Durante este mes de diciembre se va a representar en el Palau de les Arts la ópera Maria Stuarda de Gaetano Donizetti, cuya trama gira en torno a la dramática historia de la reina de Escocia cuya vida, en opinión de Stefan Zweig, autor de una magnífica biografía de la monarca, fue «una tragedia de dimensiones clásicas, grande y poderosa como la Orestiada». Al lector avispado no se le habrá pasado por alto que el personaje en España es conocido como María Estuardo, pero es que el libreto de la ópera está escrito en italiano. Si estuviera escrito en inglés, sería conocida como Mary Stewart, si bien los escoceses se refieren a ella como Máire Stuart. Sirva de ejemplo el caso de la reina de Escocia para ilustrar que, en contra de la opinión generalizada, los nombre propios, incluso los apellidos, tienen traducción cuando se adaptan a una lengua distinta. Y si no lo creen, basta con que sintonicen TV3 y sigan las andanzas en Abu Dabi del rey emérito Joan Carles de Borbó.
Viene este excurso a colación de la polémica surgida en torno al partido de Copa del Rey que se disputó en el Clariano entre el Getafe y el Atzeneta cuando en determinados medios de comunicación se dijo que el encuentro se jugaría en Onteniente. A partir de ahí hubo quienes pusieron el grito en el cielo exclamando que el nombre oficial es Ontinyent. La cosa llegó al extremo de que la mismísima Real Academia de la Lengua intervino en la polémica señalando que una cosa es la utilización de los nombres oficiales en documentos públicos y generados por la administración y otra bien distinta el uso en otros ámbitos.
Durante la Edad Media una pequeña ciudad alemana se convirtió en el centro del mundo pues era el lugar donde se coronaba a los emperadores del Sacro Romano Imperio Germánico: Aquae Granni, Aquisgrán en español, Aix-la-Chapelle en francés, Aachen en alemán, Cáchy en checo, Aken en neerlandés. En cambio Agres, por ejemplo, se dice Agres en todos los idiomas. Quiere decirse con eso que el hecho de que un nombre propio, sea un topónimo, sea un antropónimo o un patronímico, tenga traducción es prueba de que resulta conocido e importante.
Supongo que será por ese motivo que nunca he oído que los oscenses, turolenses o zaragozanos se quejen amargamente de que en los informativos de TV3 se refieran a sus respectivas ciudades como Osca, Terol o Saragossa, a pesar de que los respectivos nombres oficiales sean Huesca, Teruel y Zaragoza. Como hijo de Ontinyent me llena de satisfacción que el nombre de mi pueblo natal tenga traducción al castellano: es la evidencia palpable de que, al menos, a nivel nacional no somos unos auténticos desconocidos. Por eso me llamó la atención que en determinado medio de comunicación de la terreta se descalificara a quienes compartimos el criterio de la Real Academia de la Lengua acusándonos de centralistas. Me temo que a los indignaditos porque en castellano se diga Ontenienteaut aut, como decían los escolásticos, o bien les ciega la pasión nacionalista, o bien andan perdidos como Bill Murray y Scarlett Johansson en la delicada y maravillosa Lost in translation (Perdidos en la traducción).