La primera vez que tuve noticia de la agresión a un médico por parte de un paciente la mar de impaciente, me costó creer que pudiera haber sido protagonizado por una persona que no presentaba graves alteraciones psíquicas, sino que estaba cabreado por considerar que no se le había atendido como él muy fulano pretendía. Aquella sorpresa se convirtió en años sucesivos en alarma, a medida que sabíamos de más agresiones, como si de una malhadada pandemia se tratase. Lo peor es que se trata de una tendencia que va a más. El Colegio de Médicos de Valencia dio a conocer el pasado mes de marzo (el 16 de dicho mes es el “Día Nacional contra las agresiones a Personal Sanitario”) que en 2016 los ataques a facultativos habían crecido un 30 por ciento en la provincia de Valencia.
Y eso que la respuesta por parte de las autoridades, visto que el problema iba a más, fue legislar de modo que el personal médico pasase a tener la consideración de autoridad, de modo que cualquier acometida que sufriese recibiese la misma sanción penal que puede llegar a los cuatro años de prisión como atentado a la autoridad.
En la estadística de 2017 habrá que incluir la agresión sufrida por una estudiante que hace prácticas en el Hospital de Ontinyent. Cuando se dirigía a su trabajo un individuo, del que no tenemos noticia que haya sido identificado, la emprendió a golpes contra la joven que sufrió varias lesiones, además de las secuelas por un ataque imprevisto y del todo insospechado.
Mis conocimientos teóricos sobre la Sanidad valenciana me decían que era mejor que buena, pese las siempre indeseables demoras y retrasos que merman su calidad y prestigio. Recuerdo al respecto la recomendación hecha por un compañero de estudios residente en Valencia, que así tenía advertida a su familia: “En caso de padecer una dolencia de no excesiva gravedad, me lleváis a la clínica Quirón; en el caso de que veáis que la cosa es grave, al hospital de enfrente, al Clínico porque allí me darán la mejor atención”.
Dado que en mi caso ya he pasado de la teoría a la práctica, puedo decir, y así quiero ponerlo de manifiesto negro sobre blanco, que la Sanidad valenciana me ha parecido de un nivel sobresaliente. Cierto es que cada cual opina de la feria y del quirófano según le va, pero en mi caso no puedo por menos que manifestar mi enorme satisfacción por los resultados de una intervención quirúrgica por parte del equipo de Urología del hospital Lluís Alcanyís de Xàtiva. A la doctora Mola y su equipo me parece obligado hacerle llegar mi agradecimiento por sus habilidades dentro y fuera del quirófano, por su ojo clínico y sus atenciones. Un agradecimiento que, desde la satisfacción del logro conseguido, me anima a poner por título de esta columna: “Gran Sanidad la nuestra”.
Por eso, porque tenemos una gran Sanidad y unos grandes profesionales que la atienden y hacen posible su grandeza, me resulta del todo incomprensible que pueda darse no ya el desaire y la desconsideración hacia médicos y personal de enfermería, sino las agresiones y vejaciones contra un personal que ha necesitado de una excelente nota en Selectivo para poder acceder a la carrera; que ha tenido que superar seis años de licenciatura; las prácticas correspondientes; el llamado MIR, más las oposiciones para, demostrando su valía, pasar a formar parte de la sanidad pública, para que luego llegue un desalmado incapaz de valorar la calidad (ojo, y gratuidad de nuestra sanidad) y que histérico, grosero, maleducado la emprenda a gritos, empellones y agresiones contra nuestro (y recalco lo de nuestro) personal sanitario.