El mar siempre ha sido un reclamo para quienes somos de tierra adentro. El mar, tan cerca y tan lejos. Un día de playa era ocasión especial que convocaba al personal. También lo era el 1 de agosto de 1965. La ilusión del baño en una playa, la de Gandia, que ya gozaba de merecida fama, movilizó a un buen número de ontinyentins. Un autobús de Morales, denominación popular de Autobuses La Concepción, sería el vehículo en el que viajaron, con toda la impedimenta que hace al caso. Desde los bocadillos a las gaseosas y el vino, “que luego nunca se sabe si encontraremos dónde comprar algo para beber”. Algo más de una hora de viaje por una carretera que sí, es mejor que la de hace sesenta años pero no mucho más, en un autobús  sin aire acondicionado, con ventanillas abiertas tratando de aliviar los calores que ya eran los propios de nuestro verano.
Tiempo aquel en que el cemento no se había adueñado del litoral valenciano y aún respetaba la playa de Gandia, con su hotel Bayrén, y aquí y allá los primeros bloques de apartamentos. No había banderas. Ni verdes, amarillas ni rojas. Ni socorristas ni puestos de Cruz Roja. El ancho mar, pese el rizado de sus olas como señal de peligro, constituía una invitación que no se podía desaprovechar aquel primer día de agosto.
Apenas bajaron del autobús, poco después de las nueve de la mañana, dos quinceañeros, Vicent y Gerardo, junto con otros más, fueron de los primeros en meterse en unas aguas más revueltas de lo que suele ser nuestro Mare Nostrum.  

GRITOS DE SOCORRO
No fue buena idea. El mar, siempre contradictorio, no quería visitantes y a los que se atrevieron los arrastró alejándolos de la playa. Los gritos de socorro de los chavales no pasaron desapercibidos y José Enguix Penalba, trabajador de muebles Oviedo, 46 años, casado y con una hija de corta edad, no dudó en lanzarse al agua para tratar de salvarles. Tuvo éxito y consiguió rescatar a uno de los tres. A pesar del esfuerzo no dudó en volver a intentar el rescate de los otros dos, Gerardo y Vicent, que seguían braceando y ya sin apenas fuerzas. Enguix llegó hasta ellos, pero exhausto como ya estaba no lo consiguió. Murieron los tres ante las miradas de angustia y desesperación de familiares y amigos que, impotentes, no lograban hacerles llegar una cuerda ni un flotador, que no era sino una cámara de neumático que zarandeaban aquellas olas homicidas.

IMPACTO EMOCIONAL 
La noticia, pese no haber redes sociales ni móviles que la aventasen con la inmediatez de ahora, corrió por Ontinyent con tanta urgencia como dolor e incomprensión provocada en una población que tenía veintidós mil habitantes, que incrementaron la pena solidaria con la noticia de otra muerte, la de un montañero, Rafael Montés Revert, miembro del Centro Excursionista, mientras escalaba una pared del barranc de Taronjers junto con Enrique Martí y Héctor Verdú. Su caída, desde unos cuarenta y cinco metros, le provocó una muerte inmediata.
En la edición del martes 3 de agosto, el corresponsal de Las Provincias, Ricardo García Sáez, dio cuenta con detalle de “la imponente manifestación de duelo” que constituyó el sepelio de las cuatro víctimas, que transcurrió desde la plaza de la Concepción hasta la parroquia de Santa María. “Presidían –añade el cronista-- las autoridades locales, en unión de Manuel Monzó Francés, inspector de zona de la Jefatura Provincial del Movimiento”.

AYUDAS, ¿QUÉ AYUDAS?
Se abrió una suscripción por parte de Caritas, que encabezó el Ayuntamiento, para ayudar a la familia que había perdido marido y padre “y paliar en lo posible su inmenso dolor”. Daba cuenta Ricardo al final de su crónica, haberse “iniciado la tramitación correspondiente para la concesión de la recompensa prevista para actos tan heroicos”. Desconozco si esas ayudas llegaron a convertirse en realidad, pero voy a tratar de averiguarlo en labor más detectivesca que periodística que creo de justicia  realizar.
En el cementerio de nuestra ciudad, en el segundo pabellón, a la izquierda de la entrada principal, están juntos los tres nichos en los que descansan los restos de José Enguix Penalba, héroe anónimo de nuestra ciudad, al que rindo homenaje por su generosidad y arrojo. A ambos lados, los nichos de Vicent Jordá Calabuig, de 15 años de edad, los mismos que Gerardo Montagud Martí, que fue años mi “amigo invisible” en una más de las actividades de l’Aspirantat d’Acció Catòlica.