Es curioso cómo la memoria, que suele ser muy selectiva (también histórica y para ciertas mentes sectarias histérica) es capaz de recordar determinados comentarios de un hecho, una persona, o un suceso sin que intervenga la importancia de lo ocurrido sino la persona que te los hizo para quedar fijado entre los repliegues de ese disco duro que es el cajón de la mente. Me ocurre con frecuencia con algunas reflexiones que en un momento de su vida me hizo mi padre y ya se quedaron para siempre clasificadas en esa parte del archivo cerebral que no se ha visto cubierto –todavía, y por fortuna espero que nunca— del ingrato polvo del olvido, amenaza que nos acecha según van cayendo las hojas del almanaque de la vida.
Entre las remembranzas de un próximo anteayer aparece el doctor José Riera, del que mañana, día 17 de abril, se cumplen diez años de su muerte. Una razón más para tenerlo presente y rendirle en estas líneas un homenaje al que seguro se sumarán hijos y nietos y muchos de cuantos fueron sus pacientes que encontraron en él adecuado remedio a sus dolencias. 
 “Tiene muy buen ojo clínico”, era una de las frases con las que mi padre reconocía los saberes y conocimientos del doctor Riera. Y parece ser que así era,  que no era sólo  el convencimiento extendido  y compartido por quienes acudían a su consulta y salían de la misma con la certidumbre de que el diagnóstico que les había dado era el correcto y el tratamiento para hacer frente a la enfermedad el más adecuado. También otros colegas suyos ejercientes en Ontinyent, le solicitaron  en numerosas ocasiones una valoración sobre el estado de alguno de sus pacientes, de modo que la segunda opinión que el doctor Riera pudiese proporcionar fuese el refrendo de la terapia o medicación recomendable.
Cierto día, mientas yo esperaba en los camerinos el momento para entrar en el plató y presentar un día más la tertulia mañanera de Canal 9, surgió en la charla que mantenía con el periodista Toni Galindo, que me acompañaba en el programa para dar cuenta de la actualidad deportiva, el nombre de Ontinyent. Toni lo relacionó de inmediato con el doctor Riera, dándome cuenta de la estrecha amistad de su abuelo con el médico ejerciente en nuestra ciudad.  Ambos se conocían por haber nacido en Casas de Bárcena, pedanía de la ciudad de Valencia a la que el doctor Riera pese sus muchos años de residir en Ontinyent seguía vinculado. Una relación de familiaridad incluso más que de amistad de la que Toni hablaba con verdadera admiración y afecto, destacando del doctor no sólo el ya comentado excelente ojo clínico que se le reconocía sino su campechanía en el trato y la bonhomía ejerciente que le llevaba, entre otras buenas obras, a dispensar del pago de la consulta a quien no tenía recursos. 
A los diez años de su muerte que mañana se cumplen, es seguro que no sólo los hijos y familia recordarán de modo especial al doctor Riera sino que serán muchos de los que fueron pacientes suyos los que le tendrán presente porque su buen ojo clínico (y más en tiempos en que los médicos de familia no disponían de los complementos técnico-científicos capaces de escrutar el más recóndito rincón del interior de nuestro cuerpo) le permitía dar un diagnóstico acertado y proponer la medicación o terapia capaz de vencer el mal. 
El doctor Riera junto con colegas suyos como lo fueron los hermanos Sayas y Rovira, la saga de los Galiana que tiene continuidad en tercera generación, los doctores Garrido, Bonastre y Martínez, entre otros, formaron un eficiente cuadro médico en los años previos a la puesta en marcha del hospital de Ontinyent. Gracias a sus conocimientos y dedicación, la asistencia médica en nuestra ciudad fue muy superior a la media de poblaciones como  la nuestra. Agradecido recuerdo y larga memoria para el doctor José Riera a los diez años de su muerte.