…por ahora. Renunciar a sus responsabilidades, como se le exige con premura en editoriales, columnas de opinión, reportajes y análisis tanto en medios impresos como digitales y redes sociales. De eso iba la convocatoria de la manifestación del sábado 9. No pocos de cuantos tomaron parte en la misma, pancarta en mano y recorriendo el centro de Valencia, insistieron en la urgencia de echar a Carlos Mazón. Dimitir sería tanto como librarle de sus obligaciones más inmediatas, a las que se debe como presidente que sigue siendo de la Generalitat Valenciana.
Carlos Mazón deberá dimitir si, llegado el caso, la Justicia decidiese procesarlo y según sea el argumentario de las razones que se aporten a la causa. Pero no debe renunciar por propia iniciativa ni por ajenas presiones, no. Al menos hasta en tanto no quede acreditado que los ingentes daños, y todavía no contabilizados del todo, sufridos en bienes, infraestructuras viarias, viviendas, servicios, han quedado mínimamente solventados, recuperada su operatividad básica y reparadas las milmillonarias heridas patrimoniales. Porque nunca habrá indemnización suficiente que sea paliativa del insuperable dolor que de por vida acompañará a los familiares que han perdido a seres queridos.
Preguntémonos a quienes interesa tanto o más que a los propios manifestantes el que Mazón dimita. A poco que analicemos el qui prodest? encontraremos la respuesta en La Moncloa y sus principales inquilinos. Todos estos últimos días, en que Carlos Mazón ha acaparado titulares de prensa, un sinfín de comentarios, columnas y también calumnias, y apertura de telediarios, que han sido monográficos sobre lo ocurrido para culpar al presidente valenciano, no se le han dedicado a Begoña Gómez, ni a Koldo, ni Aldama. Ni siquiera a José Luis Ábalos, pese a saberse de su imputación por el Tribunal Supremo por sus presuntas fechorías estando al frente del Ministerio de Fomento y de la Secretaría de Organización del PSOE.
Resulta llamativo que a la manifestación de Valencia –que sí, fue muy numerosa y en algún momento violenta del todo—no se sumase el PSPV-PSOE como convocante. Pero no es sorprendente. El coro ministerial, tan disciplinado y unánime como suele serlo a la hora de repetir las consignas de las partituras monclovitas, no lo haya sido en esta ocasión. No les interesa una pronta dimisión de Mazón porque prefieren ---y más que a nadie a Pedro Sánchez -- que el presidente de la Generalitat siga cociéndose en la olla en la que bulle el jugo de sus contradicciones, desmentidos e incoherencias de su gestión, sobre los cuales la trompetería mediática ha utilizado sus sones más agudos, para manipularlos o inflar en favor de las tesis del relato.
¡Ah, el relato! Una vez más la izquierda lo borda primorosamente. No se ha vuelto a hablar de la canallesca excusa de Pedro Sánchez para no ponerse al mando de las operaciones, como le obligaba la Ley de Seguridad Nacional, escudándose en su indecente excusa para el escaqueo levantando los hombros: “Si no tienen recursos que los pidan”. ¿Y qué decir de las silenciosas y ominosas responsabilidades, diez días sin escuchársele ni una palabra, de la vicepresidenta Teresa Ribera? ¿Seguirá el Partido Popular dándole su apoyo para que se convierta en comisaria europea? Preguntas que quedarán sin respuesta. Como las que debería dar Margarita Robles sobre su lentitud como ministra de Defensa en enviar las tropas a los pueblos devastados. Ni de las falsas y groseras imputaciones del titular de Interior, Fernando Grande Marlasca, imputándole a Mazón lo que no había hecho.
En el relato la izquierda siempre gana. Lo hace con la habilidad y astucia marrullera que tiene acreditada. Prestige, 11- M, accidente del Metro… Y cuando se produce una desgracia a la izquierda no le importa tanto el dolor de las víctimas como el que puede proporcionar a la derecha para tratar de desalojarla del poder, como sería el caso, o impedirle que llegue. “Este es nuestro momento”, llevaba escrito en su bloc de notas la ministra de Igualdad, Ana Redondo, para dar miserables instrucciones a los suyos sobre cómo aprovecharse del desconcierto y dolor de los valencianos por nuestra tragedia.