«Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí» el microrrelato de Monterroso sigue causándome el mismo estremecimiento que me produjo la lectura de Otra vuelta de tuerca de Henry James: el horror de comprobar que nuestras peores pesadillas no son una ensoñación que se desvanecerá al despertar, sino una realidad ineludible.
Desear un próspero año nuevo además de una muestra de cortesía, es una necesidad psicológica. La esperanza no solo es una virtud teologal, sino una conditio sine qua non para una buena salud psiquiátrica. Ahora bien caer en un optimismo injustificado puede resultar mucho más peligroso que la desesperación. Viene a cuenta esta reflexión al clima de optimismo infantiloide y acrítico que vengo detectando estos días cuando se festeja que, por fin, este malhadado 2020 nos deja y se da por supuesto que 2021 será mejor. Esa forma de afrontar el futuro basada en imaginar un mundo completamente diferente al nuestro, un mundo sin pandemia made in China y sin crisis económica, simplemente con la voluntad, wishful thinking, de que así sea es lo que el filósofo Gustavo Bueno llamó “pensamiento Alicia”. En su obra Zapatero y el pensamiento Alicia (2006) el filósofo riojano analizó el desafuero que suponía plantear la acción de gobierno desde el simplismo infantiloide de aquel presidente del gobierno. Por supuesto, cientos de miles de parados y de empresas hundidas acabaron demostrando que las críticas de Gustavo Bueno estaban más que justificadas.
Hoy nos encontramos en una situación similar: el gobierno Frankenstein de Sánchez e Iglesias continúa anclado en el pensamiento Alicia, pero esta vez las consecuencias de su irracionalidad se miden en muertos (más de 70.000 a la hora de escribir estas líneas). Cuando uno escucha al filósofo Salvador Illa hablar de alcanzar la inmunidad de rebaño, piensa que lo más parecido que ha visto a un rebaño son las decenas de miles de ancianos y profesionales sanitarios a los que han llevado como ovejas al matadero. Recordar a Sánchez festejando triunfalmente en el mes de junio que habíamos vencido al virus, da pavor.
Los hechos son los siguientes: se van a administrar vacunas, eso invita al optimismo, pero desconocemos sus efectos secundarios a medio y largo plazo. Tampoco estamos seguros de por cuánto tiempo garantizan la inmunidad esas vacunas, y no sabemos cuál será su efectividad frente a las mutaciones del virus.
Por otra parte, hechos probados son la incapacidad de este gobierno para afrontar la situación, recuerden al portavoz oficial, el ínclito Simón, asegurando que en España habría solo dos o tres casos y, en pleno confinamiento, diciendo que las mascarillas no solo no eran necesarias, sino que podrían resultar contraproducentes.
Otro hecho probado es que este gobierno continuamente ha estado ocultando datos y reiteradamente ha mentido, verbi gratia ¿qué fue de la cacareada comisión de expertos que en primavera diseñó la desescalada? Resultó ser más falsa que una moneda de tres euros.
En estas circunstancias cuando despertemos la mañana del 1 de enero de 2021, como en el microrrelato de Monterroso, el dinosaurio del covid-19 seguirá ahí, por mucho que Alicia se empeñe en lo contario. Con todo y con eso, les deseo amables lectores un próspero 2021, ojalá que salgamos bien de esta, y que Dios les bendiga.