En la Escuela de Periodismo nos advirtieron de  que “no hay nada más viejo que un periódico de ayer”. Eso valía para cuando los diarios tenían un ciclo de veinticuatro horas, que cada vez se iba reduciendo por la agilidad y competencia de los medios que iban presentándose en sociedad. Ahora, con la inmediatez de un destello, te aparece en la pantalla del teléfono lo último de lo último que acaba de ocurrir, lo mismo en tu pueblo que en el último confín del mundo. Debí haberlo tenido en cuenta la noche del lunes, antes de ponerme  delante del teclado para escribir mi Carrer Major de todas las semanas, con el propósito de reflejar la opinión de lo que había visto y oído horas antes en la reunión vecinal, en la que los concejales Sayo Gandia y Pablo Úbeda dieron cuenta de las razones por las que el equipo de gobierno municipal había decidido convertir las calles Mayans y Gomis en Zona de Acceso Prioritario Residencial. Para entendernos, que se prohibía el paso para todos aquellos que no fuesen vecinos, familiares, empresas repartidoras… con el propósito de “reducir el tráfico oportunista y poner fin a los abusos de quienes pasan por allí para atajar”.
Y así comencé a escribir: Dos herencias de lo más envenenadas que recibió Lina Insa cuando accedió a la alcaldía de Ontinyent fueron la promesa incumplida del nuevo hospital y la reforma  --catástrofe -- de la Calle Mayor. Con Jorge Rodríguez, el hospital casi ha dejado de ser promesa –pese la inauguración oficial que hizo Ximo Puig en la pasada campaña de municipales y autonómicas -- pero la Calle Mayor se convirtió –peor, la convirtieron -- en un embrollo, una madeja inextricable desde el momento en que se decidió reformarla y los distintos ayuntamientos (socialistas y Bloc) que la jodieron, parece que se conjugaron para ver cómo se podía hacer peor. Y por difícil que fue su empeño, vaya que lo consiguieron. La malhadada reforma fue un cúmulo de despropósitos, una desgraciada herencia. 

LA OFICINA TÉCNICA, OTRA VEZ
Si los políticos que decidieron reformar la Calle Mayor lo hicieron rematadamente mal, los responsables de la Oficina Técnica no quisieron ser menos. Se esforzaron por poner todas las dificultades y trabas hasta conseguir la rendición de quienes pretendieron reformar algunas de sus viviendas, que hoy siguen condenadas. Las secuelas están a la vista. Y si la Calle Mayor no ha muerto todavía es gracias al boca a boca de vecinos supervivientes y comerciantes. 
La conclusión a la que llegué el lunes, tras asistir a la reunión vecinal en el nuevo –y, muy por cierto, espléndido -- edificio intergeneracional del Delme, es que el equipo del actual alcalde, guiado con la mejor buena fe por mejorar la calidad de vida de los vecinos, había decidido reordenar el tráfico sin haberlos auscultado previamente. Los vecinos debimos ser preguntados si considerábamos conveniente  prohibir el paso por Gomis y Mayans a todo aquel no tuviese nada que ver con la Calle Mayor. 

TENER EN CUENTA LA OPINIÓN VECINAL
Lo cierto es que no pasaron muchas horas entre lo que se dijo y se pidió en la reunión vecinal y el anuncio de que el alcalde Rodríguez decidía atender las razones expuestas, modificando las zonas APR y ordenando la creación de puntos de carga y descarga, así como que las cámaras controlen los excesos de velocidad. (Y si, además, también los ruidos de los ruidosos tanto si van en moto como en coche, muchísimo mejor). 
Total, que volví a ponerme ante el ordenador para dar cuenta de una historia que no es habitual en estos polarizados tiempos. La de unos vecinos que hablaron y fueron escuchados por su alcalde. Ahora, que la Oficina Técnica se ponga las pilas y se quite el tapón de cerumen que tiene en sus oídos.