Preguntémosle a cualquiera de las personas que quedaron atrapadas en la frías y nevadas ratoneras, en que se convirtieron carreteras y autopistas segovianas y madrileñas el Día de Reyes, qué opinan sobre el Ejército Español. Me permito trasladar a estas líneas su respuesta, por estar del todo convencido de que no variará mucho a cuanto sigue: “Los soldados de la UME han hecho una labor extraordinaria y quiero agradecerles sus esfuerzos, pala en mano, por habernos sacado de la trampa en la que nos hallábamos rodeados de nieve”.
Más de uno de entre quienes hasta ahora se manifestaban en contra de la misma existencia del Ejército, habrán cambiado de opinión. Vista la eficacia de su trabajo en plena noche, es muy de agradecer su propia razón de ser. La UME fue creada por el gobierno de Rodríguez Zapatero y si bien hubo voces discrepantes que pusieron en duda la idoneidad de su creación, los hechos han demostrado la bondad de una decisión, dado que a la UME lo mismo la hemos visto apagando fuegos, que atendiendo desbordamientos de ríos y ahora rescatando al personal entrampado en carreteras nevadas.
Al igual que es de justicia reconocer a la Guardia Civil sus desvelos, dando el callo en momentos tan aciagos como los vividos por miles de automovilistas inmovilizados por un temporal que unos dicen que había sido anunciado por prensa, radio, televisión, redes sociales y hasta por dolores reumáticos previos a cualquier brusco cambio de la meteorología, mientras que son más los que dicen no haber recibido las debidas advertencias del peligro al que se exponían.
El gobierno del PP, que vaya racha que lleva, ha tratado de echar balones fuera, repartiendo las responsabilidades en muy variada dirección: hacia la empresa concesionaria de las autopistas en primer lugar, pero también señalando a los usuarios como unos irresponsables, por meterse en carretera sin haber adoptado previamente las medidas recomendables como abastecerse de agua, combustible, ropa de abrigo y cargador para el teléfono.
El gobierno del presidente Rajoy está recibiendo estos días muy parecidas dosis de aceite de ricino a las que suministró siendo oposición, al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero y a su ministra de Fomento la inefable y locuaz Magdalena Álvarez.
La historia se repite. Los que fueron críticos son ahora los criticados. La nieve ha vuelto a servir de excusa y pretexto para zurrar la badana a quien está en el poder. O sea, que nihil novum sub sole. Sobre todo porque el propio sol no era capaz de traspasar el grueso espesor de una nubes cargadas hasta los topes de unos copos de nieve que, pasado el primer brochazo poético “al vestir de novia los campos y los árboles, los tejados y las veredas”, demostraron con su amontonamiento su capacidad de paralizar toda clase de actividad y movimiento.
Qué no sabremos los ontinyentins de cómo se las gasta la nieve cuando decide llegar hasta nosotros con la sobreabundancia en que de tanto en tanto lo hace. La nevada de 1980 afectó a numerosas empresas cuyos propietarios vieron como cedían las cubiertas de sus naves, incapaces de resistir tanta acumulación de nieve, afectando a maquinarias y almacenamiento. En Ontinyent, curiosamente, fueron las naves de construcción más reciente las que menos resistieron el desmedido pesó que se les vino encima. La desmemoria jugó en su contra. Por el contrario, las naves más veteranas, las que se levantaron con cálculos de resistencia suficientes para hacer frente a un embate mayúsculo, como lo fue sin duda la gran nevada de 1926, esas permanecieron en pie durante muchos más años, hasta que la peor nevada de todas, la de la crisis del sector del sector, en gran medida por la desleal competencia asiática, terminó por hundirlas del todo.
Que la nieve nos muestra imágenes idílicas, nadie lo duda contemplando paisajes invernales de sublime belleza, pero también es del todo traidora. Si quieren reír a cuenta de la nieve, de cuanto se la puede admirar y odiar, busquen en Internet el monólogo de un argentino que se fue a vivir a Toronto.