Pascual Fita Gandia se ha ido del escenario de nuestro Ontinyent haciendo el último y definitivo mutis, el de la vida. Lo ha hecho llevándose el aplauso más cariñoso y sincero, el que brota de los corazones de quienes le quisieron, que fueron muchos, y a los que él quiso, que también fueron incontables. 
Pascual encarnó a lo largo de su vida decenas de personajes teatrales sobre las tablas de nuestros escenarios, poniendo en cada uno de ellos alma, corazón y vida. Ningún papel cómico o dramático se resistió a su empeño como actor. Estudiaba lo que tenía que decir, lo memorizaba, y lo ensayaba una y otra vez para evitarle agobios al apuntador. Su buen hacer y su simpatía, siempre contagiosa, eran la mejor receta para que el público saborease el intrínseco valor interpretativo del bueno de Pascual Fita Gandía.
A la hora de darle el último adiós, repito y volveré a repetir, al bueno de Pascual,  le recordamos que nos está devolviendo el saludo, sombrero en mano, y con su abierta y franca sonrisa de siempre.  Es de justicia decirles a los paisanos, bien pocos, que no supieron de él, que tenemos en lengua castellana un adjetivo que  es el que más y mejor sirve para definir a la personas como él, y no es otro que el de bueno. 
Pascual fue bueno como esposo, padre, abuelo, suegro, hijo, hermano, cuñado, festero—moro berberisco de toda la vida, faltaría más— amigo, contertulio, compañero, actor, purisimero de Misa Sabatina, trabajador, escritor, ontinyentí, valenciano y español. 
Además de ser bueno, y por razón de serlo, lo demostraba a diario dentro y fuera de casa. Incluso cuando ya las fuerzas comenzaron a abandonarle por culpa de los achaques, no dejó de mostrar su, tan apreciado por todos, sentido del humor. Y del amor. Si había ocasión, y caso de no haberla la provocaba si era menester,  no dejaba de aprovecharla para regalarles una broma a quienes compartían con él el rito cotidiano de obligado cumplimiento como era del esmorzar. O  para alegrarles el día con una de sus frases y sentencias que  él mismo bautizó como “pascualetos”. 
Un “pascualeto” lo mismo podía ser una ocurrencia del momento, una broma con anécdota y retranca, una oración fervorosa, una curiosa idea, una greguería pascualina o un pensamiento profundo. Pascual era, al mismo tiempo que escritor-festero, un amante de los libros que leía con la avidez  de quien busca en ellos la sabiduría y conocimientos que no pudo conseguir porque la exigencia de incorporarse bien joven al mundo del trabajo, le privó de tiempo y oportunidades.
El Tanatorio de Ontinyent se convirtió el pasado sábado en punto de encuentro de cientos de familiares, amigos y conocidos. Unos a otros se demostraban, que por encima del hondo y emocionado pesar de su despedida, aquel adiós era también un motivo de satisfacción y agradecimiento por la suerte de haberle podido conocer y disfrutar durante tantos años de su compañía y presencia.
El bueno de Pascual Fita Gandia, a estas horas de la Semana Santa, ya habrá encontrado acomodo celestial bien cerca de su querido Cristo de la Agonía. Un lugar en donde platicar con aquellos familiares y amigos que ya le han precedido, a los que invitará a sentarse alrededor de una mesa, al tiempo que pedirá al ángel camarero  el cotidiano e irrenunciable esmorzar, con barralet incluido.