Como esa pequeña llama que parpadea porque está quedándose sin aceite, así  se apagó una vida que había cumplido más de noventa y seis años. Eso fue hace tres años, cuando en la madrugada del 14 de marzo mi Madre (con mayúscula, por favor) se fue al encuentro con Dios. Ella, que a lo largo de su vida de fiel creyente cristiana, había compartido con nuestro Padre (también en mayúsculas, faltaría más) tantas avemarías en la que rogaban “por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, se enfrentó al misterioso y supremo tránsito con la serenidad que proporciona el deber cumplido. Y con tantas indulgencias acumuladas como para jugar la champions celestial sin necesidad de fase previa alguna.
No ha pasado día en todo este tiempo transcurrido, en estos tres años y parece que fue ayer, en que no la haya la haya tenido presente. Por más que vaya agrandándose el abismo de  la memoria que se interpone entre las fechas, nunca será insalvable para rememorar tantos de sus esfuerzos, cuidados, momentos compartidos, gestos, rezos… sin olvidar su sonrisa siempre balsámica y agradecida. 
 Si todos los días la recuerdo – la recordamos quienes la quisimos y nos quiso— más debemos tenerla presente estos días, a propósito de todos esos ataques que nuestros más queridos símbolos cristianos han sufrido de palabra y obra, en  calculada concatenación. Para ella hubiesen supuesto un desgarro en su alma. Mostrar obscenamente la imagen de la Purísima en el escenario de una gala carnavalera; las pintadas contra la Maredeueta en su propia basílica…o  la propuesta  de suprimir la retransmisión de la misa dominical en Televisión Española…han sido y son algunas, entre otras muchas más que a diario se manifiestan, muestras provocadoras y atentatorias contra el respeto a la religión que la inmensa mayoría de los españoles confesamos que es la nuestra, por más que muchas veces hagamos tan poco por demostrarlo. 
Pero, si desgraciados, estúpidos y sacrílegos han sido estos hechos anotados, el peor de todos ellos lleva la firma de Pablo Iglesias. El secretario general de Podemos, debe considerar que él y los suyos ya han resuelto todos los problemas de desahucios, paro, pobreza infantil,  exclusión social… (que si en buena parte han sido paliados ha sido gracias a una institución de la Iglesia  como es Cáritas), como para sentirse legitimado para emprender otro tipo de acciones. La de suprimir la misa dominical en Televisión Española, por ejemplo.
 Pablo Iglesias sabe que cada domingo, son miles de ciudadanos los que en España, privados de la movilidad corporal, gustan de seguir la Santa Misa a través de la segunda cadena de TVE. Que se ofrece dentro de una programación en la que también tienen cabida reflexiones  proporcionados por imanes musulmanes; rabinos judíos y pastores de otras creencias protestantes. Pero, por lo que parece, sólo la Misa inquieta a Pablo Iglesias. ¿Acaso también aspira a que ese tiempo de televisión quede libre para ser él, omnipresente en otras cadenas a cualquier hora del día y de la noche, quien lo ocupe para despotricar, arengar, debelar, denunciar pero, sobre todo, para dar rienda suelta a su desmedido ego?
Quienes ilusamente se creyeron los mensajes de Podemos supongo que ya han tenido sobradas muestras para comprobar lo  muy farsantes que han resultado ser. 
Espero, y firmaré tantas veces como sea necesario, para que el verdadero respeto a la pluralidad se mantenga – y la retransmisión de la Misa puede ser la prueba del algodón de ese respeto -- y no sea vea sacudido por arremetidas como las lanzadas desde Podemos. 
La memoria de mi Madre y las compartidas creencias con ella, merecen que ontinyentins, valencianos y españoles que quieren la Santa Misa en Televisión Española, puedan seguirla cada domingo y fiesta de guardar. Amen.