El domingo veintiocho deberemos cambiar la hora y mientras el Parlamento Europeo se pone, o no, de acuerdo en fijar de una vez un huso horario común, aquí vamos, todos los años, perdiendo y ganando una hora alternativamente en primavera y en otoño. Es un baile temporal.

Nadie nos dice dónde está el reservorio de ese tiempo.

¿Se sabe si el gobierno controla también ese tiempo y no quiere decirnos nada y lo tiene a buen recaudo para aplicarnos “la nueva normalidad” y sentirse todavía más controlador y nos van a administrar ese tiempo como la vacuna que nunca llega? ¡Qué cosas!

Todavía recuerdo la canción, oída de los labios golfos, de Joaquín Sabina reclamando la pérdida de su mes de abril y ahora me doy cuenta de que tiene razón.

El compositor del texto puede que se haya dado cuenta antes que yo, de que, acumulando horas desde su más tierna infancia, había perdido un mes y escogió abril porque era más sonoro y primaveral.

¿Qué mes hubiera elegido usted?

Yo el de septiembre, porque todavía hace calor y la mayor parte de la gente ha vuelto a casa de vacaciones cuando se podía volver a casa sin mascarilla y te podías reunir en la playa a la orilla del mar con alguien, más de cuatro, y los drones no se habían inventado.

¡Bah! Dirán algunos: este es un nostálgico y antiguo. Puede ser.

Este año me coge con el pie cambiado. Hasta ahora era un movimiento relojero. Te quitaban una hora de un día de 24, alguien se la quedaba y te la devolvían en octubre como si tal cosa.

Este año es un año de restricciones, se trata al parecer de restricciones por nuestro bien, por nuestra preciada salud y seguramente dicen la verdad en alguna cosa.

Los muertos a miles lo reflejan y hacen bien en restringir movimientos y costumbres, pero no deja de tocarte “el nas” alguna de esas restricciones cambiantes. Los permisos y prohibiciones se bambolean al viento de las circunstancias de tal suerte que, es un pensamiento propio (por fin tengo un pensamiento propio), que sospecho que quienes nos mandan no lo tienen claro. Hoy es sí y mañana es no y pasado mañana ya veremos.

Los muy listos, que siempre hay alguien más listo que uno y eso que cada uno de nosotros nos creemos, en la soledad de nuestros sueños interrumpidos, como los más avanzados, los de mayor inteligencia y cuando te has descuidado el que no decía nada te la coloca (por no decir “mete” que creo que es más grosero) doblada.

Una expresión, la de antes, que muchos, ya mayores, no solíamos decir demasiado en voz alta y solo la empleábamos en alguna broma, pero yo percibo que hace mucho tiempo que se ha perdido el tren de la cortesía y para muestra algún botón que recoges en “el habla” de los niños- que han alcanzado ahí, por cierto, la igualdad de género.

Puedes asombrarte de que de la boca infantil de una niña a la que imaginas con calcetines blancos para más detalle descriptivo, te suelte un “coño” o algo más indefinido.

Yo no pretendo que la niña “incógnita” suelte por su boquita la formula del ácido sulfúrico o un verso de la Ilíada – cada una así se manifiesta como de ciencias o de letras- pero una virtud, antigua seguro, era el recato y no como una amiga mía, aficionada a las manifestaciones, no se pierde una por lo que sea se manifiesta, esta amiga o colega como también se dice ahora, que se expresa así diciendo a su acompañante “Cuidado. Que aquí si te descuidas pierdes la virtud”.

Esa sí, por cierto, digo yo sí que sería una violación grupal y habría que ver si culpaban a Comisiones Obreras o a la UGT o Vox de esa violación. Cosas mías.

Por cierto, que hay que preguntarse el como yo he derivado de una simple hora mía, porque ese tiempo era mío, a esta suerte de redacción.

Piense usted conmigo, si le apetece, que cada uno con su tiempo robado hace lo que quiere o puede y a mí me ha dado por escribir sobre la hora perdida. Y mire usted por donde le he encontrado una ocupación a la misma hora que podría haber empleado en criticar a Iglesias o poner a parir a Casado o a rascarme salva sea la parte, con perdón. Muy buena hora tenga usted, querido y respetado lector.