Tentado estoy, traicionando a la que es mi profesión y ha sido mi oficio durante más de cincuenta años, a no abrir página alguna de periódico ni ponerme delante del televisor para ver que dicen en el telediario. La tentación cede pronto porque por muy insultantes que me puedan parecer, y me parecen, tantas y tantas declaraciones y polémicas entre políticos, la necesidad de no perder el hilo de la actualidad me obliga a seguir leyendo, viendo y escuchando. A regañadientes, eso sí, y no sin disgusto cada vez mayor. Porque unos y otros, despreciando el interés común –compromiso con el que dijeron presentarse para un cargo en campaña electoral -- se dedican a arrojarse barro y fango –qué cruel ironía, Pedro Sánchez y compañía --  creyendo estultamente que de ese modo no se verán manchados por las imputaciones, insultos, críticas, insinuaciones, maledicencias y bulos que reciben desde las bancadas de los otros, con la asidua colaboración, que puede ser remunerada, entusiasta y/o fanatizada, de empleados de medios de comunicación a los que adjudicar la condición de periodistas supone degradar el oficio dejándolo al nivel de los albañales por el hedor de cuanto dicen y cómo lo dicen.

MANIFESTACIÓN ROBADA. El ánimo carroñero animó el pasado sábado a no pocos de los participantes en la manifestación de Valencia. Se aprovecharon del desgarrado dolor de los más directos perjudicados, compartido por todos los que nos hemos sentido concernidos por la pérdida de tantas vidas –sólo una ya hubiese sido brutal -- y el cúmulo de destrozos provocados por una gota fría que raro es el otoño que no hace acto de presencia en nuestro Mediterráneo. Dijeron sus organizadores que querían manifestarse en silencio y pacíficamente, propósito incompatible con el historial de algunas de las collas convocantes de la protesta. Lo conseguido por estos perturbadores no fue otro que ver trastornado el silencio de la mayoría pacífica pese su indignación. lanzando barro, botellas y bengalas contra la fachada del Ayuntamiento de Valencia, protegido por  policías nacionales que a duras penas y sin hacer en ningún momento uso –que cada tienen más prohibido por el capricho de Bildu y el consentimiento de Sánchez -- del material antidisturbios. El resultado fue de lo más desigual. Cuatro detenidos entre los provocadores y encapuchados y treinta y un policías heridos. La fachada enmierdada de pintadas, barro y huellas de manos sin encallecer. Las piedras góticas del Palau de la Generalitat igualmente maltratadas, sin que ninguno de los agentes hiciese el menor intento, con toda razón, de impedir aquella de demostración de pacífica protesta, no fuesen a terminar siendo ellos los sancionados por obra y gracia de su jefe Marlasca.

LLUÍS LLACH. Ver la jeta entre los manifestantes de este individuo, con sus ropas impolutas sin rastro de barro en las manos, no deja de ser un sarcasmo, una broma de pésimo gusto. El activista del separatismo catalán, siempre a medio camino entre el activismo cultural y el político, fue hace veinte años uno de los más destacados opositores al Plan Hidrológico Nacional, al que tenemos que referirnos por cuanto su derogación haya podido tener que ver con la mortal DANA del 29 de noviembre y siguientes días en setenta poblaciones valencianas. 
Los convocantes de la manifestación consiguieron una muy importante movilización, al encontrar en el ánimo de afectados, amigos, familiares y paisanos sobrecogidos de la magnitud de la tragedia censo suficiente para convertirla en multitudinaria. La extrema izquierda que gestionar los asuntos públicos suele hacerlo con la impericia demostrada con una ley como la del sí es sí, es hábil y ocurrente para aprovecharse en su propio beneficio de los peores sucesos. No iba a desaprovechar una ocasión como le brindaba la torpeza autonómica de una gestión, y el desprecio, cuando no flagrante y doloso incumplimiento de sus obligaciones, por parte del gobierno de Pedro Sánchez. Y tanto como la aprovechó, cumpliendo al pie de la letra su carroñera vocación.

EL PLAN SUR. Con el fin de evitar que una riada como la sufrida en Valencia en el año 1957 volviese a causar tan cuantiosos daños, el gobierno de Franco diseñó el Plan Sur, que libró a la ciudad del paso del río Turia e hizo posible, además, que el viejo cauce regalase a la ciudad un parque excepcional. Pero, el Plan Sur no se completó en su totalidad por la afectación que suponía para l’Horta y en algunas de las poblaciones ahora afectadas por la DANA
Y lo más duro. De haberse realizado obras como las previstas desde finales del pasado siglo: las presas en el río Magro y Vilamarxant; el encauzamiento del barranco de Poyo, entre otras, que no hicieron los gobiernos de España-- irresponsabilidad que alcanza al PSOE y el PP-- los daños que ahora han sufrido las poblaciones afectadas habrían sido sensiblemente inferiores, e incluso evitado en gran medida. Y lo que hubiese tenido entonces un coste de 200 a 300 millones de euros, supondrá ahora como reparación de los cuantiosísimos daños, entre veinte mil y treinta mil millones de euros. Sin valorar, porque no hay dinero capaz de repararlo, la muerte de más de 225 valencianos.

BARRANCOS INVADIDOS
La caña, arundo donax según su nombre científico, es una planta de rápido crecimiento y con grandísima capacidad de reproducción y expansión. En los últimos años –y no es leyenda urbana – empleados de la Confederación Hidrográfica del Júcar, han denunciado y multado a agricultores por haberla cortado para usarlas como soporte de plantas tomateras y de habichuelas entre otros en el campo. Cierto es que en los cañaverales anidan diversas especies de aves, pero más cierto aún que su presencia en los barrancos se ha convertido –y las pruebas son contundentes-- en un elemento que ha agravado de modo notable la letalidad de las aguas desbordadas.  Los millones de cañas arrastradas taponaron puentes –como el derruido en Picanya – y ralentizaron la fluidez de las corrientes lo que hizo finalmente que se convirtieran en asesinas lanzas.