Las redes sociales son un nuevo veneno subliminal que funciona como un arma de doble filo, ya que la libertad de expresión se ejerce con todo su peso y no todo el mundo goza de la educación, cultura o elocuencia que necesita.
Con ello quiero decir que se reciben impactos positivos y negativos acerca de cualquier tema que se considere necesario debatir, se pida o no que se debata.
He estado leyendo con interés y curiosidad acerca de un nuevo sector social femenino: Las NoMo. Es un acrónimo de la designación americana “No Mothers”: no madres. Hay un estudio que asegura que el 25% de las mujeres nacidas en los años 70 no tendrán hijos.
Los motivos son muchos y variados y no voy a caer en tecnicismos porcentuales, sino más bien voy a escribir generosamente sobre ellos. Porque hablando en plata: hoy en día si no se es madre, es porque se ha preferido no serlo. Y punto pelota. Al final del camino siempre queda el salvavidas de la resignación para no morir ahogadas en un mar de impotencia ovulatoria que suele estar adornada por aquel flamante comentario de “se te va a pasar el arroz”.
Reventando la paradoja tenemos las clínicas de fertilidad llenas de parejas que sueñan con tener su propia descendencia a golpe de euro, claro está. Si no funciona, tenemos la adopción. También a golpe de euro. Y si no hay euros, tenemos los préstamos express personales sin avales ni papeleos. Hablo siempre pensando que se tienen los pies en el suelo y que se tiene el firme propósito de aumentar la familia. Para mí, estas personas merecen un respeto absoluto por su lucha incondicional sea cual sea el resultado.
En la parte contraria están quienes han decidido que ser padres no forma parte de su futuro porque se tiene otras prioridades, como los estudios, una economía solvente, un trabajo absorbente, una comodidad necesaria o una sencilla decisión por no sentir la llamada de la maternidad. Y aquí llegan las NoMo y su lapidación inexcusable ante un tribunal improvisado que cree tener la razón por no pensar como ellas.
Es realmente triste que en un foro se lean cosas como: “si sus padres hubieran pensado como ellas, no existirían”, “son mujeres egoístas montadas en propósitos de hombres” o “deberían tener en cuenta que van a vivir de la jubilación que pagarán los hijos de los demás”.
Es cierto que estamos aquí gracias a nuestros padres, pero eso no implica que tengamos que seguir sus caminos o sus decisiones. Son vidas distintas, momentos distintos. Y hasta donde yo sé, mi pensión dependerá de lo que yo y solo yo haya cotizado, si es que en este país de evasiones monetarias inexplicables llegamos a verlas. Lo del egoísmo lo voy a dejar aparte porque para mí no merece ni mención.
Salvo que sea causa de fuerza mayor, no ser madre es una elección consensuada, personal y profundamente ligada a la propia esencia que para nada necesita del juicio corrosivo de ningún sabio vacío. Como no casarse, o no tener pareja, o ser homosexual, o ser amante de los animales, o voluntario en una ONG. Es algo innato, que se oye desde dentro y te indica en qué dirección debes caminar. En pleno siglo XXI continúa siendo una conversación tabú para según qué generación y un babeante motivo para herir o pinchar sin demasiados reparos. Somos así de valientes.
Es como si no se pudiera disfrutar de la diversidad, de los aires de libertad que uno prefiere tomar o porque ha asumido que su existencia tiene que estar exenta de hijos. Como si se tratara de un legado generacional de obligado cumplimiento para el gozo popular obviando el propio para que nadie se gire al pasar por tu lado y te etiquete.
Bien es cierto que la natalidad cae en picado, que la escala de la población acusa curvas preocupantes para un futuro no muy lejano en el que veremos clarear las cifras demográficas. Pero, creo que cada uno debe aportar todo aquello que pueda sin faltarle el respeto a su propia idiosincrasia, sin olvidar que cada uno sabe “on penja el cresol en sa casa”.