Conozco a bastante gente, de dentro y fuera de la Comunidad Valenciana, que se siente sorprendida e indignada por lo que considera un chalaneo, el del presidente del Gobierno Mariano Rajoy, con el Partido Nacionalista Vasco, con el fin de asegurarse su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado. Se trata de un hecho repetido a lo largo de los cuarenta años de democracia. Chalaneó Felipe González con el otrora poderoso e intocable Jordi Pujol (ahora nada honorable; infinitamente más rico y todavía con bastante poder), y otro tanto hizo José María Aznar, lo que le llevó a declarar aquello de que hablaba catalán en la intimidad.
Dentro de un mes se cumplirán 40 años ya del 15-J, cuando se celebraron las primeras elecciones tras los cuarenta años de ayuno y abstinencia electoral del franquismo. Uno de los partidos que concurrieron fue la Unió Democràtica del País Valencià (UDPV), partido de centro derecha, inspirado en los principios de la Democracia Cristiana y, al mismo tiempo, de obediencia valencianista. Los apoyos internacionales –hasta el propio Aldo Moro vino a Valencia a mostrar su respaldo— su excelente campaña electoral, su compromiso valencianista; y su magnífica candidatura, no fueron suficientes para conseguir ni un solo diputado. Ganó la UCD de Adolfo Suárez, pisándole los talones el PSOE con Felipe González al frente, que cinco años más tarde llegaría a la presidencia del Gobierno gracias a la más rotunda mayoría absoluta conseguida.
La Unión Valenciana de Vicente González Lizondo fue durante tres legislaturas, a partir de 1989, un partido de obediencia valenciana cuyos votos, dada la fortaleza electoral del Partido Socialista resultaron irrelevantes a la hora de negociar cualquier cosa. En la actual legislatura, con un PP en minoría y necesitado de toda suerte de apoyos, el voto del diputado de Nueva Canarias, Pedro Quevedo, está llamado a ser el que decida la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.
Y del mismo modo que los hay que acusan al PNV de haber hecho un gran negocio –a costa de las demás autonomías— no faltan quienes miran a Canarias y critican que las exigencias de un solo diputado puedan resultar tan rentables para sus Islas.
Llegado a este punto, no dejo de preguntarme por el papel que en la negociación y aprobación de los Presupuestos Generales del Estado ha podido tener Compromís, coalición que presume de obediencia valenciana, si bien se esfuerza en demasía en desmentirlo cada vez que le sale el rejo catalanista.
Si Compromís fuese en realidad lo que dice ser, bien podría haber aprovechado la oportunidad de la actual correlación de fuerzas parlamentarias, para haber planteado duras exigencias a Mariano Rajoy a cambio de sus votos: Remedio para nuestra pésima financiación; reconocimiento del histórico déficit y su subsanación; garantía de ejecución del Corredor Mediterráneo por nuestra Comunidad… tres exigencias que muy bien hubieran sido motivo de negociación, como lo ha sido el cupo vasco o la famoso y griega del trazado del AVE para aquellas tierras.
Pero, no. Compromís –repito eso de que dice ser de obediencia valenciana— está perdiendo, si no lo ha hecho ya, una histórica oportunidad para haberse plantado en La Moncloa y haber negociado con provecho con la mirada puesta en los intereses valencianos.
Nos pasamos la vida reclamando atención para nuestras necesidades colectivas como valencianos. Nos lamentamos del poco peso que tenemos en Madrid, en donde por no tener no tenemos ni ministros ni altos cargos. Consideramos que mejor nos irían las cosas si tuviésemos un partido nacionalista valenciano. Al final, toda nuestra fuerza se nos va por la boca. Y para colmo, una vez que un partido que dice ser valencianista y que tiene un cierto peso en Madrid, en vez de involucrarse en una negociación como la de los Presupuestos prefiere exhibirse votando que no. O lo que es o mismo, diciendo con la mirada puesta en el escaño de Rajoy: “¡Qué gran patada que le hemos dado en nuestro culo!”.