Se cumple hoy un mes del catastrófico diluvio, el mayor desastre natural según dicen las estadísticas que padecido en España desde tiempos sin memoria. A la hora de buscar el adjetivo adecuado para tratar de definir lo ocurrido, descubres que tu vocabulario no es suficiente. Que necesitarías encontrar una palabra más contundente. Lo compruebas por ti mismo cuando te acercas al lugar de los hechos y compruebas, treinta días después de la hecatombe, que son muy escasas, casi inexistentes, las razones para pensar que ya estamos en el camino de la recuperación. Para nada. Todavía hay barro, mucho barro. Y desconfianza, mucha desconfianza. Sótanos inundados, pestilencia y hedor, coches desvencijados, edificios arruinados o al borde de venirse abajo, colegios cerrados. Y una creciente crispación ciudadana, que crecerá, después de días y semanas de desamparo.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, acabó recibiendo las críticas de los vecinos -- hablo de Paiporta-- cuando visitó la pasada semana esta población, la más castigada por el número de sus vecinos muertos. “Una pala a la señora ministra”, le espetaron quienes ya no aguantan más y alzaron la voz para que quedase constancia de su desesperación por sentirse abandonados. “Yo no tengo la culpa”, decía la ministra. Y exasperada lo repetía como toda exculpación que a los afectados les sonó a estúpida excusa, sin justificación posible.

LOS VECINOS TIENEN RAZÓN. Tan preocupante como la mortandad –doscientos veintidós muertos y cinco desaparecidos --  y destrucción que se sigue viendo por doquier,  es la creciente sensación de abandono que sienten los ciudadanos.  Esas voces vecinales que con razón sobrada recriminaron a la ministra Margarita Robles lo que consideran culposo abandono, son las mismas que vamos a seguir escuchando, elevando el tono de su crispación, a la vista de que no se pone marcha la maquinaria de la recuperación. Está justificado el escepticismo y desconfianza de los afectados sobre las ayudas anunciadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, y las también comprometidas  por él mismo  anteayer miércoles en el Congreso de los Diputados, porque siguen sin llegar. Escepticismo y desconfianza a la vista de los reiterados incumplimientos de Pedro Sánchez con los afectados de la isla de La Palma, tres años después de la erupción del volcán y  diez viajes en Falcon del presidente Sánchez.
Las ayudas prometidas por nuestra Generalitat son pocas, insuficientes y de lenta llegada a su destino. Cunde la sensación de que tanta crítica al adversario político, haciéndole culpable de lo peor que ha ocurrido en Valencia –tal como se vio el miércoles en la sesión de control al Gobierno en el Congreso-- es una indecente e insultante manera de  hacer política de la mala,  que es la que no se merecen los afectados de modo más próximo y  concreto. Y todos los valencianos en general.

DESPERTAR DEL MAL SUEÑO. En medio de ese espantoso escenario de desolación es imposible tratar de levantar el ánimo. Nada se puede hacer por las víctimas mortales, salvo exigir  un compromiso claro, contundente, sin ambages, de que su muerte al menos servirá para que los representantes políticos, tanto locales, como provinciales, autonómicos, nacionales, y hasta europeos –cada uno desde sus responsabilidades y todos desde la generosidad—se conjuren para que Valencia despierte del mal sueño provocado por las lluvias torrenciales y las pesadillas que, desde aquellos fatídicos días, cada noche se les manifiestan a las decenas de miles de los afectados, viendo que son  tantas las empresas devastadas y sus empleados han perdido sus puestos de  trabajo, que no saben si lo recuperarán. O si la fuerza de la riada ha sido tanta que también se llevado por delante las ilusiones y ánimos de muchos empresarios, que será difícil verles dispuestos a volver a empezar.

SÁNCHEZ CONTRA MAZÓN. Cada día que pasa me convenzo más de que todas las ráfagas de continuo ametrallamiento político, social y mediático lanzadas contra Carlos Mazón tienen en no poca medida la pretensión de que colocándole el sambenito, como se hacía con los reos cuando eran llevados al cadalso, convertirle en culpable de todos los males padecidos por los valencianos en el último mes. Y los que todavía se sufrirán por no ponerse los medios y remedios para iniciar la reparación de daños y devolver a los afectados las mínimas condiciones de seguridad en sus viviendas y  recuperación de los medios de transporte. 
El presidente Pedro Sánchez perdió el pasado miércoles la oportunidad de convertirse, un mes después de no haber hecho, en adalid de la recuperación de Valencia.  Si tal como dijo y repitió desde la tribuna, el mayor responsable es Carlos Mazón ¿por qué no asumió el principal protagonismo y responsabilidad y anunció que se ponía al frente del movimiento de recuperación que tanto y de modo inmediato necesita Valencia? 

TODO LO QUE NO SE HIZO
Que lo urgente aplace el debate sobre las compromisos de las ineficacias y pifias más inmediatas. Que tendrán que ser estudiadas y analizadas.  Del mismo modo que se averigüe y establezcan aquellas otras que corresponden a quienes no acometieron   las infraestructuras que podrían haber evitado, o al menos disminuido, la gravedad de la tragedia.
Si el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, quiere tener alguna posibilidad de rehacer su maltrecha imagen, culpa de sus errores de gestión en los primeros momentos del drama, ponga a todos sus consellers y equipos a trabajar, fichando a quien haga falta, para que a su vez también sepan reclamar y exigir cuantas inversiones, ayudas y subvenciones sean necesarias para revertir la destrucción de tantas infraestructuras y miles de viviendas destrozadas. Para que Valencia –cuya alcaldesa ha hecho bien en reclamar la inclusión de la capital en la declaración de zona gravemente afectada—reciba con urgencia el empujón realista, no frases huecas propagandísticas. Ayudas para que pueda superarse la extrema gravedad provocada por la destrucción de miles de empresas. Sin esos auxilios, que permitan iniciar la senda de la recuperación, creer en la capacidad de superación, sacrificio y esfuerzo de la idiosincrasia valenciana será tentar a la suerte. Ha sido tanta la destrucción que en un muy elevado número de casos es posible que el emprendedurismo valenciano haya quedado sepultado bajo toneladas de desánimo y barro.