Es nuestra función hacer ver a nuestros estudiantes que la sociedad en la que viven, y el sistema democrático que les acoge no es flor de un día, sino trasunto del trabajo de muchas generaciones que han luchado para hacer paradigma de la vida política el diálogo, el consenso, el entendimiento, frente a un modelo alternativo de confrontamiento cotidiano, aspereza en el debate, rechazo al discrepante y tensión social.
Hemos comenzado este curso traspasados por muchas interrogantes e inquietudes, las mismas que en los meses de febrero y siguientes del presente año trastocaron la vida académica, social y familiar de todos nosotros.
De repente, un fenómeno imprevisible e inesperado quebró cualquier proyecto e introdujo en nuestras vidas la noción de la inseguridad, por si la habíamos olvidado.
De la pandemia que padecimos y que aún está viva, podemos deducir muchas enseñanzas. Una de ellas es que los seres humanos formamos parte de una misma familia, de vicisitudes y destino comunes, respecto de lo cual cualquier intento de particularismo, nacionalismo o aislamiento se plantea como una pura entelequia, porque el concepto de globalidad no sólo tiene dimensiones políticas, económicas o informativas, sino también una proyección antropológica de la cual ahora nos estamos dando cumplida cuenta, realidad frente a la que todo individualismo se nos antoja una pasión inútil.
De la experiencia que estamos viviendo se entiende la preocupación que late en todo el contenido de la Carta Encíclica “Fratelli tutti”, inserta en la experiencia global que estamos viviendo del dolor por el sufrimiento, de la constatación de la finitud humana vivida estos meses pasados muchas veces en la soledad y el desamparo, o del necesario encuentro con nosotros mismos en la parvedad del confinamiento. ¡Cuántas páginas podría llenar cada uno si relatara con sinceridad y libertad de expansión las vivencias que ha sentido en estos singulares meses!
Hemos caído en la cuenta de que todos somos hermanos, como invoca el inicio del documento papal, y que este virus que nos visita no entiende de razas, lenguas ni fronteras, sino que nos une a todos en la constatación de la debilidad que caracteriza la existencia humana, como lo expresa en su texto Francisco, con su peculiar castellano argentino, al que cito textualmente: “Nadie puede pelear la vida aisladamente… Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!”.
El mal físico, el dolor y las penurias que nuestras biografías nos pueden conferir hacen que a veces nos aboquemos al pesimismo, pero yo, sin pretender rememorar alguna de mis clases como profesor de Filosofía, remitiría a los presentes a lo que San Agustín escribió sobre el mal, los males físicos y los males morales. Es verdad que todos hemos vivido unos meses en cierta tiniebla, con las calles vacías, los templos cerrados, los lugares de esparcimiento sellados, como consecuencia de un mal físico que nos amenazaba, pero al propio tiempo hemos asistido al resurgimiento de unas virtudes morales que las teníamos casi olvidadas u ocultas: cientos o miles de profesionales de la sanidad se han dejado lo mejor de sí para atender a los enfermos, sin mirar horas ni salarios; cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado han estado cada día en disposición de misión permanente, y, por lo que toca a esta casa, con orgullo he de decir que muchos alumnos de nuestras enseñanzas de Ciencias de la Salud han prestado colaboración en centros sanitarios como voluntarios. ¡Qué inmensa aportación a sus “curricula”! Profesión sanitaria en vivo.
Vivimos una crisis política e institucional sin precedentes desde que los españoles en ejercicio de nuestra soberanía nos dotamos de la Constitución de 1978 y de un sistema político que nos ha brindado la etapa de mayor estabilidad de los siglos XIX y XX, un orden jurídico que ahora se ve cuestionado y atacado desde diversos ámbitos, ataques que afectan a todo el entramado constitucional e incluso a quien encarna la más alta magistratura del Estado, un orden constitucional respecto del cual no se plantea programa viable alternativo alguno, sino inseguridad, caos y abismo.
La misión de una Universidad no sólo es la de transferir instrucción y conocimientos, sino la de educar, en el más noble sentido de la expresión, por tanto la de perfeccionar las facultades morales e intelectuales de cuantos desean venir a nuestras aulas, y es nuestra función hacer ver a nuestros estudiantes que la sociedad en la que viven, y el sistema democrático que les acoge no es flor de un día, sino trasunto del trabajo de muchas generaciones que han luchado para hacer paradigma de la vida política el diálogo, el consenso, el entendimiento, frente a un modelo alternativo de confrontamiento cotidiano, aspereza en el debate, rechazo al discrepante y tensión social.
Estamos sumergidos en otra crisis, no menos importante. Un terremoto axiológico que pone sobre la mesa del debate político parlamentario y legislativo la cuestión de la eutanasia o una nueva vuelta sobre la normativa abortiva.
Si, desde nuestras aulas docentes y discentes hemos de defender las instituciones políticas que un día nos dimos todos en uso de nuestra libertad, no menor empeño hemos de poner en transmitir a todos nuestros estudiantes de Ciencias de la Salud que la misión del profesional de la sanidad es la de preservar la vida, asumir una cultura de la vida y no de la muerte. Por nuestra seña de identidad como institución universitaria en ello nos va la coherencia con lo que somos y decimos ser.
* Rector de la Universidad Cardenal Herrera. Extracto de su discurso inaugural del curso académico 2020-21