Un mes después de celebradas nuestras Fiestas de moros y cristianos todavía hay quienes nos preguntan a quienes, metidos dentro de una olla de grandes proporciones, se nos vio formando parte de la espléndida de la Capitanía Cristiana/Bucanera,  a cuyo frente ha estado Javier Ureña. Quieren conocer las razones por las que se nos vio metidos en ella. Dado el interés que hemos observado tanto en familiares como amigos, curiosos y entrometidos, que no decae a pesar del mes ya transcurrido, creemos conveniente dar una aclaración. Y no al modo de don Pablo, alcalde de Villar del Río, encarnado por el genial Pepe Isbert en “Bienvenido Mr Marshal”, cuando dijo aquello de “como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación…”. No, lo nuestro fue mucho más sencillo. 
Llegado el día de la Entrada, después del susto de  la tormenta y su pedrisco, nos vestimos como buenamente pudimos con  las prendas que se nos habían buscado, con independencia de tallas y tamaños, dado que no se correspondía con nuestra altura y menos con las del calzado. La carroza asignada a quienes ostentamos la condición de veteranos, llevaba la olla delante y detrás  un chamizo que a ojos de los espectadores lo mismo podía ser jaula pajarera, prisión o gallinero, camuflado gracias a la densidad de su follaje (que para evitar malsanas interpretaciones es un “conjunto de hojas de árboles y de otras plantas”) e impedía que los cautivos pudieran ver a quienes veían la entrada. Y tampoco ser vistos,  lo que no dejaba de ser un frustrante modo de participar, aunque fuese sobre ruedas, en acto tan espectacular como lo es la Entrada.
Fue en aquel momento, estando ya sobre la plataforma/carromato, cuando fruto de una pronta ocurrencia y dejándonos llevar por el ancestral y característico modo de ser, el  que más y mejor moldea la personalidad valenciana, que se manifiesta en una frase definitoria como lo es “pensat i fet”, decimos meternos en la olla. Porque, si en más de una ocasión quienes nos conocen han pensado o cuchicheado a nuestras espaldas que nos faltaba un hervor, ahora se nos presentaba pintiparada la ocasión de acabar con el problema. Aquel era el momento, y a la vista de todos, de proporcionarnos “una bollideta”. Asignatura pendiente que, miren por donde, para unas gentes aprobamos cum laude, mientras que para otras, más susceptibles y quisquillosas, suspendimos patéticamente pese a reconocer cariñosamente que “gallina vella fa bon caldo”. Contra gustos no hay nada escrito. Aclaremos finalmente que el guiso, pese nuestro entusiástico empeño, quedó bastante soso por falta, sobre todo, de sal y pimienta.