En el libro “Refraner valencià”, obra de Estanislau Alberola Serra y Manuel Peris Fuentes, con prólogo del franciscano y académico de numero de la Real Academia Española, Lluís Fullana Mira, editada Valencia en 1928, encuentro dos refranes referidos a nuestra ciudad que paso a reproducir. En la página 209 se puede leer: “Per a figues, Ontenient”, y en la 268: “Si a Ontenient vas, beu aigua del Pou Clar”.
Ignoraba que la fama de nuestros higos hubiese sido tanta como para saltar, como es el caso, a las letras de molde del libro impreso. Lo celebro como reconocimiento a una exquisita y deliciosa fruta a la que en los últimos tiempos nos se le hace justicia por haber ido ha ido perdiendo el favor de la población, sobre todo por parte de los más jóvenes. Las dietas adelgazantes, las modas, los nuevos usos y costumbres, la proliferación de zumos envasados, la llegada de exóticas frutas procedentes de cualquier parte del mundo (mangos, kiwis, chirimoyas, papayas), la importación de frutas fuera de temporada que permite, pongo por caso, comer cerezas en enero – eso sí, a precios astronómicos— no juegan a favor esas frutas mediterráneas que nuestros campos nos han ofrecido con generosidad a lo largo de los tiempos.
El níspero que ha conseguido salvarse de la tala por el capricho de ceder su terreno a un árbol ornamental foráneo, siente la frustración de ver que su fruto apenas si interesa. Si en el chalet en el que ha conseguido sobrevivir también sobreviven los abuelos, éstos serán los únicos que catarán con fruición el dulce fruto, uno de los primeros que nos ofrecen nuestros campos con la llegada del verano. Los nietos pasarán junto árbol y no sentirán la tentación de alargar la mano para hacerse con alguno de ellos. Los xeus, cagarneres, verderols, rossinyols y otras especies de la fauna avícola sí sabrán apreciarlos. En población alicantina de Callosa, sus agricultores han mejorado el níspero haciéndolo de mayor tamaño, incrementando el grosor de su carne, lo que les ha permitido aumentar de modo notable su exportación, hasta el punto de convertirlo en símbolo de su localidad.
En las cenas de comparsa más cercanas a nuestras fiestas algún veterano es posible que acompañe su baix braç de una caja o bolsa de higos. Los más veteranos no tardarán en pedir que se les haga partícipes de la fruta y más si, tal como afirma el dueño de la higuera, “son napolitanas”, variedad que goza del mayor aprecio entre los entendidos.
Los higos, qué decir de aquellos otros conocidos como de la goteta de mel, han sido un matahambre en tiempos difíciles. Comerlos con pan fue costumbre muy extendida. Mi suegra Conchita decía que dos tenían el alimento de un huevo. Cogerlos para dejarlos secar en la cambra o el terrat sobre una tela metálica (o un somier ya en desuso) era el primer paso para preparar el pampolfígol, delicioso y nutritivo postre que pedía paso y competía con el turrón y los polvorones en las comidas y cenas navideñas.
De estas tres frutas hoy comentadas, la granada es la que sigue gozando de mayor aprecio. Prolifera su cultivo en amplias zonas de Alicante, mientras que entre nosotros los hay que lo tienen más como ornamental que frutal, siendo así que se trata de una especie a la que le atribuyen un sinnúmero de propiedades medicinales y curativas. No falta quien se resiste a comerla por considerar que estriñe. Puede que sean manías y no hay peligro de ello salvo que se coman también sus pepitas. Hay quien ha tenido que viajar a Turquía y saborear un zumo de granada, como los que allí se ofrecen en numerosos puestos callejeros para cambiar de opinión.