Sin necesidad de recurrir a sus habituales métodos de sometimiento de sus súbditos e inmigrantes, es lógico que Erdogan exija a quien quiera trabajar en su país que hable el turco. O que Putin hago lo mismo en su Rusia, aunque muchas tienen que ser las ganas o necesidad de irse a vivir a esos países. A mi hijo Gonzalo le exigieron que hablase alemán para entrar en BMW. Lo ficharon tan pronto como acreditó hablarlo y luego comprobó que era inglés el idioma en el que se entendían, porque en su equipo había gente de seis naciones distintas, desde egipcios a singapurenses y uno de Betanzos. Lo que resulta chocante, aunque más correcto sería decir aberrante, es que en España un cocinero cordobés pierda su puesto de trabajo –y además con triquiñuelas propias de mafiosos – en el Ayuntamiento de Barcelona, por no superar una prueba calificadora de su nivel de catalán. A esa cacicada se ha llegado en un país, del que sigue formando parte Cataluña hasta no sabemos cuándo si Sánchez sigue cediendo a todo lo que le exige Puigdemont. Un despido que allí se justifica, incluso por un tribunal, en el explícito desprecio del otro idioma oficial que es el castellano, por mucho que Miriam Nogueras trate de justificar que no se permitirá inmigrantes que no hablen catalán, del que dice es “el idioma oficial de Cataluña”. Sí, pero no el único.
¿UN AYUNTAMIENTO CON COCINA?
A Manuel Escribano podrían haberle despedido caso de haber hecho un plato de mongetes con morcilla de Burgos. O por no haber usado huevos de gallina autóctona al preparar crema catalana. Incluso, apurando la cuestión si a la hora del “marchando cocina” no entendiese la comanda, lo que no aparece como justificación de su cese.
Por cierto, el cocinero llevaba diecisiete años en su puesto de trabajo, de los cuales siete fueron contratos encadenados –el estricto cumplimiento de la ley siempre es para el empresario – lo que demuestra que un ayuntamiento tan progre como el de Barcelona es un rato borde a la hora de aplicar la legislación laboral. Y no sé si al lector le provoca sorpresa, como a mí, quedar enterado de que un ayuntamiento disponga de cocina y cocineros, porque no parece que sea para preparar platos para un comedor social, que eso sólo suele ser cosa de Cáritas.
POR UN BILINGÜISMO AMABLE
Cada vez me convenzo más de que es posible y de lo más conveniente un bilingüismo amable como el que se practica en nuestro Ontinyent. Salvo algún caso de cerrazón ultra –de uno y otro extremo, que huraños los hay- el entendimiento es posible. La tentación pendular de pasar del “hábleme en cristiano” al otro extremo de “només en la nostra llengua” es cada vez menos acusada. Se impone el sentido común que viene a ser equivalente al trellat, por más que aquí sigamos usando popularmente el tresillat, ya admitido como “nova variant formal”. Si hay de por medio trellat, tresillat, sentido común y, sobre todo, ganas de hacer de la lengua un instrumento de entendimiento y no de encono ni de bronca, nadie despedirá a un cocinero como ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona, que ya me dirán a qué clase de potajes se dedican para necesitar una cocina.
TODA UNA VIDA EN ONTINYENT
Llegó a nuestra ciudad con 23 años desde su Segovia natal, decidida a entregarse de por vida a la Orden Carmelita con el estricto cumplimiento de sus votos. Y en el monasterio que este año cumple su 450 aniversario de su fundación, sor María Jesús Barahona Berzal, después de sesenta años de voluntaria clausura, murió serenamente el jueves 20 de marzo con la confianza, tal como se señala en su recordatorio de entrar “en el gozo del Señor”. No es fácil entender, ni siquiera para quienes nos confesamos católicos, tanta generosidad en la renuncia y tanta alegría en el renovar día a día su compromiso. Hace menos de un mes estuvimos con ella y otras de sus hermanas carmelitas, participando en una reunión en el propio Monasterio de la Purísima Sangre de Cristo –denominación canónica del convento de nuestras “mongetes tancaes”- para preparar alguno de los actos de ese 450 aniversario, que la buena de sor María Jesús celebrará ya en el cielo que tenía prometido, descansando eternamente en la tierra de un convento al que dedicó toda una vida. Descanse en paz.