“No volveré a hablar del tren Alcoy-Ontinyent-Xàtiva-Valencia”; “No volveré a hablar del tren Alcoy-Ontinyent-Xàtiva-Valencia”; “No volveré a hablar del tren Alcoy-Ontinyent-Xàtiva-Valencia”…Y así, hasta cien veces. Fue el castigo que un amigo me sugirió debía cumplir. Y todo, por lo que él considera empecinamiento al haber escrito muchas veces en estas mismas páginas de LOCLAR a favor de la modernización, que nunca llega, de esa anquilosada línea de ferrocarril. “Es que tú defiendes el tren cuando el servicio que da es un desastre y nada parece indicar que vaya a mejorar”, me reprochó. Yo traté de explicarme. Le dije que mi propósito, cuantas veces he escrito aquí, u opinado en tertulias como la de TV Comarcal, era el de reclamar que llegase a esa línea la renovación tantas veces anunciada por representantes políticos de todo el arco parlamentario. Hubo algún dirigente, dirigenta en este caso, que habló incluso de que la electrificación del tren era posible y, pese no tener competencias autonómicas sobre el particular ella lo dio por hecho en un plis plas. Otros, también enardecidos y eufóricos, hablaron del traslado de la alejada e incómoda estación del tren en Ontinyent, desde su actual ubicación a un punto próximo al recinto ferial y, además, reconvertida en estación intermodal.
Mi amigo Enrique me daba cuenta de su fastidio y disgusto cuando el jueves día 15 de este mismo mes de marzo acudió a la estación de tren de Ontinyent. Iba a recibir a su nieta que volvía de Valencia en un tren que tenía prevista su llegada sobre las dos de la tarde. El día era desapacible y frío. El viento, molesto e impertinente como hemos podido comprobar estos pasados días. Enrique llegó a la estación, la misma con muy pocos cambios se construyó para la llegada del ferrocarril a Ontinyent en 1894, y decidió refugiarse en la sala de espera, de la que no puede decirse que sea un dechado de comodidades pero que, al menos, servía como cobijo ante las inclemencias meteorológicas. Otras cuatro personas compartían estancia. Cuando faltaban cuatro o cinco minutos para las dos de la tarde, se presentó en la sala de espera quien mi amigo identificó como jefe de la estación, para comunicar a los que allí estaban que iba a cerrar, de modo que tenían que esperar a la intemperie la llegada del tren. Privados de la hospitalidad, unos y otros no tuvieron más remedio que salir al andén y afuera, embozados con bufandas y otras prendas de abrigo con las que hacer frente al viento y frío, aguardaron estoicamente otros diez minutos hasta la llegada, con retraso, del tren.
Las mejoras habidas en este tren apenas resultan perceptibles para el posible viajero de modo que sigue reticente a hacer uso del servicio. El ligero incremento de la velocidad no compensa las otras muchas incomodidades, siendo la mayor de todas ellas las dos horas que necesitas para poder llegar a Valencia.
Toda una paradoja y un sinsentido si se compara que ese tiempo es muy superior al que necesita el AVE para enlazar Valencia y Madrid, y de ahí el alto nivel de ocupación que registra esa línea y no la nuestra.
Creo que pese a su recomendación no haré caso a mi amigo Enrique. Que no copiaré cien veces el castigo sugerido y, por el contrario, seguiré escribiendo y hablando a favor del tren y de la imperiosa necesidad de modernizarlo, ponerlo al día, y rescatarlo del pozo de abandono en que se encuentra. Demasiados servicios hemos perdido en nuestra ciudad –ahí está el clamoroso caso del desmantelamiento del cuartel de la Guardia Civil de Ontinyent cuyo mando está en Canals—como para no reclamar la puesta al día de aquellos servicios que mal que bien, renqueantes e insuficientes, todavía se siguen prestando.
Visto lo visto, todavía tendremos que esperar mucho tiempo en poder hacer nuestra la canción del grupo El Consorcio que cantaba aquello de “al compás del chachachá/ del chacachá del tren/ ¡Que gusto da viajar / cuando se va en el tren!”.
Si, sí, cuando viajemos en un tren en condiciones, cantaremos.