Él mismo lo había adelantado a modo de aviso a quienes lo tendrían que llevar a la tumba: “En España se entierra muy bien”. La noticia de la gravedad de la enfermedad, que acabó en muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, desató las alarmas y quienes lo habían arrinconado dentro de su propio partido, corrieron presurosos tratando de hacerse perdonar los infligidos desprecios junto al que ya estaba agonizando.  El propio Pedro Sánchez decidió regresar hora y media antes de su conclusión de una cumbre europea en la que participaba. Como si su presencia fuese imprescindible para dar consejo a los médicos que lo trataban y que ya habían comprobado que nada se podía hacer contra un ictus tan devastador como el sufrido por el que fuera vicetodo: ministro de Interior, Defensa, Presidencia, Educación y Ciencia, Portavoz del Gobierno y del grupo socialista en el Congreso y vicepresidente.

La muerte del que tantas responsabilidades políticas desempeñó en ministerios como los anotados, y también  en  la dirección del Partido Socialista, se transformó en proclamas –el tam tam de los medios de comunicación cómplices volvió a conseguir los ecos pretendidos—a favor de su inmediata canonización laica. Ahora resulta, a la vista de tanto panegírico y elegía lanzado entre volutas de incensarios, que Alfredo Pérez Rubalcaba era un compendio de virtudes e inteligencia, sin mezcla de mal alguno, por más que sus adversarios, y los suyos también, rendidos a los efectos catárticos de su muerte, le tuviesen por un personaje capaz de urdir cualquier clase de intriga. Inteligentes neuronas tenía para lograrla con éxito.

“En España se entierra muy bien”, había dicho. Y Pedro Sánchez, que debió sentirse concernido por esas palabras, se aposentó junto al féretro en actitud plañidera.  Así trataba de hacerse perdonar el desdén con que había tratado al fallecido, razón por la que el presidente dejó de hablarle inmediatamente después de que aquel acuñase, con otra reveladora definición de las suyas, como “gobierno Frankenstein” el ejecutivo sanchista nacido de la moción de censura que apoyaron podemitas y separatistas vascos y catalanes. No faltan quienes malician que las horas que pasó Pedro Sánchez en el velatorio respondían a su deseo de asegurarse que el muerto no levantaba la tapa del ataúd. 

Por muchas que sean las amnesias y los interesados olvidos, destacando  las del propio Mariano Rajoy, archivos, hemerotecas y videotecas, así como la memoria de muchos miles de españoles,  guardan recuerdos y datos suficientes sobre asuntos que han quedado orillados, cuando no directamente ignorados,  en esta hora de la glorificación de Alfredo Pérez Rubalcaba. Su papel de hostigamiento al noqueado gobierno de Aznar tras los atentados del 11M y el caso Faisán, son dos máculas de la mayor importancia y gravedad, como discutibles y discutidos han sido y son las repercusiones y efectos –nefastos según no pocos expertos -- que para la educación de los españoles supuso la LOGSE que Rubalcaba alumbró durante su etapa en el Ministerio de Educación y Ciencias.  

A su favor no son pocas las responsabilidades y aciertos que merecen ser destacadas en su obituario. Comenzando por su propia biografía universitaria, primero como licenciado en Química Orgánica y profesor, actividad a la que regresó cuando entendió que su papel en política había llegado a su fin, así como su extensa e intensa actividad política como ministro y legislativa como diputado. Su papel en la lucha contra el terrorismo de ETA y la implantación del carné por puntos, que tantas vidas ha ganado frente la mortandad de los accidentes de tráfico, son dos aspectos de su currículo que es de justicia dejar anotados.

Si fuesen sinceras las lágrimas derramadas por Alfredo Pérez Rubalcaba, el presidente del Gobierno en funciones y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, atendería la explícita recomendación hecha por Felipe González, de que la mejor manera de honrar la memoria del desaparecido vicepresidente –cuyas exequias no desmerecieron de las de un jefe de estado—sería integrar en la dirección del partido a aquellos rubalcabistas que fueron apartados por su vinculación con el que fuera secretario general socialista entre los años 2012 y 2014. No será así. Y Elena Valenciano y Pepe Blanco, por citar dos de los casos más reveladores del ninguneo decidido por el doctor Sánchez seguirán en el ostracismo.

¿Lágrimas por Rubalcaba? Sí, ma non troppo. Sólo delante de las cámaras. ¿O no, presidente Sánchez?