19 de agosto de 1950. El equipo representativo de la ciudad de Ontinyent se enfrenta en un amistoso, al que asistir cuesta entre dos y siete pesetas, al Valencia CF uno de los dominadores del fútbol nacional (había ganado tres ligas en la década de los 40). Es el último gran partido que se juega en el histórico y siempre abarrotado Campo de la Farinera, situado en los terrenos que ahora ocupa la calle Manuel Taberner Gandía.
Ese año 50 el Peña Deportiva Ideal se convierte en el Onteniente Peña Ideal y la ciudad celebra por todo lo alto un importante ascenso logrado en Manises. El objetivo de llegar a Tercera División queda a un solo escalón. El fútbol está en plena efervescencia.
Es el momento de crecer y para ello se necesita un campo nuevo. El carácter emprendedor y ambicioso de los ontinyentins queda patente en un proyecto que, de haberse ejecutado por completo, hubiese sido un complejo deportivo portentoso. Más que un campo de fútbol se pretendía construir una infraestructura polideportiva con piscina y canchas de baloncesto. Tal y como se cuenta con detalle en el libro “Ontinyent CF. Una historia apasionante”, donde se puede ver el plano original del proyecto, no fue nada fácil la consecución del objetivo. Se logró reunir una parcela de cerca de 16.000 m2, en parte por la cesión altruista de sus tierras por algunos propietarios y por la compra de la mayoría de superficie a otros a precio de mercado. 
El 5 de mayo de 1950, en vista que el Ayuntamiento no podía destinar cantidad alguna para la construcción del campo, se designó una comisión para velar por la emblemática obra y su financiación de la que formaban parte una veintena de personas y que encabezaba José Simó Aynat, presidente del club. Se buscó implicar a toda la ciudad en el proyecto hasta el punto de emitir un comunicado en el que eran llamados todos los ciudadanos a colaborar en esta obra social; así rezaba parte de él “…si eres obrero ayúdanos con tus céntimos para que tu pequeña pero esforzada aportación sea un estímulo para que las personas más pudientes secunden tu sacrificio con donativos más importantes”. Se puede decir que fue un proyecto del pueblo, de Ontinyent, de sus ciudadanos.
Conforme avanzaban las obras se fueron descartando las instalaciones deportivas adyacentes, así como la grada de niños (prevista en el actual Gol Norte) y otros elementos de menor calado. En cuatro meses se ejecutó la construcción del campo de fútbol y sus dependencias y el resto de proyecto pasó a mejor vida. En cualquier caso, El Clariano se convierte en uno de los mejores campos de la Región y servirá para situar a la ciudad en el mapa nacional. Las dimensiones del terreno de juego, la perfecta visibilidad del rectángulo desde cualquier posición de la grada, los accesos, las dependencias y su bonita arquitectura con la emblemática torreta como vigilante perpetua, generan envidia allende incluso de las fronteras valencianas.
Y llegó el día más esperado. Principios de enero, cielo gris, frío y, por momentos, agua nieve que en absoluto sirvió para enfriar la ilusión, el ánimo y el optimismo de una ciudad que empieza a ver la luz tras la dura posguerra. Es miércoles, pero nadie lo diría. Mayores, pequeños, hombres, mujeres, ciudadanos de toda condición abarrotan las gradas ataviados con sus mejores galas. Ni un día tan sumamente desapacible sirve para retraer a nadie. Dos campos se hubiesen llenado.
Y tres palcos hubiesen hecho falta para dar cobijo a toda la retahíla de autoridades que pidieron presencia en tan magno acontecimiento. La principal personalidad fue el Delegado Nacional de Deportes, el General Moscardó, lo acompañaron, Francisco Cerdá, ontinyentí y a la sazón Presidente de la Diputación de Valencia; Valdés Larrañaga, Presidente de la Federación Española de Fútbol; Apolinar Sáez de Buruaga, General Jefe de la Región Aérea; el gobernador de la provincia Diego Salas Pombo; José Valcárcel, Presidente de la Audiencia Territorial, innumerables directivos de la Federación Valenciana de Fútbol y del Valencia CF, así como insignes periodistas del cap i casal e incluso de Madrid. Además, lógicamente, las autoridades locales, el alcalde Jaime Miquel Lluch, y Vicente Simó, presidente del club.
Tras la bendición del campo, los discursos protocolarios y el desfile de varias jóvenes locales ataviadas con el traje de valenciana (o fallera), el fútbol tomó el protagonismo enfrentando al equipo local con el gran Valencia CF que llegó con sus figuras. El once con el que formó estaba compuesto por: Pérez, Asensi, Monzó, Díaz, SantaCatalina, Puchades, Amadeo (Gago), Fuertes, Badenes, Pasieguito y Seguí. En el conjunto local jugaron Aliaga, Morrió, Bolinches, Perigüell, Mandit, Beneito, Giner, Ángel, Giner I, Ferrero y Pérez. En la segunda mitad jugaron: Orquín, Salvador, Bas, Monzó y Micó. Ganaron los valencianistas 2 a 9 dándose la circunstancia de que aquella fue la mayor goleada recibida por el Ontinyent en su propio feudo en toda su historia.
Toda España fue testigo de tan destacado evento puesto que de ello se hizo eco el famoso NO-DO (acrónimo de NOticiario y DOcumentales), que se proyectaba en los cines de toda España, previo a la película anunciada, a gloria y propaganda del régimen franquista imperante.
Con El Clariano empezaba a emerger la leyenda de una ciudad y su equipo de fútbol. El milagro de la década de los sesenta, con el Onteniente CF codeándose con los mejores equipos nacionales haciendo de su campo un feudo casi inexpugnable, quedaba a tiro de piedra.

Arturo Reig es autor del libro “Ontinyent CF. Una historia apasionante”.  Director del proyecto BIOGRAFIAR