No me sorprende en absoluto que los de siempre, desoyendo el consejo ignaciano de no hacer mudanza en tiempos de desolación (¡Ay, si el reverendo Xabier Arzalluz ex Societate Iesu levantara la cabeza!), aprovechen las trapisondas en las que incurrió el anterior monarca para poner en solfa la Constitución, pero sí me llama la atención que los escándalos que afectan a otras monarquías no susciten en sus respectivos países los terremotos que aquí se producen. Sin ir más lejos, los ingleses, que fueron un siglo antes que los franceses los primeros europeos en decapitar a su rey y proclamar la república, ni por un momento se han cuestionado la monarquía en medio de la tormenta del brexit, el desafío de los nacionalistas escoceses y las continuas meteduras de pata de los miembros de la familia real. ¿Por qué Spain is different?
En estas cavilaciones andaba yo, cuando me topé con un curioso documento. Se trata de una redacción titulada “Coronation Day” compuesta por un niño de diez años con motivo de la coronación de Isabel II de Inglaterra en 1953 y que fue premiada por el ayuntamiento de su ciudad. La ciudad era Liverpool y el niño se llamaba Paul McCartney, ¿les suena?
Lo llamativo de la redacción es que el muchachito comienza recordando la coronación de Guillermo el Conquistador tras la batalla de Hastings en 1066 y compara a la joven Isabel II con su antecesora Isabel Tudor. ¡Qué diferencia abismal con los trabajos que aquí se premiaban en el concurso escolar ¿Qué es un rey para ti?! Mientras de la redacción del niño McCartney se intuye cómo en el sistema educativo inglés se inculca a los niños que la institución monárquica es quintaesencial  en la historia de su nación y que la corona está por encima de los personajes que en un momento dado la ostenten, en los trabajos que se premiaban en España, la figura del rey se desligaba de la historia de la nación (los Reyes Católicos, don Pelayo, Carlos V, son temas tabú, juju, franquistas avant la lettre) para centrarse en una visión paternalista muy naif de don Juan Carlos, como un monarca moderno, deportista... todo muy en consonancia con aquella estrategia (hoy los cursis lo llamarían relato) de que España no era monárquica, sino juancarlista. Semejante memez era una buena coartada para todos aquellos que a pesar de provenir de una tradición republicana necesitaban justificar haber pactado la monarquía para poder medrar. Pero resulta sorprendente que quienes se consideraban monárquicos aceptaran semejante patochada, hasta el punto de que el propio rey Juan Carlos consideraba un triunfo personal ese supuesto juancarlismo de la sociedad.
Don Juan Carlos no abrió corte, como pretendía el marqués de Leguineche en Patrimonio Nacional, pero cortesanos pelotas los hubo y en cantidad. El mayor error del anterior Jefe de Estado fue dejarse llevar por esa corte de aduladores que le hicieron creer que lo importante era su persona, el juancarlismo, y no la institución, la monarquía. De aquellos polvos vienen estos lodos.