No, no había mejor momento para subir el precio de la luz. Ahora que parecía que empezábamos a vislumbrar un atisbo de alegría y esperanza, a la quinta ola de irresponsables se une el zarpazo eléctrico. Otro veranito para olvidar. Con las vacaciones mermadas y la cuenta bancaria “xorrant sang”, esta época de calor desmedido (por si le faltaba algún detalle) ha pasado de ser el principio del fin a ser el fin del principio.
Las grandes eléctricas festejan sus tarifas récord mientras nosotros miramos el reloj antes de poner la lavadora. Todo en un momento en que el aire acondicionado es casi de uso obligado, porque a mediodía entrar en casa puede ser como adentrarse en la antesala del infierno. Seguramente hemos sido previsores y la hemos dejado prácticamente a oscuras para atrapar el fresquito de la noche, pero pasada hora y media hacen falta refuerzos para combatir el calor.
Hablemos de cómo afecta esta nueva subida a nuestro día a día. Para empezar, ahora tenemos un horario, como el de las asignaturas de cuando íbamos a clase. Se han establecido unas franjas horarias que empatizan poco o nada con aquellas personas que compaginan su trabajo con las tareas del hogar. Porque la luz se paga a precio de caviar iraní de diez de la mañana a dos del mediodía y de seis de la tarde a diez de la noche. En mi caso, esta última franja es la que me permite cocinar, planchar, lavar la ropa o ver la tele. Si poner la lavadora me puede costar cerca de medio euro, no me atrevo a preguntar a cómo me va a salir por hacer un bizcocho. Y de planchar ni hablamos.
Tenemos a continuación la hora llana. De ocho a diez de la mañana, de dos del mediodía a seis de la tarde y de diez a doce de la noche. Me tengo que parar a pensar qué es lo que podría hacer en esas horas, teniendo en cuenta que normalmente uno está en el trabajo, está comiendo o poniéndose el pijama. Me parece poco simpático centrifugar a 1200 revoluciones después de cenar a eso de las once. O a las seis de la mañana. Igual un día abres la puerta y te han robado el felpudo.
Por último, la hora valle. La franja horaria con menos opciones. De doce de la noche a ocho de la mañana. Parece el momento idóneo para hacer todo aquello que durante el resto del día no puedes hacer si quieres que la factura de la luz no arremeta contra el presupuesto mensual a cornada limpia. Pero sin hacer ruido, porque a esas horas hay niños durmiendo y mayores intentando conseguirlo. Es surrealista. Más que imposible. 
Te queda el fin de semana. Tarifa plana a precios bajos para que puedas disfrutar de tus electrodomésticos como merecen. Si has hecho planes para salir, reorganízate, que toca plancha, poner lavadoras y aprovisionamiento de tuppers para toda la semana, que el microondas creo que va barato a la hora que sea el día que sea. Venga va…
Lo que nos queda de verano habrá que pasarlo con resignación y valentía, cerca de la ducha y el abanico y pensando en el plan perfecto para sobrevivir a la fritura eléctrica. Qué ilusos. Y nosotros que pensábamos que lo peor de la pandemia ya había pasado. No habíamos contado con las sorpresas de última hora. Si es que es para meter los dedos en un enchufe… o mejor no.