Un día, hace cosa de algo más que de cuarenta años, me comentó el periodista Manuel Miralles Carbonell, compañero en la redacción del diario Levante, que su familia guardaba un vaso “que algo tenía que ver con Ontinyent, y que debía estar  por algún rincón de su casa. Si lo encuentro, te lo regalaré”. Pasaron no menos de un par de meses y al preguntarle por el vaso me comentó que no se olvidaba de la promesa que me había hecho pero que mejor haría si me iba olvidando  porque por mas que lo había buscado no aparecía por ninguna parte de la vivienda familiar que,   además,  iba ponerse a la venta. 
Se trataba de un vaso de cristal,  achatado como una petaca licorera, que Manolo me describió, haciéndome saber que  se trataba de un recuerdo  del mismo  día en que se había inaugurado el Balneario de la Salud, de Onteniente, a principios del pasado siglo. Una lástima que se hubiese perdido, le comenté casi con recriminación incluida, porque sentía verdadera curiosidad por verlo. Y tanto o mas por la posibilidad de tenerlo y lo frustrante que resultaba saber que se había perdido.
Cuando ya me había olvidado del caso/vaso, vino un día Manolo hasta mi mesa con un pequeño envoltorio en su mano.  “Ábrelo con cuidado”, me dijo, “porque es muy frágil”. Y con el mayor mimo retire la hoja de un diario y descubrí que aquello era el vaso prometido, que estuvo perdido y finalmente había sido hallado. “Estaba al fondo del cajón de una cómoda” me comentó el colega. 
El vaso tenía y tiene su encanto. Más por lo que suponía de referencia histórica de un establecimiento –como lo era el Balneario Las Aguas— que gozaba de gran predicamento entre las clases pudientes de la capital valenciana, que por su intrínseco valor, ya casi una antigüedad gracias a los muchos quinquenios acumulados y por haber superado con éxito la prueba de fragilidad.
El vaso me lo llevé de lo más encantado a casa y muy agradecido por el detalle  del amigo y colega. El vaso ha sido objeto de cuidado y mimo a la hora de sufrir los inconvenientes de una, dos y hasta tres mudanzas obligado a hacerlas por mis responsabilidades profesionales. El último traslado es el que nos ha devuelto a Ontinyent. Entre esas pertenencias, cómo no, el vaso del Balneario de la Salud.
Tenía previsto escribir de esa curiosa reliquia de nuestro pasado como famosa ciudad por su balneario cuando hiciese realidad el propósito de donarlo al Ayuntamiento de Ontinyent para que la ubicase donde mejor considerase. Si hoy adelanto el escrito sobre el vaso es para dedicar un recuerdo a quien me lo regaló, al periodista Manuel Miralles Carbonell –durante muchos años jefe de la sección de deportes del diario Levante—que falleció el lunes de Pascua después de haber sufrido la dura Cuaresma y el cruel viacrucis de una enfermedad que lo atrapó hace años y contra la que luchó hasta la extenuación, contando siempre con el apoyo de Janet, una canadiense que vino a Valencia a estudiar idiomas siendo todavía una cría, una hermosa criatura de insondables ojos azules, y aquí se quedó porque ella y Manolo se conocieron, se enamoraron y ya nunca más se separaron. Así estuvieron, siempre juntos, hasta este triste lunes de Pascua en que Manolo cerró el teletipo de la vida y firmó su epílogo. 
El periodista que redactó tantas crónicas del Valencia, que cantó tipográficamente sus goles y contó y comentó tantos intríngulis y tejemanejes futbolísticos con su irónico estilo y galanura literaria, se ha ido en silencio. Un silencio espeso e ingrato por parte de  aquellos que estando obligados no han tenido todavía tiempo de recordarle con el afecto y la complicidad que el bueno de Manolo se mereció. Por él, con su vaso convertido en copa, brindo por su memoria. Descanse en paz.