Rosana Ferrero
En algunas ocasiones y para determinadas mujeres salir a comprar ropa puede llegar a convertirse en un auténtico reto. Aparte de que se pueda hallar la prenda idónea que no aumente visualmente algunas partes del cuerpo, también es importante dar con la persona adecuada. Que es más significativo de lo que parece.
La edad es un río de maldiciones físicas que puede desembocar en otras maldiciones mentales causantes de traumas íntimos y rechazos que en la oscuridad de un momento pueden derrumbar a la más brava. Porque a nadie le gusta que la etiqueten por su aspecto y menos que la clasifiquen sin pudor alguno.
Por suerte tenemos un amplio abanico de tiendas con grandes profesionales del sector que saben cómo tratar con delicadeza a quienes integramos ese tramo de público objetivo que no solemos embutirnos en lycras imposibles o tallas reventonas. Pero como de todo hay en la viña del Señor, también podemos dar fe de algún trato despectivo por tener una constitución corporal un tanto alejada de los cánones de lo que se puede denominar normalidad por el punto donde se traza la cintura perfecta.
Esto me lleva a relatar un caso en que, una avispada y posiblemente cabreada señorita de modales despistados, perdió una clienta potencial por su desacierto en el diálogo. Había una chica en una tienda mirando qué comprar, buscando un vestido de noche para una ocasión especial. Cuando se dirigió a la dependienta para preguntarle, quien se quedó a unos tres metros de distancia ojeándola cual ingeniero de caminos frente a un campo de olivos, le contestó que allí no tenía nada para cubrir su voluptuosidad y que, si quería, podía desplazarse “enfrente” a la zona de outlet, pero que dudaba que allí encontrara algo que le cupiera. Esa chica era yo. Sin nombres, que un mal día lo tiene cualquiera. Pero merecerlo, merece que lo ponga en mayúsculas, negrita, cursiva y subrayado.
En otra ocasión y en otra tienda se me invitó a adelgazar, ya que lo que me gustaba no estaba en mi talla y lo que había en mi talla no me gustaba, así que no podía venderme nada, según me explicó. Me pareció asombroso que siendo yo quien pagaba para encontrar una solución se me diera un consejo para que la solución se la proporcionara yo a ella. De esto hace más años, por lo que mi aspecto era más acorde a los estándares de los perímetros anatómicos. 
Pasar de según qué talla puede hacer inaccesibles cosas que nos encantaría lucir y tener en el armario y cuando se trata de encontrar algo en especial el desafío puede ser mucho mayor. Por eso acabamos acudiendo a esas sabias modistas (o modistos, que aquí tenemos un par de renombre), artistas del hilo y la aguja con el fin de que nos dejen niqueladas para esa foto que tiene que lucir en algún marco y posiblemente en las redes sociales; para que nos sepa a gloria la alfombra roja que tengamos previsto pisar.
Por suerte, y como decía antes, tenemos detrás de un mostrador muchas más mujeres capaces de dominar y utilizar su empatía, de aconsejarnos y hacernos sentir cómodas ante el espejo de un probador que suele escupir una imagen que no siempre es la que querríamos. Aunque nos aceptemos como somos porque no estamos tocadas por la mano de Dios, como otras más afortunadas, también queremos lo que no tenemos. Como la gran mayoría de los humanos.