Qué sensación tan grata de estar tan cerca del mando. De ya ser parte del poder, debió experimentó al entrar en la sala en la que los miembros, miembras y miembres de la Interparlamentaria del grupo socialista, todos puestos en pie, aplaudían fervorosos, incluso con frenesí, la llegada de su indiscutido e indiscutible adalid. Y que nadie ose moverle la silla so pena de decapitación. Ella formaba parte de ese pequeño séquito que le acompañaba, en el que predominaban las mujeres, y que iba a tomar asiento unos momentos después arropando al líder. En esta ocasión, su gesto duro, habitual en ella, que tantas veces hemos visto manifestarse en sus tensos maxilares, había cedido y asomaba una sonrisa que exhibió ante los reunidos. Muy metida en su papel de diva saludó mientras seguía al jefe, deslizando su mano derecha sobre la de aquellos que se la tendían, entre ellas la Rafael Simancas, ese eterno segundón que no ha dejado de saltar de rama en rama, porque fuera del árbol socialista es el llanto y crujir de dientes.
Ella, como si fuese una balompédica Aitana Bonmatí que salta al césped momentos antes de iniciarse el encuentro, miró al tendido y se sintió feliz. Se dijo a sí misma que sí, que habían sido muchos los años de sacrificada militancia en un pueblo del interior. Un esfuerzo que ahora bien merecía gratitud y cámaras, despreciando las miradas emponzoñadas por la envidia de aquellas que la veían triunfar y se consideraban con más méritos para estar en donde estaba ella. Durante el corto recorrido, qué orgásmico, resultó escuchar, saborear con deleite el instante sintiéndose copartícipe del gratificante encomio que forma de aplauso se hacía llegar al jefe, caudillo, guía, cacique y mentor.
Se sentía fuerte, poderosa, potente. Orgullosa de haber llegado a donde había conseguido estar a base de renuncias, que algunos podrán considerar deserciones, incluso traiciones, pero qué más le daba a ella estando allí, tan cerca de su señor, el mismo que momentos la había saludado con dos besos. El contacto de su rostro con el del jefe, un cutis de piel morena por los aires conejeros* disfrutados en agosto cuando, alejado de toda preocupación monclovita y perturbación gubernamental, maquinaba nuevos modos y maneras de perpetuarse en un poder en el que tanto cuesta mantenerse por culpa de un cabrón como el catalán ese prófugo que no sabe hacer otra cosa que pedir y pedir.
En aquel momento de esplendor en la hierba interparlamentaria, quiso la memoria traerle el recuerdo de aquella abuela –no, no, que era bisabuela – una mujer recia, trabajadora del campo, bragada y resuelta, que tan orgullosa se sentiría viéndola a ella estar en la cúspide del poder. Y tan cerca de aquel hombre que, una vez muerto Robert Redford, las suyas y los suyos habían encaramado hasta la cúspide mundial de la belleza varonil. Despertó en su memoria la anécdota. Una tarde de un septiembre la bisabuela discutía con un comprador de almendras llegado desde Llutxent, la cuantía que iba a obtener por vendérselas. “Tienes que pagármelas bien -- le dijo -- que mira cuantos críos tengo”. Y el comprador, conocedor de todos los recursos que han de servir a la hora de negociar con gente avispada, respondió al instante: “Si, pero yo no te hecho ninguno”.
Lo que daría la bisabuela y la biznieta por verse ahora, en aquel escenario y tan cerca de él, mientras los fotógrafos de prensa y del propio gabinete de prensa socialista, se esforzaban por conseguir las imágenes del momento. Ella, pese a sentirse satisfecha y feliz, no dejaba de maldecir la presencia de aquella avejentada compañera que se interponía entre ella y el presidente, impidiéndole admirar más de cerca su perfil y oler su fragancia como era su deseo. Todo llegará a su tiempo, pensaba, mientras devolvía con la mirada el guiño que un compañero le hizo y que, en esta ocasión no le molestó lo más mínimo.
*Dícese de forma coloquial de los naturales de Lanzarote, por más que la Real Academia de la Lengua todavía no se haya enterado del topónimo, que tiene su origen en el número de conejos que habitaban en la isla.