Su figura se alza altiva bajo el sol abrasador de la sabana luciendo con orgullo su inmenso falo de más de 70 centímetros y unos testículos enormes que no le van a la zaga, pero a pesar de sus prodigiosos atributos viriles su género es femenino: se trata de una jirafa, macho, pero altiva jirafa. Y qué decir de la hipócrita morsa que lloraba por las ostras a las que iba a engullirse  en el poema La morsa y el Carpintero de Alicia en el País de las Maravillas. A pesar de poseer uno de los mayores penes del reino animal, la morsa sigue siendo una morsa, y no un morso.
Más curioso es el caso del temible Leviatán que obsesionaba al capitán Ahab. A pesar de que en su versión original inglesa Melville se refiere siempre al monstruo como masculino (he, his, him) en su traducción al español se convirtió en una temible ballena (femenino) en un sorprendente caso de travestismo interlingüístico. Vistos estos ejemplos hasta la mente más obtusa debería empezar a cuestionarse que, a pesar del discurso políticamente correcto que nos esclaviza, el género y el sexo no son la misma cosa.
De hecho, al menos en el ámbito de las lenguas indoeuropeas, está demostrado que el género surgió como categoría gramatical para distinguir lo vivo de lo no vivo, lo animado de lo inanimado. Si bien es cierto que, por razones prácticas, pronto dentro del género animado se diferenció entre masculino y femenino. Tal es el origen de la triple distinción masculino-femenino-neutro. Lamentablemente la psicología humana con su tendencia a personificar lo que le importa y cosificar lo que desprecia enredó muy pronto la situación. Así mientras que en griego clásico el fuego (tó pyr) y el agua (tó hýdor) en su condición de seres inanimados eran neutros, en latín fueron personificados el fuego, ignis, masculino y el agua, aqua, femenino, e inversamente a las pobrecillas cenicientas de saldo y esquina se las cosificó con un sustantivo neutro: scortum. Un proceso análogo de personificación sucedió con el sol y la luna, aunque si uno se fija en las lenguas germánicas se llevará la sorpresa de que en alemán el sol, die Sonne, es femenino, mientras la luna, der Mond, masculino.
Decía el camarada Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, que los hechos son tozudos. Pues bien, estos son los hechos: el género es una categoría gramatical que a veces, y solo a veces, en algunos seres vivos coincide con el sexo, que es una cuestión biológica. Sexo y género son realidades bien diferentes. Vengan ahora los miembros y miembras, portavoces y portavozas, jóvenes y jóvenas y demás ralea lobotomizada por la ideología de género y embistan con sus eslóganes contra la dura realidad. Como dijo Lenin los hechos (y las hechas) son tozudos (y tozudas).