habilidades que nunca fueron maradonianas jugando al fútbol se las proporcionaba su pierna izquierda. E izquierda es la mano con la que ha empuñado tijeras de poda, alicates o un destornillador. Y la utilizada a la hora de lanzar una piedra sobre la superficie estancada de un agua contando los saltos que lograba, uno, dos, tres… hasta hubo ocasión de seis.
Como él, los demás zurdos, cuatro, que compartían aula parvularia acabaron su garabateando letras y números con su mano derecha. En alguna ocasión un amigo progre le dijo que esa era una prueba más de las imposiciones del franquismo. Muchos años después conoció a un rumano de su edad, también zurdo, que escribía con la derecha por haberle obligado su maestro. Un día se sorprendió al ver que quien en aquel momento era presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, firmaba un documento con su mano izquierda Dedujo que no había sufrido la imposición de tener que usar obligatoriamente la derecha. Le picó la curiosidad por saber qué otros personajes conocidos también zurdearon. Y se encontró que lo han sido Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Albert Einstein, Charlie Chaplin, Robert de Niro, Paul McCartney, Lionel Messi y también el rey Juan Carlos I, obligado de niño a usar la derecha. Y, aunque lo parezca, nuestro Rafa Nadal no es zurdo sino que su tío y entrenador vio que usando la izquierda le iba a ir mejor, como así fue, en el mundo del tenis.
Una vez jubilado el arriba firmante se resistió a dejar – como acaba de hacer Morante de la Puebla -- los trastos de matar, de escribir en su caso. Recordó que fue una Continental fue la máquina de escribir que le acompañó durante sus estudios de Periodismo. Después, según el destino profesional, lo mismo era una Underwood, también negra y pesada pero fiable, o la Hispano Olivetti de color azul verdoso con las que tendría que ejercer el oficio. Eran tiempos en los que el teclear de aquellas máquinas llenaban las redacciones de un sordo y permanente murmullo en medio de espesos humos nicotínicos. La algarabía del escribir a máquina disminuyó de modo notable con la llegada de unos ordenadores que exigían tantas habilidades que para algunos colegas fueron del todo insuperables hasta el punto de declararse objetores de las nuevas tecnologías.
Con las máquinas de escribir camino del desván, o del chatarrero, los avances informáticos llegados en cascada, le hicieron desertar de la escritura manual bolígrafo en mano. Pero llegó un día en que una afección en su mano izquierda conocida como Dupuytren le llevó al quirófano del Hospital de Ontinyent. Una vez intervenido y de poco más de 3 horas de estancia hospitalaria, provisto de un aparatoso de vendaje protector en la herida, le dieron el alta. Tenían decidido, forzado por la dificultad manual, interrumpir la que considera la auto obligación que sin ninguna necesidad ni exigencia alguna, se había impuesto de escribir semanalmente estas líneas. Pensó que no iba a escribir teniendo inservible la mano izquierda y sólo pudiéndose valer de la otra. Cavilaba sobre el asunto cuando se le iluminó la mente. Tenía una mano la derecha a la que siendo un crío se le obligado a usar y ahora podría valerle para hacer su crónica semanal. Tenía papel y un puñado bolígrafos prestos a ser usados. Sólo restaba ponerse a escribir. Y eso hizo con el resultado que aparece en las líneas precedentes a ésta.