Quisimos hacer mi amigo Jorge Feo y yo unos microespacios para televisiones y webs con el título Jo parle valencià. Se trataba de recoger el testimonio de aquellas personas que, no habiendo nacido en la Comunidad Valenciana, se habían preocupado por conocer, estudiar, practicar y hablar en valenciano. En poco tiempo conseguimos hacer una lista de más de treinta personas. Y decidimos rodar un primer capítulo que ofrecimos a Radio Televisión Valenciana. Gustó mucho, según se nos dijo, tanto por la idea a favor de nuestra lengua como por la propia realización. Ilusionados esperamos, tal como se nos indicó, que en breve se nos daría aviso y cerraríamos el acuerdo para su producción y emisión. Antes llegó la crisis de RTVV y su cierre que la contestación, de modo que aquel primer y único capítulo quedó confinado en un disco duro. Y allí sigue esperando.
Habíamos tenido conocimiento, gracias a la información proporcionada por Jaime Bernabeu Sanchis, de que había un sacerdote canario, que se había ordenado en Ontinyent, y que hablaba el valenciano con la misma soltura, sin ningún acento foráneo, sin mixtificaciones, como lo haría cualquier otro paisano de nuestra ciudad o comarca. Fue entonces cuando conocí a Juan Miguel Díaz Rodelas al que tan pronto como le hablé del propósito que nos animaba, se aprestó a ponerse ante la cámara ante la que confesar las razones por las que había decidido estudiar, aprender y hablar valenciano. Fue un agradable descubrimiento. No había tenido la suerte de coincidir con Juan Miguel durante su estancia en Ontinyent en donde labró tantas y tan buenas amistades que ahora le lloran. De inmediato entendí que tuviese tantos amigos. La proximidad de su trato que manifestaba por medio de una sonrisa franca facilitó el conocimiento y la complicidad futura. Algunas conversaciones, algunos encuentros me permitieron conocer la hondura humana de un cura sabio, profesor de Teología y profundo conocedor de la Biblia, además de hablar varios idiomas con la facilidad que ya nos había demostrado con la lengua valenciana.
Mediada la tarde del sábado 12 de este mes de octubre me llegó la noticia de la muerte de Juan Miguel Díaz Rodelas. Tenía mi misma edad. Había nacido en enero de 1950 en el municipio tinerfeño de Arico, en las Islas Canarias. Me costó asimilar la brutalidad de la comunicación, con el añadido dramático de que su súbita desaparición había sido a consecuencia de un atragantamiento cuando asistía a un almuerzo posterior a una boda que acababa de celebrar, sin que la inmediata asistencia médica lograse evitarle la muerte. Una desgracia y una gran pérdida, sin duda, que provoca un gran vacío, también en el alma. Busqué y rebusqué en archivos el vídeo del único capítulo rodado de Jo parle valencià. Y en la pantalla reencontré la imagen sonriente del sacerdote que daba sus razones para haberse decidido a hablar valenciano, que no eran otras que las de haber comprobado, apenas llegado a Valencia “cuando tenía veinte años, que la gente en los pueblos y también en la ciudad hablaba en valenciano”. Añadía que le costó al principio por su temor “a soltar alguna espardenyà”, pero que se fue soltando por considerar que se trataba de una riqueza; que incrementaba la cultura, que mejoraban las relaciones y que era una manera “d’estar més a gust a ací. I como estic a gust per això jo parle valencià”.
Este pasado lunes, junto a cerca de doscientos sacerdotes, nuevos obispos y con el cardenal y arzobispo de Valencia, vi a muchos ontinyentins asistir a la solemne misa corpore in sepulto. A la sorpresa inicial de la noticia de su muerte se había añadido la consternación, el pesar de quienes habiéndole conocido y querido tenían mayores razones para lamentar su definitivo adiós, el que se le daba en la catedral de Valencia. Alejandro Mollá Descals me enviaría al día siguiente la foto, esta que publicamos, la última foto en vida de Juan Miguel Díaz Rodelas, tomada al inicio del almuerzo de la boda del hijo de Alejandro. Una foto que es retrato de la personalidad carismática y cariñosa de un canario que hablaba valenciano para mejor entender y hacerse entender. Y tanto que se hizo de querer. Descanse en paz.