No parece que sean capaces quienes toman asiento en las Corts Valencianes de dedicar todo su tiempo a trabajar por devolver cuanto antes la mayor normalidad posible a los habitantes de las poblaciones afectadas por las riadas. Y, si lo son, bien que lo disimulan por preferir dentro y fuera de nuestro parlamento dedicarse a la gresca y lanzarse el fango –todavía tan presente en las calles y casas de miles de valencianos dañados – en vez de aunar esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de quienes han sufrido las terribles consecuencias de unas aguas crecidas que arrasaron todo a su paso.
COMISIONES Y TRIBUNALES DE JUSTICIA.
Las comisiones de investigaciones –pese la nula o muy escasa capacidad de imparcial averiguación que hasta ahora han demostrado – harán su trabajo cuando se constituyan y delimitarán las responsabilidades correspondientes. Desde el Consell a la Confederación Hidrográfica del Júcar, pasando por la Agencia Española de Meteorología y el Gobierno de España. Y si no lo hacen, porque el partidismo se anteponga a la necesidad de saber la verdad, serán los tribunales los que dictaminarán quiénes, cómo y hasta dónde, son los culpables de no haber puesto en marcha los avisos y mecanismos de prevención y alerta, así como la no ejecución de las obras que podrían haber evitado, o al menos paliado, las pérdidas de vidas humanas –que han sido y siempre serán las peores por irremplazables – bienes y servicios.
RESPONSABILIDAD DE LA CONFEDERACIÓN
Por constante y reiterado que haya sido el interés periodístico, y por tanto social, por conocer la opinión del presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, sobre lo ocurrido con “su” río, mayor ha sido el obstinado silencio de Miguel Polo en no responder a los colegas para dar su opinión. Intentos baldíos todos los efectuados hasta el momento. Si el que calla, otorga, en este caso el señor Polo, debe pensar que algún día escampará y los periodistas se olvidarán de él. Craso error. El silencio no es rentable, debería saber el todavía presidente del Júcar y exconcejal socialista del municipio de Titaguas. Aunque ese mutismo se haya convertido en hábito, como todos los días se comprueba con el silencio con que se escabullen los representantes políticos cuando son abordados por un periodista y no les interesa hablar, el silencio no les será rentable.
¿ESTAMOS PREPARADOS ANTE UNA CATÁSTROFE?
Responder diciendo que sí, que hemos aprendido de las desgarradoras consecuencias de no lanzar los avisos a tiempo, o de no haber prestado la debida atención a la alarma, sería le mejor manera colectiva de evitar que tantos daños puedan volver a repartirse en próximos años, en los que se nos advierte de la amenaza de mayores y más frecuentes aguaceros en nuestras tierras.
El testimonio directo de un matrimonio de Ontinyent de viaje a Estados Unidos, permite determinar la eficacia de un aviso dando cuenta de un peligro inminente. Al regresar al hotel donde se hospedaban, fueron avisados de los peligros del huracán Erin, que amenazaba a Miami en donde se encontraban. Recibieron las indicaciones en inglés --y en castellano cuando también lo pidieron para mayor exactitud – en las que se les obligaba a permanecer en su habitación; a llenar la bañera, a no hacer uso de los teléfonos, ni situarse junto a ventanas ni puertas, en acudir a los comedores cuando por turnos se les avisase, así como de recoger en la recepción un quinqué. Las mujeres embarazadas de más de siete meses debían ingresar en un hospital provistas de sus mudas y un cojín. Sí, una almohada. Lanzada la alarma, las escuelas cerraron al igual que los bancos. Las calles quedaron desiertas y sólo se veía por ellas patrullas de policía y bomberos. En Estados Unidos saben y conocen de la frecuencia y gravedad de los huracanes y cómo tratar de hacerles frente y, al menos, preservar las vidas humanas. ¿Y aquí?
NOS FALTA CULTURA Y SOBRA CONFIANZA
Me temo que la ancestral desconfianza hacia las autoridades, unida al “aquí nunca pasa nada de eso” puedan ser, llegado el caso, trampa mortal y que suframos las consecuencias de no atender los avisos. Nos hace falta educación cívica desde la propia familia a las aulas para atender la gravedad de un consejo y los peligros de una alarma.
La víspera del terrorífico 29 de octubre, el alcalde de Ontinyent ordenó la suspensión de las clases para el día siguiente. Dado que aquí no llovía no faltaron voces críticas culpando a Jorge Rodríguez de injustificado alarmismo. Algunas de esas voces bien podrían, al menos, haberse, disculpado de su arrogancia.
Resulta incomprensible, y así lo dije la pasada semana en El Faro, que fuese en Ontinyent, a 82 kilómetros de la capital, en donde se activase la alarma y no se actuase con el mismo celo y prontitud en la mayoría de municipios en que, por desgracia, quedaron tan duramente afectados por las lluvias y torrenteras.