¿Os imagináis que un día, una de vuestras mejores amigas os dice que se va a ir de voluntariado a África y que quiere que la acompañéis, aunque no os lo habíais planteado nunca? Eso es lo que le pasó a la joven ontinyentina Raquel Ferrero. Pese a que nunca se había planteado ir, comenta que “como la reacción de mis padres no fue un no rotundo pensé allá voy”.
Así es como Raquel Ferrero Guillem (Ontinyent, 23/10/1997) estudiante de Medicina, empieza una aventura que acabaría convirtiéndose en una experiencia inolvidable. Ella misma comenta que “empecé a informarme y vi que sería una experiencia dura que valdría la pena”.
La ontinyentina reconoce que “a mí no me costó dar el paso de vivir 3 semanas en lo desconocido, pese a que a veces sí tenía ese cosquilleo por pensar en lo que me podría encontrar”, pero reconoce que es porque “ya había estado anteriormente tres año estudiando en Eslovaquia, por lo que el interés era mayor que el miedo al desconocimiento”.
Durante su estancia en Toukar, provincia de Fatick en el país africano de Senegal, Raquel y su compañera y amiga Camila, trabajaban en un dispensario, lo equivalente a un centro de salud en nuestro país. La curiosidad llega cuando, según comenta la propia joven “éramos las personas con más estudios de medicina, ya que el encargado era enfermero”, pero pese a ello, y debido a algunos protocolos existentes en el país “nosotras ejercíamos y realizábamos funciones de enfermería, tareas que en España no solemos realizar”.


La vida en un pueblo de Senegal
Una de las principales curiosidades que tenemos en España respecto a esos países africanos es conocer el estilo de vida que allí llevan, una vida que presuponemos totalmente distinta y que Raquel Ferrero confirma. Todos conocemos el dicho español de ‘el tiempo es oro’, pero en África, según le dijeron a la ontinyentina “el tiempo está muerto. No se guían por él para hacer planes ni para saber cuando van a llegar al lugar al que se dirijan. La vida es mucho más calmada en ese aspecto”, comenta. Pese a lo que pueda parecer la gente es muy simpática, o eso comenta Raquel, quien afirma que “los niños se volvían locos de felicidad cuando llegábamos” y debido a la notable diferencia en el color de la piel, “corrían hacia nosotros para abrazarnos gritando ‘toubab’ (palabra que significa blanco en su idioma), y todo el mundo nos preguntaba cómo estábamos”, explica.
La vida de Raquel y su amiga Camila durante estas tres semanas ha sido totalmente distinta a la que estaban acostumbradas. “Vivíamos con una familia a la que le pagábamos lo equivalente a 7 euros por persona al día”, comenta la estudiante de Medicina que, además, afirma contaban con un baño, que en realidad era una letrina; una ducha, que se trataba de un cubo de agua; y su habitación con ventilador y mosquitera. Las comidas las hacían junto a la familia.
Uno de los problemas que se encontraron fue el del idioma, o eso parecía, ya que Raquel explica que “pese a que no sabíamos hablar francés no existió la falta de comunicación, ya que siempre acabábamos entendiéndonos” y admite, eso sí, que “ya me he apuntado a clases por si vuelvo”.
En Toukar, el pueblo donde han residido estas tres semanas, se vive especialmente del cultivo de mijo, un cereal muy utilizado en la zona, y de cacahuetes, que resalta Raquel que “están mucho más buenos que los que solemos comer aquí porque son más naturales”.
El transporte es muy distinto a España, o eso comenta la ontinyentina, quien añade que “el último día, camino del aeropuerto, nos subieron en un coche que tenía cada asiento implantado de un coche distinto”, algo que admite “no nos dio mucha confianza”. Como no es habitual tener coche, cuenta que “para desplazarnos a las poblaciones vecinas lo hacíamos en un carro de caballos”, “como en la serie de El Secreto de Puente Viejo” matiza.

Lo más sorprendente de un viaje humanitario
En Toukar se duchan con cubos de agua, cuidan al máximo las calles, que es precisamente donde comen y cenan aunque llueva, y los colchones están en el suelo, esas condiciones son las que a Raquel “me sorprendieron mucho” aunque después comenta que “cuando llevas unos días allí te das cuenta que se puede vivir así y que ellos son muy felices”, aunque por supuesto “al principio reconozco que me dejó un poco en shock”, matiza.
Una de las anécdotas más sorprendentes que nos cuenta Raquel es que “ellos no conocen lo que es el síndrome de down pese a que en el pueblo tienen gente que lo padece” y nos explica que “sus propios familiares le golpean por actuar distinto al resto. Te sorprende lo poco que saben sobre ese tema”
Móviles, tablets, ordenadores portátiles, vídeo consolas. Todos estos lujos normalizados para los niños en España no se encuentran en Toukar, donde Raquel destaca que “los niños son mucho más niños, se pasaron horas jugando en un tres en raya que dibujamos en el suelo” y en cambio, añade, “les dejé un móvil y me lo devolvieron muy pronto porque se aburrían”. Eso sí, pese a que los niños son más niños “crecen mucho antes, ya que a los 11 muchos de ellos son enviados al campo a trabajar”. La obligatoriedad de los estudios hasta los 16 en España no existe allí. Además, destaca la ontinyentina, “pese a que hay niños muy inteligentes, nunca podrán estudiar porque sus padres les requieren trabajando”.
Para terminar respecto a las grandes sorpresas que se llevaron Raquel y Camila, recuerda la primera que “un día una compañera que trabajaba con la gente con diversidad funcional nos llevó con ella y pudimos ver a un hombre que nació con una malformación que le impide caminar”. Hasta aquí no sería una historia sorprendente, puesto que ese tipo de malformaciones, pese a ser raras, también suceden en España. Lo sorprendente, según  cuenta Raquel, es que “el hombre trabajaba en el campo e iba arrastrándose por el suelo porque no dispone de una silla de ruedas, por lo que se dedicaba a plantar semillas”. 
Desde ese momento, la ontinyentina tiene claro que “queremos ayudarle consiguiendo el dinero para que nuestros amigos de habla hispana que tenemos allí le compren una”, ya que comenta que “enviar una silla de ruedas hasta Toukar sería carísimo”.


¿Qué se puede hacer desde España?
Algo que siempre nos preguntamos es.. ¿qué podemos hacer desde España por ellos? ¿cuáles son los principales problemas en esos países?. Raquel Ferrero explica que “no he vivido lo suficiente para saber cual es el principal problema del país, aunque quizás el error sea pensar que el problema como tal existe” y matiza, sin dudar, que “bajo mi punto de vista el problema sería el mismo que en el resto de países africanos, sus gobernantes”. Unos gobernantes a los que la ontinyentina piensa que “no les interesa que el pueblo evolucione y estudie para poder pedir lo que les corresponde porque así perderían muchísimos beneficios”. 
Raquel pone como ejemplo el caso de Toukar, donde “tienen una enorme cantidad de agua subterránea, pero no disponen ni quieren que dispongan, de los medios para poder sacarla. El gobierno no quiere que el país mejore y salga hacia adelante”.
En el caso de la ayuda que desde España se puede dar comenta que “yo dejé cajas en las farmacias para que quien quisiera pudiera donar medicamentos u otros objetos como ropa o juguetes y conseguí bastantes”. Quiere agradecer también a “la farmacia Bartual por la gran cantidad de medicamentos, cucharas y papillas que nos facilitaron”.
Si algo le ha quedado claro a Raquel Ferrero es que “repetiría la experiencia con los ojos cerrados porque considero que me queda mucho por hacer y aprender allí”, y con la voz entrecortada comenta que “se me hace un nudo en la garganta cuando hablo de África, y no es de tristeza es de emoción por la suerte de poder vivir esto” y anuncia que “ya estoy aprendiendo francés por si acaso”.