Si las autoridades eclesiásticas valencianas hubiesen intuido cuanta iba a ser la capacidad de convocatoria de hubiesen elegido otro local, mucho más amplio, para acoger a cuantos quisieron asistir al acto que ponía fin a la fase diocesana del proceso de beatificación y canonización de la sierva de Dios María Carmen Crespo Roig. Nacida en Beniarrés el año 1912 y antes de sus treinta años consiguió entrar a formar parte de la comunidad carmelita que casi cuatrocientos años antes había fundado el Monasterio de la Purísima Sangre de Cristo en Ontinyent. El sábado 13 de diciembre, festividad de santa Lucía, el salón de actos de la Vicaría de Evangelización de la capital valenciana quedó muy pequeño para tanta concurrencia. Familiares de sor María Carmen; paisanos de su Beniarrés natal con su alcalde al frente; ontinyentins con alma carmelitana;  y devotos de los muchos que ya tiene la futura santa quisieron ser testigos de momento tan importante.

El arzobispo de Valencia firmó la documentación en que se recogen los testimonios de quienes conocieron a esta monja y dieron testimonio de su abnegación, servicio, obediencia, entrega, devoción, oración, sacrificio, que son virtudes que adornan una vida de santidad. Antes, el párroco de Santa María de Ontinyent, Antonio Ferrando, glosó los aspectos más sobresalientes de la biografía de esta mujer que eligió la Orden Carmelita para entregarse a Dios. Y en la clausura del convento de Ontinyent transcurrieron los sesenta y cinco años de una vida que suscitó tanto respeto como admiración entre quienes la conocieron por la fuerza que, gracias a su fe, hizo posible que nunca se rindiese cada vez que la enfermedad la acechaba con cruel reiteración. Su frase, jaculatoria miles de veces dicha por ella y repetida por quienes leen el texto en que se da cuenta de su historia, es: “Jesús mío: Verte siempre y en todo. Y que te puedas valer de quien Tú quieras”.

A la vista de los asistentes al acto estaban las seis carpetas que contenían las declaraciones y testimonios que un tribunal ha recogido para desbrozar el camino a recorrer en un proceso de beatificación. Carpetas lacradas son el sello arzobispal, acompañadas de la carta que firma monseñor Benavent, que ya han sido enviadas al Dicasterio de las Causas de los Santos para que siga, y esperemos que avance sin demora, el  escrupuloso  proceso de confirmación y ratificación de que todas las virtudes atribuidas y reconocidas a sor María Carmen merecen plasmarse en su declaración de beatificación y santidad. Por la que rezan no sólo aquellos que la conocieron a través de las rejas de la estricta clausura carmelita, sino también muchos devotos como los que desde la Comunidad Valenciana, España y naciones de Hispanoamérica, piden su intercesión para obtener gracias y favores, tanto para sí como para familiares y conocidos. Unos y otros esperamos el milagro que haga posible su santificación. Amén.