Un viejo texto debido a la sabiduría hebrea, escrito mucho antes del nacimiento de Cristo, ya nos hablaba de la versatilidad e inestabilidad de la condición humana, cuando su autor o autores nos decían lo siguiente:
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora…Tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar…Tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar…Tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. “
De alguna forma, este Capítulo 3 del “Eclesiastés”, el viejo libro judío al que me refería, puede aplicarse perfectamente en su honda reflexión al momento en que atraviesa la vida política española. Aun sin idealizar la etapa política de la Transición de finales de los años setenta, pues todo momento humano tiene sus defectos, nos parece que en aquellos años quienes los vivimos nos hallábamos en una época en la que todos pretendíamos juntar piedras, abrazar, coser, amar, vivir un momento de paz, mientras que el instante presente se nos llena de estímulos negativos llamados a romper lo unido, rememorar aborrecimientos pasados, evocar los momentos de guerra fratricida y abominar de la estabilidad social conseguida en estos casi cuarenta años.
El afán de desgarro en el ámbito de lo territorial no sólo lo hallamos ahora en la consabida tendencia centrífuga de territorios como Cataluña o País Vasco, constante desafío al ser nacional desde hace mucho, fruto de una complicidad colectiva del pueblo con una rapiña inmoral que ha saqueado las arcas con la excusa del amor a la Patria, impune latrocinio indultado por una opinión pública fanatizada.
Pero no solamente eso, sino que el mal del Norte se empieza a manifestar de modo casi caricaturesco en fenómenos que nos hablan de una imparable tendencia a esparcir piedras y no a juntarlas. De repente, surge un brote de insatisfacción turolense que lleva a esa población a procurar una presencia política propia que ya ni siquiera se ve satisfecha por el movimiento regionalista del PAR, sino que busca algo más cercano, pequeño, localista y puramente emotivo; un movimiento al que se va aproximando Soria, si encuentra desempleado alguno que se erija en defensor autóctono de la inigualable mantequilla de la zona, mientras que en Cantabria un personaje digno de las aventuras descritas por Pereda en “La Puchera”, digo de Revilla, podría ser Juan Pedro El Lebrato, redivivo, transportando anchoas al Palacio de la Moncloa y vivaqueando como puede de la bisoñez de unos paisanos agrestes y confiados.
Por si el retablo no estaba ya bien nutrido, al alcalde de León, José Antonio Díez Díaz, se le ocurre reivindicar el viejo Reino leonés, supongo que tras una visita navideña a San Isidoro, panteón real de aquellas tierras, y pretende separarse de Castilla, alegando la primogenitura histórica del Reino de León respecto del de Castilla, olvidando inicuamente a Don Pelayo, a los astures y cántabros, que también podrían decir lo suyo. Puestas así las cosas, espero de un momento a otro que Luis Salvador, Alcalde actual de Granada –por los pelos- reivindique con más razón que el edil leonés la condición territorial autónoma granadina, pues fue Reino independiente hasta casi finalizado el siglo XV. Se llegaría así a una encrucijada histórica: el alcalde leonés reivindicaría la autonomía de León con el apoyo de Podemos, como lo ha hecho, y el de Granada la autonomía alpujarreña con el apoyo de Vox, que le sostiene, lo que podría verse. Además, desde 1978, siempre se atisbaban dos comunidades autónomas andaluzas en potencia: Andalucía occidental, con capital en Sevilla, y la oriental, con capital en Granada, si no se enfadan los malagueños. Pura y fluida locura colectiva.
De todo lo cual se deduce que nos encontramos ante una de esas periódicas crisis existenciales de España, que se renuevan de vez en cuando, que nos acercan al abismo, que nos van laminando como Nación y de las cuales hemos de tardar décadas en rehacernos. Se atribuye al Canciller Otto von Bismarck una frase que ahora vuelve a adquirir toda su enjundia. La frase diría: “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido”. Parece que a esa frase hay conciudadanos que responden: ¡Bueno, todo es cosa de proponérnoslo!
Es tiempo de vacío, de falta de liderazgo. En el año 1978 contábamos con líderes capaces de sentido de Estado desde posturas diversas, se llamaran Suárez, González, Carrillo o Fraga. Hoy, por mucho que se grite, vivimos un tiempo de denso silencio, sólo roto por el retumbar del tambor de cada tribu.