Ceferino no es un nombre común. Bien pocos son los que por aquí –en Banyeres de Mariola u Ontinyent -- han sido bautizados o inscritos en el registro civil con el nombre de un Papa de los primeros tiempos del cristianismo, que murió martirizado en el año 217 cuando gobernaba en Roma el emperador Septimio Severo y al que le había dado por reanudar las persecuciones contra los cristianos.
A la hora de buscar información sobre San Ceferino, escasa por cierto, me llevé la sorpresa de saber de la existencia de otros dos varones, también nombrados Ceferino, a los que su conducta ejemplar y virtudes les ha llevado camino de los altares. Me refiero a Ceferino Namuncurá, un argentino, nacido en 1886 en el seno de una familia mapuche, que pese morir con poco más de 18 años tuvo tiempo más que suficiente para demostrar la fortaleza de su fe. La Iglesia le ha reconocido sus virtudes y ha llevado adelante su proceso de canonización hasta su reconocimiento como beato en el año 2007 por el papa Benedicto XVI.
Otro Ceferino es un gitano español como conocido como El Pelé. Un personaje de lo más singular. Recomiendo enterarse de su existencia como yo lo he hecho en la Wikipedia, en la que he encontrado estas notas: “Aunque no supo nunca ni leer ni escribir –Ceferino Giménez Malla— era amigo de personas cultas y fue admitido como miembro en diversas asociaciones religiosas: Jueves Eucarísticos, Adoración Nocturna, Conferencias de San Vicente de Paúl e ingresó como laico en la Orden Franciscana Seglar en 1902. Llevó fama de caritativo y piadoso, y participaba en catequesis de niños y asistencia a enfermos y pobres”.
Para los interesados en avivar la memoria histórica cabe mencionar, y sigo bebiendo en la misma fuente, que Ceferino Giménez viendo en agosto de 1936 cuando ya se había iniciada la guerra civil, que unos milicianos golpeaban a un sacerdote con las culatas de sus armas, les reprendió su conducta lo que provocó la ira de éstos. Ceferino llevaba consigo un rosario, por lo que se lo llevaron detenido preso y le condenaron a muerte. Personas que le apreciaban le ofrecieron salvarle la vida si entregaba su rosario a lo que se negó sabiendo que ello le podía costar la vida. Y tanto como que le costó. Murió fusilado en el cementerio de Barbastro con el rosario en la mano y mientras lanzaba un «!Viva Cristo Rey!».
A la vista de las vidas ejemplares de estos dos Ceferinos cabe aceptar y deducir que se trata de un santo que invita a la bonhomía y a la santidad en vida. Y que nuestro Ceferino Micó Sempere, un ontinyentí que su madre lo parió en Banyeres de Mariola, no desmerece en virtudes de las que orlaron la vida de los dos beatos mencionados. Porque es pública su fe cristiana y su práctica cotidiana; su ejemplo y dedicación como padre y abuelo; su cultivo de la amistad; su fidelidad a los orígenes y su cariño a la ciudad que de bien joven lo acogió y en la que formó una amplia familia. ¿Qué sería de Cefe sin su mujer Chelo Turégano y sus hijos Chelo, Cefe, Curri y Esperanza, y su equipazo de nietos?
A Ceferino le hemos visto cumplir años sin que los efectos acumulativos y secundarios de la edad menguasen su actividad ni afectasen a su apariencia. Una vitalidad puesta al servicio de los suyos que han tenido en él y en todo momento a un padre que se desdoblaba en asesor, ayudante, consejero, chófer, recadero… Su físico juncal y gallardo le quitaba años y desmentía a su DNI. Además, su sonrisa y sentido del humor eran la manifestación natural de un personaje por tantas razones querido y respetado. Lo fue cuando empezó como bancario y cuando siguió como comercial en dos industrias textiles de Ontinyent como Colortex y Estampados Sanchis, que lo tuvieron como empleado que se hizo querer, respetar y valorar.
En el mundo festero siempre ha sido cristiano y perennemente vinculado a la mar. Primero como marinero. También como bucanero, comparsa de la que fue fundador y primer tro. En muchas entradas cristianas, ejerciendo como cabo de escuadra, tenía el aplauso garantizado por la maestría con que se desenvolvía. Sólo por ineludibles obligaciones paternofiliales, Ceferino se pasó al bando moro. Fue cuando sus dos hijos varones, Cefe y Curri fueron capitanes y él les secundó en sus brillantes y espectaculares empeños todavía recordadas con admiración.
Decía que Ceferino siempre gozó de una envidiable planta. De ahí que cuando supimos que la enfermedad le había salido bruscamente al encuentro sintiésemos quienes le queremos –que somos inmensa mayoría– un inmenso desasosiego. Las noticias que nos llegaban eran desalentadoras. Visitarle era motivo para sentirse acongojado. En esta ocasión las lágrimas, a las que siempre ha sido dado a verter emocionado el bueno de Ceferino, eran las nuestras.
El pesimismo de tantos días que nos llegaban con los tórridos calores fue cediendo gracias a una recuperación y mejoría que muchos pensamos ha sido asunto atendido por el Cristo de la Agonía del que Ceferino no sólo es fiel devoto sino que ha sido su andero en repetidas ocasiones antes de pasar la almohadilla a sus hijos.
A Ceferino le han dado una placa en la que se le nombra como Festero Ejemplar del año 2023. Un reconocimiento que en su caso está más que merecido y justificado. Cinco minutos de aplausos así lo ratificaron. Merecidísimo.